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Por unos minutos, la calle 46 con carrera 6 Sur guardó un silencio nunca antes sentido, mucho menos cuando había tanta festividad en el ambiente y en la sangre de los barranquilleros había algo que la hacía hervir, por la necesidad de satisfacer un hambre disparada por el ritmo, por la música, por los melodiosos aullidos de una ‘Loba’.

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Los enormes picó, instalados en los establecimientos de rumba y parranda de la parte trasera del estadio Metropolitano, se apagaron para que los vecinos pudieran sentir –por unos instantes– la voz de Shakira, fuerte, poderosa, afilada y cálida, llamando a toda su manada, más allá de las paredes del estadio Metropolitano.

Esta bulliciosa calle, que se vuelve un pequeño Carnaval con el estruendo de decenas de equipos de sonido cada fin de semana, o durante los partidos de Junior y la Selección Colombia, no tuvo otra opción que darle a los vecinos la oportunidad de salir a las terrazas de sus casas para intentar calmar la curiosidad de escuchar la presentación.

Como era de esperarse, no todos lo qué querían pudieron entrar al estadio. Tal vez, la humildad de los recursos económicos fue mucho obstáculo para cumplir ese sueño que cada fan de la ciudad tenía: ver mover sus caderas en la tarima, bamboleantes, causando el impacto del golpe de una tambora, con robusta sonoridad y dramática expresión, que hace desesperar hasta el más calmo ante la energía que transmite en cada uno de esos movimientos rítmicos y seductores.

Verla interpretar su baile fue el último resquicio de esperanza que se les disipó a un grupo de vecinos del sector, que sentados en las balcones, en las terrazas de sus casas, asomados por las puertas y las rejas de sus hogares, esperaban la manifestación de algún extraño milagro, que por obra y gracia de alguna de las musas de las artes, los pusiera de un momento a otro de narices contra Shakira.

Obviamente, esto no iba a pasar, y todo lo que podrían hacer era sentarse a añorar y esperar que alguna nota musical se colara en el viento desde la cancha, donde en una enorme tarima hacía la delicia de más de 40 mil personas que se la devoraban con los ojos.

Fue inevitable

La tarea de llegar a ver algo desde la parte de atrás del estadio, era menos que imposible. Para empezar, las barreras físicas de la edificación contaban además con unos plásticos negros que se colocaron en el enrejado del parqueadero, de tal forma que no se pudiera ver ni la fila de la gente caminando dentro del lugar.

A eso se le sumó el kilométrico enrejado dispuesto alrededor de todo el estadio para componer los cuatro anillos de seguridad, para ir conduciendo de forma paquidérmica una fila que poco a poco, desde las 6:00 de la tarde, comenzó a colmar las tribunas.

Al otro lado de la reja de más de dos metros de altura instalada al rededor de las aveninas Las Torres, Murillo y Circunvalar, la gente comenzó a armar su palco popular, sin derecho a ver nada, pero absolutamente gratis para aquellos que tuvieran el optimismo de que algo bueno iba a pasar.

Era inevitable pensar que aquella buena voluntad no pudiera terminar en algo, luego de ver a la gente aplastada contra la reja, los viejos colgando hamacas, los jóvenes sacando sillas de plástico y los curiosos saliendo de los callejones y recovecos del barrios.

Fue puro chantaje contra destino, la gente era la de la intuición y a nadie le importó ni un poquito salir a sí sea con los pies descalzos y los polvos blancos para tirarse maicena previo a la Guacherna.

Silencio de antología

En medio de todo esta catarata de emociones, el equipo periodístico de EL HERALDO caminaba por ahí, deambulando en el cumplimiento de su trabajo, cuando se escuchó el estruendo del recibimiento multitudinario a la cantante y la exhalación de la admiración golpeó, como no, en los que estaban lejos de la tarima, pero cerca del eco de la música. Fue un silencio de antología.

Muchos afinaron sus oídos y cerraron sus ojos. Otros, como unas pequeñas niñas vecinas del sector, se aplastaron contra el cercado de seguridad, con la esperanza de poder distinguir la voz de la estrella barranquillera.

Y ahí pasó, claramente se alcanzaron a percibir en el ambiente no solo los acordes de sus canciones, sino su voz, única e irrepetible, lo suficiente para tararear los primeros temas.

Sin embargo, la alegría les duró poco porque los estaderos decidieron volver a encender sus picó, para deleitar a los clientes en sus comercios.

Aún así, todavía fueron muchos los vecinos que aguardaron sentados en sus terrazas, entregados a la fantasía de sentirse en el espectáculo, incluso algunos con camisetas con el rostro de la cantante estampado.

Resultó muy claro la importancia para todos los barranquilleros de tener a Shakira en casa, aunque sea para disfrutarla desde los balcones y las terrazas, sin poder verla y apenas disfrutando del eco cercano de su voz.