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La universalidad y la trascendencia en el tiempo son dos cualidades al alcance de pocos artistas en la historia. Y si hay alguien que logró ambas con una naturalidad sorprendente fue Fernando Botero, ese de quien hoy se conmemora un año de su muerte.

Caminar por cualquier ciudad importante, desde Nueva York hasta París, y encontrarse con una de sus esculturas monumentales es entender de inmediato el poder de su obra. Sus personajes de formas voluptuosas, a menudo exageradas, no solo desafiaron las convenciones artísticas, sino que abrieron el debate sobre la belleza, el cuerpo y la identidad.

La universalidad de Botero no se mide únicamente en metros cuadrados de lienzo o en toneladas de bronce. Su arte alcanzó una popularidad que trasciende los círculos elitistas del arte contemporáneo, algo al alcance de pocos. Quizás porque Botero nunca perdió su conexión con lo popular, con lo cotidiano.

Un año después de su muerte, el nombre de Fernando Botero sigue siendo sinónimo de identidad latinoamericana. Aunque se asentó en Europa y su obra alcanzó el reconocimiento global, siempre mantuvo un pie en su Colombia natal, como un testigo silencioso de sus transformaciones sociales y políticas.

Un éxito desde temprano

La trascendencia en el tiempo de Botero es algo que se pudo evidenciar desde su muy temprana carrera artística. De acuerdo con Christian Padilla, Historiador de arte y experto en la obra de Fernando Botero, el paisa logró a sus 19 años había obtenido el segundo premio del Salón Nacional, que después ganaría para 1958 con 26 años, algo anómalo en el arte colombiano.

“Es un artista demasiado joven que estaba compitiendo, concursando y participando de exposiciones con artistas mucho mayores que él. La generación, por ejemplo, de Alejandro Obregón le llevaba entre 12 y 14 años. Entonces, para cuando él gana el Salón Nacional con 26 años, Obregón, Édgar Negrete, Enrique Grau tienen 40 años. Entonces, a pesar de que los asociamos como si fueran de la misma generación, Botero era mucho menor y eso realza y reitera su precocidad”, explicó.

Adicionalmente, Padilla detalla que el hecho de encontrar un estilo de una forma tan temprana, el hecho de ser un artista tan prolífico y tan ambicioso, porque siempre estuvo buscando convertirse en el artista más importante, inicialmente de Medellín, después del país, demuestran una capacidad como pocos.

“Yo creo que es todo esto lo que se une, la ambición del artista, su genialidad temprana y su generosidad, porque también lo que lo hace grande, precisamente, es su generosidad a la hora de entregarle a Colombia los museos que él nunca tuvo la oportunidad de tener en su juventud. Que es la razón, justamente, que lo llevó a formarse en Europa, a irse muy tempranamente a buscar los museos para conocer de primera mano la historia del arte”.