La Catedral Metropolitana María Reina se vio desbordada durante la eucaristía del Jubileo, evidenciando la magnitud del fervor que una celebración de esta índole genera.
A pesar de su imponente tamaño y capacidad, el recinto no dio abasto para recibir a los miles de fieles que acudieron desde distintos rincones para ser parte de este evento cargado de devoción.
Desde temprano, las bancas del templo fueron ocupadas, mientras que los pasillos, atrios y alrededores se llenaron de creyentes que, con oraciones y cánticos, demostraron su compromiso con la fe.
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Muchos de ellos, lejos de incomodarse, permanecieron de pie durante toda la ceremonia, reflejando que lo importante era estar presentes.
“Es un sacrificio menor comparado con la alegría de vivir este Jubileo. Sentirnos parte de esta gran comunidad nos llena de esperanza”, dijo la feligrés Ana Rodríguez.
Hacia las 4:30 p.m. se dio inicio a la eucaristía con la presencia del arzobispo de Barranquilla, monseñor Pablo Emiro Salas, quien recordó el sacramento del bautizo, que es el rito para iniciar este año santo.
“Queridos hermanos y hermanas, invoquemos a Dios Padre Todopoderoso para que bendiga esta agua que va a ser derramada sobre nosotros en memoria de nuestro bautismo y pidámosle que nos renueve interiormente. Dios Todopoderoso, fuente y origen de la vida, del alma y del cuerpo, bendice esta agua que vamos a usar con fe para implorar el perdón de nuestros pecados y alcanzar la ayuda de tu gracia contra toda enfermedad y asechanza al enemigo”.
Una iglesia peregrina de la esperanza
En una Catedral colmada de fieles y fervor, el Arzobispo leyó la homilía durante la apertura del Año Jubilar de la Esperanza, un evento que reunió a cientos de peregrinos provenientes de distintos rincones de la Arquidiócesis.
“Hicimos una procesión fantástica. Lo que estamos viviendo en esta tarde ha sido posible gracias al interés de sus sacerdotes y de tantas personas e instituciones, y sobre todo, de un puñado de laicos que junto al equipo organizador se puso al frente de lo necesario”, destacó.
El prelado resaltó que la esperanza, sustentada en Cristo, es el pilar que no defrauda. Invitó a los presentes a centrar sus miradas en Jesús durante este año, un tiempo especial para fortalecer la fe y reflexionar sobre los propósitos del jubileo.
“Todo cuanto viene de Dios siempre es para nuestro bien. Dios siempre pasa bendiciendo, renovando su amor y su fidelidad, haciéndonos retomar otra vez sus caminos”.
Recordando las palabras del Papa Francisco, llamó a la comunidad a ser verdaderos “peregrinos de la esperanza” y a abrir sus corazones a la gracia de Dios. Para enfatizar esta necesidad, citó a San Agustín: “El hombre para hacer el mal no necesita de Dios, pero para hacer el bien y salir del pecado siempre necesita de su gracia”.
“Abramos las puertas a Cristo”
El prelado enfatizó la importancia de la humildad y la sencillez como caminos para acoger la gracia de Dios en nuestras vidas.
“Ahora lo somos, es tiempo de humildad y sencillez para acogernos a la gracia. Este tiempo especial simboliza la llegada del perdón divino, un regalo inmerecido que responde a las cargas y culpas que los seres humanos no pueden manejar solos. El único que salva es Jesucristo, y lo repito: el único que salva es Jesucristo”.
Recordó las palabras del Papa Francisco, invitando a los fieles a “abrir las puertas a Cristo” como una forma de convertirse en verdaderos peregrinos de la esperanza. “Esta es la única manera”, afirmó con convicción, destacando la importancia de confiar en el Salvador como fuente de vida y redención.
El mensaje también evocó las palabras del Papa Francisco durante la apertura del jubileo, en las que aseguró que “la esperanza no ha muerto, la esperanza está viva y envuelve nuestra vida para siempre”.
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Citando al Santo Padre, el Arzobispo añadió: “Con la apertura de la puerta santa damos inicio a un nuevo Jubileo. Cada uno de nosotros puede entrar en el misterio de este anuncio de gracia. Dios dice a cada uno: también hay esperanza para ti”.
El arzobispo invitó a los presentes a imitar el asombro de los pastores de Belén, quienes, guiados por su fe, encontraron en el pesebre la señal de la esperanza renovada. Este llamado, dijo, es clave para sembrar esperanza en un mundo lleno de desolaciones.
“Estamos llamados a recuperar la esperanza perdida, renovarla dentro de nosotros y sembrarla en nuestro tiempo rápidamente”.