Anselmo Molina Hernández conserva con entrañable brío la ilusión con la que a sus tiernos 12 años comenzó a tocar el tambor llamador. Destinado a nacer en Chorrera, donde las fiestas eran amenizadas con el fascinante sonido de la cumbia, aquel niño jamás tuvo intención de resistirse al llamamiento de la percusión, pues desde el primer instante intuyó que el sobrecogedor regocijo lo acompañaría toda la vida.