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Si hay un hombre que se caracterizó por realmente hacer historia dentro de la música vallenata ese es el juglar magdalenense Abel Antonio Villa.

‘Abelito’, como lo llamaban de cariño, nació el 1° de octubre de 1924 en Piedras de Moler, corregimiento del municipio de Tenerife, Magdalena, y murió en Barranquilla, el 10 de junio de 2006.

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Por petición del propio músico en las parrandas, fue sepultado el 12 de junio en el cementerio San Fernando de Pivijay, Magdalena, población donde vivió 40 años (se radicó en 1963, hasta el 2003, cuando por problemas de salud se fue a vivir a la Ciudadela 20 de Julio en Barranquilla.

Cuenta el investigador musical y periodista Agustín Bustamante que aprendió a tocar acordeón a los 8 años. “Aprovechaba los momentos cuando el acordeonero más famoso de la ‘Región de las Puntas’, Gilberto Bermúdez, amenizaba las parrandas de su padre Antonio Villa. Todos terminaban ‘ajumaos’; entonces, el pequeño Abel, en compañía de su hermano Fabián, tomaba el acordeoncito de una hilera, para tratar de sacarle notas. Cuando se dieron cuenta del interés de su hijo, sus padres lo apoyaron, le regalaron un acordeón de dos teclados, con el cual aumentó sus conocimientos”.

Posteriormente, conoció en Chibolo, Magdalena, a ‘Pacho’ Rada, quien lo ayudó a perfeccionar la ejecución del instrumento y aires como el Son.

Marcando hitos

A Villa lo llamaban ‘El Padre del Acordeón’, porque fue el primero que grabó canciones vallenatas con fines comerciales, marcando así un verdadero hito dentro de la historia de este folclor. Sobre este tema existe una versión que le contó al compositor e investigador, Julio Oñate Martínez, “mi primera grabación la hice en 1944, en Barranquilla, en el estudio de Foto Velasco, del venezolano Emigdio Velasco, representante en ese momento de Discos Odeón de Chile, país donde se hacía el prensaje del acetato de 78 RPM. Grabé los paseos La conciencia de las mujeres y Pobre negra mía, con la compañía del cienaguero Guillermo Buitrago en la guitarra puntera, y el samario Ezequiel Rodríguez en la guacharaca, la caja no se tuvo en cuenta”.

Cortesía Fundación Abel Antonio

Otro hito que le atribuyen a Abel Antonio es el de ser el primer acordeonero que contó con la compañía permanente de un cajero y un guacharaquero. En sus inicios, adonde tocaban los juglares, los acompañaban las palmas de los parranderos presentes.

Después de ‘Pacho’ Rada, quien se había presentado en La Voz de la Patria, Abel Antonio fue el segundo artista que difundió la música vallenata a través de la radio, luego de presentarse en vivo en los radioteatros de las emisoras La Voz del Comercio y Radio Atlántico, ambas de Barranquilla.

Una obra macondiana

‘Abelito’ es autor del clásico La muerte de Abel Antonio conocido también como Mis cinco noches de velorio, obra que ha sido grabada en varias versiones, en los estilos de otros grupos como Alfredo Gutiérrez y El Binomio de Oro. En ella cuenta la experiencia de su regreso a casa, en 1943, después de varios días de ausencia productos de sus parrandas, pero al entrar encontró a su familia llorando frente a un altar, lo velaban en la sala de su residencia, puesto que habían recibido noticias de su muerte. Era el quinto día de ‘su velorio’, pero la sorpresa fue grande cuando lo vieron llegar, ‘vivito y coleando’. Al final se aclaró que el muerto era su homónimo Abel Antonio Sierra, un señor que habían asesinado en El Banco, Magdalena.

Wilfredo Rosales Ortega, conocido como ‘La Biblia del vallenato’, explicó que grandes artistas de la talla de Silvio Brito, Daniel Celedón, Rafael Orozco, Diomedes Díaz, Pedro García, Jorge Oñate, Poncho Zuleta, Joaco Pertuz e Ivo Díaz, le han grabado sus canciones, siendo su mejor intérprete Alfredo Gutiérrez.

Cortesía Fundación Abel Antonio

“También se le reconoce como el negro que vestía elegantemente de su generación. Lucía camisa, pantalón, zapatos blancos y sombrero, causando respeto entre otros juglares como Alejo Durán, Juancho Polo Valencia o Luis Enrique Martínez”, detalló Rosales Ortega.

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Agustín Bustamante se refirió a algunas de las canciones que aparecieron como de su autoría, pero con el tiempo se conocieron, al parecer, sus verdaderos autores: El higuerón (Sebastián Guerra), El pleito (Sebastián Guerra o César Marín), Amalia Vergara (Rafael Almeira), La parranda jarabera (Familia Jaraba, de Chibolo), Ana María o El Negro maldito (Germán Serna o Antonio Llerena), El ramillete (José Antonio Serna), Soy de la montaña (Antonio Llerena), María Milé (Manuel Medina Moscote), La camaleona (Leandro Díaz) y La mujer es una nave (Rafael Enrique Daza). “El mérito de Abel Antonio estuvo en que no permitió que esas obras se perdieran, tal como ocurrió con muchas que no contaron con la misma suerte”, concluyó Bustamante.

Cortesía Fundación Abel Antonio