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En una modesta casa de bahareque en Galapa, Atlántico, Francisco Padilla dio sus primeros pasos como artesano.

Tenía apenas diez años cuando comenzó a tallar pequeños llaveros y figuras que vendía por 1 peso. Ese humilde inicio marcó el comienzo de un legado que hoy lo posiciona como uno de los maestros artesanos más importantes del Caribe colombiano.

“Con ese peso mantenía a mi familia”, recuerda Francisco a esta casa editorial desde su natal Galapa, destacando que la clave del éxito radica en la austeridad y el enfoque.

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“La persona que quiere emprender tiene que darse cuenta de que si se gana 50 no puede gastar 100″, afirma con la seguridad de quien ha aprendido las lecciones de la vida a fuerza de perseverancia.

Pero, sus manos no solo reflejan los más de 60 años en el oficio, sino que también son prueba de alguien que ha logrado utilizar la tierra para vivir, entendiéndose como un campesino de pura cepa.

“Venimos de la tierra”

“Mis hijos todos se han mantenido con la tierra, porque no podemos desconocer que somos hijos de la tierra. La tierra nos forja, nos bota, nos sostiene, nos da plata, nos da vida, nos da todo color. Regresamos a la tierra, tenemos que ser conscientes de eso”, explica el artesano y agricultor a EL HERALDO.

Johnny Olivares Francisco Padilla es sinónimo de artseanías galaperas.

De esa forma tajante, Francisco Padilla, tiene claro que de la tierra dependen todos sus recursos como la arcilla, la madera para trabajar sus artesanías, así como la comida que consume diariamente. Aún sigue haciendo esa labor.

“Ella nos brinda todo. Y nosotros somos las personas que modificamos o transformamos esas materias primas para embellecer los hogares de las personas que les gusta tener su decoración”, explica.

Y todo eso lo hace junto a sus 10 trabajadores que no son personas sino que son sus 10 dedos, aunque uno de ellos sufrió los riesgos de trabajar con cuchillas y dice que lo tiene “accidentado”.

Entre máscaras y enseñanza

El primer toro que talló, una figura rústica y sencilla, se convirtió en su insignia. Años después, esa misma pieza sería vendida al canal Discovery Channel, un momento que define como agridulce. “Mi hija no me habló por meses porque vendí esa reliquia”, admite.

Sin embargo, más allá del valor comercial, Francisco se enorgullece de lo que representa: “Trabajo para mi pueblo, para que ellos vean que no solo dependemos de una academia, sino también de nuestro talento humano”.

Francisco no solo se ha dedicado a la creación de máscaras, diablitos y figuras de carnaval, sino que también ha sido un maestro para cientos de jóvenes.

Desde la década de los ochenta, abrió las puertas de su hogar para enseñar su arte a estudiantes de colegios y universidades. “Mi casa humilde se convirtió en una academia donde solo tenía un bisturí, un cúter y madera en bruto como herramientas”, dice.

Hoy, muchos de sus alumnos son reconocidos artesanos, perpetuando la tradición que él inició. Entre ellos aparecen José Llanos o el recientemente fallecido Manuel Pertúz, quienes ostentaban también el título de maestro de maestros.

En 1987, su esfuerzo fue reconocido con la primera medalla de maestría otorgada en el Atlántico. A partir de ahí, su trayectoria lo llevó a ferias nacionales e internacionales, ganando otras dos medallas de maestría en 2015 y 2023.

Pero Francisco nunca se ha dejado llevar por el orgullo. “No conozco el orgullo; simplemente me siento satisfecho de ser el ser humano que quise ser para mi pueblo”, asegura.

Y en ese sentido van sus planes van en ese sentido, crear una academia en su casa, seguir enseñando ese arte, ese oficio que lo ha llevado a recorrer el mundo.

“Las clases son cuatro horas, se les dictan dos horas teóricas y dos horas prácticas para que esa persona aprenda la historia y cómo hacerla”, comenta muy sonriente.

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La historia de Francisco también está ligada al carnaval, una festividad que ha investigado profundamente. Con pasión, cuenta cómo los ritmos y las tradiciones africanas e indígenas sobrevivieron a la opresión colonial y se transformaron en la esencia del carnaval.