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En la parroquia Nuestra Señora del Carmen de Barranquilla se sentía un semblante distinto la tarde de este martes. Los feligreses no iban a celebrar una eucaristía cualquiera, pues, se trataba de un llamado solemne a rendir homenaje a un hombre cuya vida estuvo dedicada a custodiar los recuerdos de Barranquilla.

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Alfredo De la Espriella Zabaraín, ese mismo que coleccionó documentos y objetos, logró atesorar el alma de una ciudad que se enlutó el pasado jueves con la noticia de su partida, una tierra que estudió con devoción y que ahora lo despide.

A las 3:00 p.m. estaba pactada una misa de cenizas, luego de que su familia decidiera que las honras fúnebres se realizaran de manera privada.

Familiares y allegados se dispusieron a escuchar la eucaristía oficiada por el párroco Juan David Rendón, quien a sus espaldas tenía la bandera de Barranquilla, la cual estaba colgando en púlpito de mármol.

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A su vez, había otra bandera más pequeña extendida sobre la mesa del altar, justo debajo del pequeño cofre que resguarda las cenizas de Alfredo De la Espriella.

El padre también tenía a su alrededor velas encendidas y un arreglo floral blanco, mientras reflexionaba sobre lo difícil que es despedir a un ser querido del mundo terrenal.

Jeisson Gutiérrez/El Heraldo

“Es difícil poder aceptar un acontecimiento o una realidad que nos marque la finitud de nuestra historia y que al fin y al cabo, por más que seamos conscientes de la finitud del ser humano, nos cueste aceptar esta realidad. Que todos nosotros en esta historia estamos de paso, que todos nosotros somos peregrinos de una historia mucho más amplia”.

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Un legado de paz y de cultura

El sacerdote manifestó que el historiador fue un arquitecto de La Paz a través de la cultura.

“El aporte de Alfredo De la Espriella, o como coloquialmente podríamos decir, ‘El bandolero mayor’, es un aporte a la paz, a la humanidad, a nuestra sociedad. Nos deja un camino de belleza, de arte, de la habilidad de las palabras y la coherencia. Aportó a nuestra sociedad un camino de paz, un camino de cultura”.

Hasta su último aliento, Alfredo apostó por la cultura. “Seguramente, en su corazón, hasta el último momento, hasta las últimas posibilidades humanas, espirituales y psíquicas, pensaba siempre en un ser amado, en un ser humano que apostó porque la cultura se mantuviera viva en medio de ustedes, en medio de nuestra sociedad”.

Todo un guardián de la historia

Con la voz entrecortada, su hija Clara De la Espriella, tomó la palabra para expresar su gratitud por el cariño recibido tras la partida de su padre.

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Habló no solo al historiador incansable, sino al hombre amoroso, al esposo, al padre y al abuelo que dejó una marca que jamás se romperá en su familia y la ciudad.

“Quiero expresarles un sentimiento profundo de agradecimiento por las muestras de afecto y cariño hacia mi mamá”, dijo, mencionando los nombres de quienes formaron parte de la vida de su padre: su madre, su esposo, su hermana, sus hijos, Susana, Alexandra e Isabela.

Alfredo habló más que nadie sobre la historia de Barranquilla. No solo la narró, sino que la defendió con convicción.

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“Adelantó batallas, evocaciones y protestas contra la administración pública con el fin de proteger el museo y toda la historia que guardaba en su interior”, recordó su hija, haciendo énfasis en la lucha constante de su padre por la preservación del patrimonio.

A través del Museo Romántico, enseñó a los barranquilleros a valorar su propia historia, a sentirse parte de ella. “No hay duda de que su dedicación y amor por la cultura fueron un modelo para todos. Ojalá inspire a las futuras generaciones para seguir trabajando en la preservación de la historia de esta ciudad”.

Jeisson Gutiérrez/El Heraldo

Pero más allá del historiador, Alfredo fue un hombre de familia. “Siempre dijo que sus tesoros eran mi mamá, mis hijas y yo. Para mí, él siempre disfrutó de las perfumerías de esta ciudad, especialmente la que tenía en la casa de un médico animal”, recordó con una sonrisa, revelando esas pequeñas costumbres que le daban personalidad a su padre.

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Amante de la ciudad como ningún otro

Llegó al mundo en Ciénaga, Magdalena, el 6 de febrero de 1926, hijo de Alejandro de la Espriella Bermúdez y Clara Raquel Zabaraín Villa. Sin embargo, fue en Barranquilla donde echó raíces, donde forjó su identidad y donde decidió entregar su vida a la misión de resguardar su historia. Pocos encarnaron con tanta pasión el sentido de pertenencia por esta ciudad como él.

Su yerno, Nemer Dabage, contó que cada vez que alguien le preguntaba qué quería decir, Alfredo De la Espriella respondía sin dudarlo: “Te amo, Barranquilla”. No importaban los años ni las circunstancias, su amor por la ciudad era inconmensurable, tanto que quedó registrado en varias grabaciones que hoy atesoran quienes lo conocieron.

Dabage quien lo consideraba un segundo padre, recuerda con admiración la nobleza y el carácter sereno de Alfredo. “Nunca lo vi rabioso. De verdad que la gente dice que exagera, pero no. Para mí fue un ejemplo”.

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Alfredo De la Espriella vivió para contar la historia de Barranquilla y, en cada palabra, dejó grabado un mensaje eterno: “Te amo, Barranquilla”.

No era un barranquillero de nacimiento, pero se convirtió en uno por elección y por obra. La ciudad lo adoptó y él, en retribución, la protegió con la misma devoción con la que un padre cuida a su hijo.

Su amor por Barranquilla se materializó en el Museo Romántico, en sus escritos, en sus incontables relatos sobre los días gloriosos de la Puerta de Oro de Colombia.

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En los pasillos del Museo Romántico, su gran obra, todavía quedan sus huellas. Allí sigue latiendo la historia de la Barranquilla que él amó, de la que no dejó que se desvaneciera en el olvido.

Alfredo De la Espriella no nació en Barranquilla, pero Barranquilla nació en él. Q.E.P.D.