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En la imaginación de muchos, la palabra “seminario” evoca imágenes de austeridad, largas jornadas de silencio y prácticas antiguas que parecen alejadas de la vida cotidiana. Sin embargo, quienes han cruzado sus puertas descubren un mundo completamente distinto: un espacio de paz, reflexión y profundo aprendizaje que pocos conocen en detalle.

Un seminario no es un lugar aburrido ni rígido, como algunos creen. Es, en cambio, un centro donde jóvenes, llamados por una inquietud espiritual, se preparan para el sacerdocio y para entender el mundo y servir a la comunidad desde una perspectiva de fe y humanidad.

Desde hace 58 años, el Seminario Regional de la Costa Atlántica, Juan XXIII, se ha encargado de formar a cientos de sacerdotes que llegan como hombres de fe a responder el llamado de esta vocación religiosa, así como Manuel Castilla, un seminarista que desde hace 7 años, eligió un nuevo camino en su vida.

“Lo que más me motivó a estar aquí fue sentirme amado por el Señor. Sentí que Dios me miraba con misericordia y me invitaba a llevar su amor y alegría a los demás”, expresó.

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Con su uniforme y disposición, empezó a recordar en lo que se han convertido sus días desde que llegó. Cada día tiene su propio ritmo, pero sigue un horario constante.

Jeisson Gutiérrez

“Nos levantamos a las 5:30 de la mañana. A las 6 iniciamos con la oración de laudes, seguida de la Eucaristía. Después, desayunamos y comenzamos las clases”.

Y sí, como todo centro de formación, hay unas aulas en donde reciben la formación necesaria para cumplir a cabalidad la vocación. “Recibimos cátedras de docentes laicos y sacerdotes, quienes nos guían en materias como Teología, Filosofía y muchas otras áreas necesarias para nuestra formación. Las clases van hasta la 1 de la tarde, cuando almorzamos y luego tenemos un tiempo de descanso”.

Entre cuerpo y alma

La jornada continúa con momentos para el estudio personal, que pueden realizarse en la biblioteca, en sus habitaciones o en las aulas. “La idea es proyectarnos y profundizar en los conocimientos que nos han compartido en las clases”.

Pero no todo es estudio. A las 4:30 de la tarde, llega el turno de las actividades deportivas y recreativas. “Jugamos fútbol, béisbol, vamos a la piscina, hacemos caminatas o incluso visitamos la playa para despejarnos. Es un espacio que nos ayuda a mantener el equilibrio físico y mental”.

El día concluye con una serie de encuentros comunitarios y oraciones. “Después de la cena, tenemos lo que llamamos la hora comunitaria. Nos reunimos todos los seminaristas para compartir nuestras experiencias, participar en dinámicas, karaoke o concursos. Es un momento muy especial porque fortalece nuestra convivencia”.

Pero no puede faltar la oración de la noche y un momento de estudio, hasta que a las 10 en punto se declara el “gran silencio”. “A esa hora, todos debemos estar en nuestras habitaciones hasta el día siguiente. Es un espacio para reflexionar y descansar”.

Jeisson Gutiérrez

Sacerdocio para ayudar

Efraín Mas, desde hace cuatro años, reflexiona sobre su camino hacia el sacerdocio. No ha sido un camino fácil, pues en medio de ello, ha reflexionado sobre aquellos retos que enfrenta.

“Lo más difícil siempre para mí ha sido servir. Creo que es una virtud importante y que, para poderla trabajar, conlleva a muchas responsabilidades y disciplinas”, manifestó.

El día a día en el seminario está lleno de actividades: estudios, oración, servicio comunitario y momentos de introspección. Para Efraín, equilibrar estas responsabilidades requiere de una herramienta clave: la disciplina.

“La disciplina es muy fundamental, pero también colocarse metas, colocarse ideales. Eso creo que es muy importante para poder organizar un horario, un cronograma que me pueda llevar a tener las actividades a cierto tiempo”, indicó el seminarista.

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La visión de Efraín sobre su futuro como sacerdote está impregnada de un profundo sentido de servicio y espiritualidad. “Primero que todo, la oración, que sea una comunidad orante, que por medio de mi testimonio, la comunidad pueda ver al mismo Jesús”, explica con una esperanza sincera. Aspira a ser un reflejo del Jesús cercano, fiel y entregado, capaz de dar su vida por aquellos que lo necesitan.

Vivir lo que se predica

En su sexto año de formación sacerdotal, Sener Junior Valega camina con determinación hacia una vocación que ha moldeado su vida desde la inspiración de otros, pero, ¿Qué significa ser un sacerdote en el mundo de hoy?

La semilla de su llamado germinó gracias al ejemplo de sacerdotes comprometidos y cercanos. “A mí me motivó el testimonio de muchos sacerdotes que influyeron en mi cercanía al Señor y, sobre todo, también en el deseo de servir a los demás”.

Jeisson Gutiérrez

La meta de Valega al convertirse en sacerdote es poder lograr un puente entre la iglesia y la sociedad, irradiando la alegría del Evangelio. “Lo que deseo aportarle a la sociedad es ser una iglesia cercana a la gente y que muestre la alegría de anunciar el Evangelio

Pero no se trata solo de palabras; para él, la clave está en ser un testimonio real de lo que predica. “No puedo ser testimonio si no pongo en práctica aquello que estoy predicando”.

Formar el corazón de cristo

Desde hace ocho meses, el padre Andrés Andrade ha asumido la labor de formador en el Seminario Juan XXIII. Contó que la esencia de la formación se centra en la configuración espiritual.

“Tratamos de que vayan formando el corazón de Cristo. Ese Cristo que trata de ayudar, que se compadece, es lo que tratamos de formar en estos jóvenes durante más o menos 9 años”.

El ingreso al seminario no es solo una cuestión de voluntad personal, pues, comienza con una invitación divina. “Primero que todo, lo que se ve es si Dios los llama. El discernimiento es un pilar fundamental en este proceso, en el que los aspirantes, acompañados por formadores y directores espirituales, evalúan su vocación a lo largo de los años”.

Este camino, señala el padre, no es fácil, ni inmediato: “Poco a poco ellos irán respondiendo a ese llamado a través de su formación, su esfuerzo y su empeño”.

Lejos de ser solo un espacio de aprendizaje académico, lo denomina como un taller espiritual donde se forjan hombres comprometidos con el servicio y la fe.

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“Hay que transformar a todos los que entran por esa puerta para que a través de ellos, se pueda transformar a las comunidades que algún día servirán”.

Jeisson Gutiérrez

¿Cómo se sostiene el seminario?

El Seminario Juan XXIII ha encontrado en la solidaridad de fieles y benefactores un motor esencial para sostener la formación de futuros sacerdotes. Este compromiso se materializa a través de programas como el Plan Padrino.

“Todos los meses se dan $50 mil por ejemplo y van ofreciendo ayudas”, dijo el padre Andrés Andrade.