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A sus 45 años, Juan Manuel Obando Salamanca, un bogotano que nació con una discapacidad en las piernas, nunca ha permitido que las limitaciones físicas definan su camino. Para él, la vida es una constante lucha por los sueños, tanto los propios como los de su familia, y cada jornada es una oportunidad para avanzar.

Desde pequeño, Juan Manuel se destacó por su empeño en los estudios. A pesar de las dificultades, logró completar su escolaridad y brillar en diferentes áreas. Su currículum es variado: auxiliar contable, operador de audio y locutor en una emisora en Huila, entre otros logros. Pero desde marzo del presente año, su principal ocupación es como repartidor de Rappi, donde cada día no solo entrega pedidos, sino también sonrisas y enseñanzas.

“Cada mañana agradezco a Dios, así comienzo. Mi meta principal es salir adelante, porque si mi familia está bien, yo también lo estoy. No se trata de tener mucho dinero, sino de tener lo suficiente para vivir y ayudar a los demás”, comenta Juan Manuel con serenidad y convicción.

Su jornada empieza temprano, a las cuatro de la mañana, en su hogar en el barrio Potreritos, en la localidad de Ciudad Bolívar. Antes de sumergirse en su día laboral, acompaña a su esposa al trabajo, y a las seis de la mañana ya está listo para recibir pedidos a través de la aplicación. Su territorio de acción es el norte de Bogotá, donde se mueve en su triciclo eléctrico, optimizando tiempo y esfuerzo.

“En un buen día hago entre 18 y 19 pedidos. Pero cuando la cosa está regular, ya sea por salud o porque he dejado de usar la aplicación un tiempo, entrego entre 8 y 9. La meta es siempre alcanzar los 60 mil pesos diarios”, explica Juan Manuel.

Aunque las jornadas pueden ser largas y el clima a veces juega en su contra, él no se detiene. Su vehículo eléctrico, que le fue entregado por Rappi en conjunto con la Defensoría al Repartidor, ha sido su aliado en esta aventura urbana, permitiéndole recorrer la ciudad por horas.

“Si me salen pedidos para una zona plana, la batería dura de seis de la mañana hasta la una de la tarde. Pero si me toca subir puentes, atravesar avenidas principales, dura cuatro horas”, detalla.

Andrés Morales Jiménez

Los domingos son sagrados para él. Ese día lo dedica exclusivamente a su esposa y su familia, tiene tres hijas de 21, 20 y 18 años. Juan Manuel valora esos momentos, tanto como las anécdotas que acumula en su trabajo. Entre ellas, recuerda una en particular que lo marcó.

“Un día llegué a la calle 134 con séptima para entregar un mercado. Pensé que lo dejaría en la recepción, pero la señora salió a recibirme. Me miró y pidió que esperara. Yo me pregunté qué había hecho mal. Luego salió con un joven, de unos 28 años, cabello largo, barbado, en chanclas y en pantaloneta y le dijo: “Mira a este señor, ese logotipo que lleva no es de lujo, eso vale, pero lo que está haciendo vale más”. Me sentí enorme al saber que en ese momento era un ejemplo para alguien”, cuenta Juan Manuel con una sonrisa.

Poco más de un mes después le tocó regresar al mismo lugar para otra entrega. Para su sorpresa, el joven que lo recibió le dio una propina de 50 mil pesos y le confesó que más que por el pedido, era por la lección que le había dejado. “Cuando salen a recibirme el pedido viene un muchacho bien arreglado y me entregó una propina, fueron 50 mil pesos. Me comentó que no es tanto la propina porque haya traído este pedido, sino la enseñanza que le dejé. Imagínese. O sea, yo no lo reconocía. Era el muchacho que la mamá había sacado la vez anterior”, recuerda emocionado.

Para Juan Manuel, esa experiencia reafirmó su creencia de que las discapacidades no existen. “La verdad es que no hay discapacidad. El único límite es el que uno mismo se pone. Tal vez haya impedimentos físicos, pero discapacidad no”, dice con firmeza.

A raíz de los diferentes conflictos por las condiciones de trabajo de los repartidores, surgió la figura de la Defensoría al Repartidor, que se encarga de velar por sus derechos y bienestar, y es justamente esta entidad la que respaldó el hecho de que Juan Manuel contara con las condiciones necesarias para desempeñar su labor.

Obando es solo uno de las tantas personas que, con dedicación y esfuerzo, han hecho de la entrega de pedidos un arte. En su caso, más allá de llevar productos, transporta enseñanzas y sigue siendo un ejemplo de que los límites solo existen en la mente.