Las lentejuelas verdes se escurrieron por debajo de la puerta del closet de Francisco Martínez, como con ganas de ser vistas. Dentro, estaba él, haciendo todo lo que su padre y madre le dijeron no hiciera y, por consiguiente, lo primero que se dispuso a hacer: alguna nueva obra de arte que quedó, como las anteriores, en la oscuridad del anonimato.