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Era un día como cualquier otro en la Europa de los años 70, más exactamente 1974, cuando Ernő Rubik, un profesor de arquitectura húngaro, ideó un pequeño objeto que cambiaría el mundo del entretenimiento y la lógica para siempre.

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El cubo de Rubik, aquel rompecabezas multicolor, celebra su 50 aniversario desde su creación, y su impacto sigue siendo tan vibrante como sus seis caras. Lo que comenzó como un intento de explicar principios geométricos a sus estudiantes, pronto se convirtió en un fenómeno global.

Con más de 450 millones de unidades vendidas, el cubo de Rubik no solo es un juguete, sino un símbolo de ingenio y persistencia. Ha inspirado competencias internacionales, conocido como speedcubing, en la que participantes de todo el mundo compiten por resolver el cubo en el menor tiempo posible. El récord actual es asombroso: 3,13 segundos, a cargo del norteamericano Max Park.

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Más allá de los números, el cubo de Rubik ha permeado la cultura popular, apareciendo en películas, libros, y siendo objeto de innumerables estudios y documentales. Es una prueba de que, incluso en una era digital, los desafíos analógicos siguen capturando la imaginación.

A medida que celebramos medio siglo de este ingenioso invento, recordamos que su verdadero encanto reside en la satisfacción de ver las caras coloreadas alinearse, un testimonio del poder del intelecto humano.

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Es por ello que EL HERALDO le trae la historia de Yeison Rolón, un docente de la Institución Educativa El Campito que lo utiliza en sus clases para hacerlas más didácticas. También visitamos dos puntos de venta icónicos en la ciudad en los que es ofrecido  en todas sus evoluciones.