Gobernado por las pasiones que completan su creatividad, Rubén Trespalacios, el pintor del positivismo, ha logrado convertir su vida, que era un lienzo en blanco, en una obra magnífica que responde a la necesidad de ponerle color a la adversidad.
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Y es que alejado de pensar en que podría vivir de la pintura, el barranquillero creció sin pretensión alguna de convertirse en lo que es hoy, un pintor de tiempo completo.
Más allá de su disciplina y constancia, cualidades que lo definen muy bien, en Rubén las particularidades saltan a la luz, casi como el trabajo en sus cuadros. Sin embargo, a pesar de los matices y facetas la pasión es su determinante.