Desde temprana edad, Isabel Rojas, descubrió que la ‘incomodidad’ no tenía que estar establecida con la naturalidad de ser mujer. Para ella, los tampones se convirtieron en una solución discreta y efectiva, un pequeño aliado que la acompañaba durante sus días más complicados del mes.
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A sus 28 años, siempre ha sido una mujer activa. Su rutina diaria incluye largas caminatas por el Malecón, jornadas intensas ayudando a su madre en un local de maquillaje. Este estilo de vida la llevó a buscar alternativas que le permitieran mantener su ritmo sin las incomodidades que, a su juicio, representaban otras opciones para el manejo del ciclo menstrual.
“Recuerdo la primera vez que usé un tampón; fue en la adolescencia, durante una excursión al Parque Nacional Natural Tayrona. Sabía que la experiencia de la caminata sería distinta con una toalla sanitaria, así que decidí probar algo nuevo”.
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Sin embargo, recientemente, una inquietante revelación ha sacudido su confianza en este producto que ha sido su aliado fiel durante años.
Y es que a principios de este mes fue publicado en la revista académica Environmental International un estudio que halló más de doce metales, entre ellos plomo y arsénico, en tampones que se comercializan en Estados Unidos y Europa.
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“Me siento muy preocupada. Siempre he considerado los tampones como una opción segura y ahora, con esta información, me siento vulnerable”.
La noticia ha generado un debate intenso entre las mujeres que, como Isabel, han dependido de los tampones por años. La preocupación por los efectos a largo plazo de la exposición a estos metales pesados ha llevado a muchas a reconsiderar sus opciones, ya que las alarmas están encendidas.