En las calles de los barrios populares de Barranquilla, cuando la brisa fresca de enero anuncia la temporada de Carnaval, una de las prácticas, casi que religiosas, es la de “afinar” los picós, poner a punto estas recias máquinas de sonidos, para el deleite de sus dueños y los miles, o millones, de picoteros que siguen sagradamente esta cultura.
Leer también: Los maestros que al compás del “2, 3, 4...” le ponen ritmo a la tradición
No es un simple ajuste técnico, es la preparación de un espectáculo sonoro que, desde los años 50, ha sido el alma vibrante de las casetas y verbenas, donde los barranquilleros se entregaban al frenesí del baile, a la psicodelia de los colores fluorescentes y un llamado propio del goce carnavalero.
Los picós, o sound systems para aquellos que no estén familiarizados con el término, tienen su origen en la fusión de la tradición musical africana con la creatividad barranquillera. Inspirados en los sistemas de sonidos jamaiquinos y caribeños, estos enormes equipos de altavoces pintados con colores estridentes y nombres desafiantes —como El Rojo, El Tigre, El Gran Lobo, El Coreano, El Gran Pijuán, entre otros— se convirtieron en el emblema de la fiesta popular. No había caseta que se respetara sin un picó que hiciera retumbar el pavimento con ritmos africanos, salsa brava y champeta criolla.
Durante las décadas de los 70 y 80, época del gran apogeo de los picós, las calles de Barranquilla se transformaban en una especie de mosaico de sonidos. Los picoteros, verdaderos conocedores de la vena sonora del Carnaval, mostraban su exclusividad al traer los LP, o long play, más raros y exóticos, provenientes de rincones remotos de Europa, África y el Caribe. Era una batalla por la supremacía musical, en la que los verdaderos ganadores eran los barranquilleros, quienes se beneficiaban por escuchar música selecta que los hacía bailar hasta el amanecer.
Hoy, aunque el Carnaval de Barranquilla ha evolucionado con nuevas propuestas musicales, la cultura picotera sigue siendo un pilar indiscutible de la fiesta. Con su reconocimiento como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, el Carnaval reafirma que sin los picós, sin la explosión de sonidos y colores que representan, la celebración no sería la misma.
“El picó es la voz del Carnaval”
Para Osman Torregrosa, considerado la “biblia” de la cultura picotera en Barranquilla, todo comenzó en los años 60′. Recuerda un Carnaval en particular, el de 1962, con Julieta Devis Pereira como reina principal. Desde ese año se dio el “boom picotero” en la ciudad.
“Siempre ha existido la relación de los equipos de sonido con el Carnaval, por la música. El Carnaval es baile y para bailar se necesita la música, ¿quién pone la música? El picó”, señala Torregrosa.
Importante: Minuto a minuto de la Batalla de Flores | Barranquilla goza con la cumbia, carrozas y mucho folclor
Recuerda que los grandes parlantes empezaron con música costeña, aquella que interpretaban artistas como Dolcey Gutiérrez, Aníbal Velásquez, Los Corraleros de Majagual, Lisandro Meza, entre otros. También hubo mucha relación con la música que llegaba de Venezuela y luego con la salsa, cuando en los 70′ empezó ese ritmo a sonar en todo el Caribe.
“Los picós también empezaron a ser famosos por los bailes de las reinas populares. Cada candidata hacía su baile y llevaba un picó. El picó es la voz del Carnaval. Es el encargado de poner el sabor en los bailes. El picó es el Carnaval en los barrios. Si no hay picós no hay bailes”, enfatizó Torregrosa.
Para Torregrosa, el picó fue, es y seguirá siendo importante, en gran parte, porque impone la música que está de moda y la que tiene que sonar en el Carnaval.
“El picó marca tanta tendencia que la gente escuchaba una canción en un baile y al día siguiente ya estaba llamando a las emisoras para pedir que pusieran la canción. A veces sin saberse el nombre. Ahora, por supuesto, la juventud la busca por internet y la escucha en sus casas o en sus celulares. Pero después de tantos años la música que ponen los picós sigue marcando lo que se escucha en el Carnaval”, aseveró.
Referente a la música Julio César Lobo, propietario del picó El Gran Lobo, considera que el papel que juegan estos enormes equipos de sonido es fundamental, ya que a través de ellos en la ciudad se ha podido disfrutar de un sinnúmero de éxitos que han marcado varias generaciones como ‘El evangelio’, ‘Yorumo calabazo’, ‘La casa’, entre otros clásicos.
“La dinámica de traer música del picó es muy particular porque no tiene nada que ver con lo que las disqueras proponen, con lo que los artistas proponen. Es decir, sale la nueva canción del artista, su disquera se encarga de llevarla a la radio, de hacer una serie de promociones para que la canción suene. Pero acá es una dinámica diferente. La mecánica es que un corresponsal se va para Francia, se va para África, se va para las Islas del Caribe, se va para Nueva York, consigue la música y la trae”, explica Lobo.
Considera que sin los picós se estaría alterando en gran medida ese legado musical del barranquillero. “El picó ha aportado musicalmente muchísimo al sonido barranquillero, al sonido musical de nuestra ciudad, después de eso, pues está la cultura del sound system, que es una cultura que se ve en muchísimos países del mundo, pero la de aquí es la más especial de todas porque uno mira los sounds systems de España, de Brasil, de Venezuela, de México y son equipos negros, con unos parlantes y ya, pero los de aquí tienen colorido, fluorescencia, psicodelia, esta forma de hacer letras de los nombres de los picós es algo único en el mundo”.
Para Julio César los picós no se limitan simplemente a difundir música nueva para los melómanos de esta cultura, sino que en época de Carnaval también brindan un espacio para que las personas puedan disfrutar con la música de sus artistas favoritos, en especial cuando no se tienen los recursos para asistir a conciertos.
De interés: Así se vivió el Desfile del Rey Momo de la 17 | Tradición y fiesta en el Suroriente de Barranquilla
“El que tiene la posibilidad de pagar 100, 200, 300 o incluso millones de pesos en un palco para ver a Marc Anthony, Carlos Vives u otros artistas y lo disfruta, pero la gente del barrio que no tiene esa posibilidad, ¿dónde rumbea?, ¿dónde pasa su Carnaval con sus amigos, su pareja y con sus familiares? en una verbena y el artista de la verbena es el picó”, afirma.
A la hora de hablar de esta cultura también hay que destacar la influencia que ha tenido a nivel gráfico, tal como lo afirma Italo Gallo Jr., quien junto a su padre Italo Gallo son propietarios del picó El Coreano. “En todas las decoraciones que se hacen de Carnaval siempre está el tema picotero ahí y la psicodelia de los colores siempre está en todas las decoraciones. Los picós representan una parte importante en el Carnaval de Barranquilla”.
Y es que al mencionar El Coreano hay que hablar de sus más de 50 años de historia, pues se han convertido en un símbolo de esta cultura, posicionándose como un referente dentro del mundo de los turbos.
“El Coreano se ha convertido en una imagen importante del Carnaval, así como lo son las marimondas, los disfraces, El Coreano representa un legado musical importante en Barranquilla en estos momentos. Esa ha sido siempre nuestra misión”, afirmó Italo.
Italo asegura que lo primordial en su trabajo con los picós es que a través de la música y las presentaciones de El Coreano se pueda llenar de alegría esos sectores populares donde las personas acuden de manera fiel a disfrutar de la música de Carnaval y de los grandes éxitos verbeneros.
“La cultura picotera es la sazón del Carnaval”
Pablo Hernández es otro de los nombres ligados al trabajo manufacturado de los picós, pero no porque los arme o porque sea ‘DJ’, aunque amante de la música sí es, este artista rebolero mantiene viva esa pasión y ese arte del mundo picotero.
Con su trabajo logra ponerle color y darles identidad a estos grandes equipos de sonido. No estudió artes plásticas. Todo lo aprendió en el colegio y en las calles, pintando estaderos, locales comerciales y cualquier cosa que sirviera de lienzo y le permitiera ganar dinero.
“Obviamente comencé pintando locales, tiendas, decoraciones, otras cosas que no tenían que ver con el picó, pero gracias a Dios llegué a este arte que es muy bonito y me ha gustado mucho. Dedicado al picó tengo más de 20 años”, dijo Pablo, quien tiene un taller en el patio de su casa, ubicada en pleno corazón del barrio Rebolo.
El picó es música, la música es baile y el baile es Carnaval. Pero hay diferencias entre un parlante y un picó, su pintura. En la mayoría, como explica Pablo, se usa colores muy llamativos, y eso es por el Carnaval.
Lea aquí: Lex Estarita cumple su sueño en la 44
“Un equipo sin pintura no es picó, es una amplificación, es un sonido normal. El dibujo cambia mucho la sensación cuando uno lo ve. Le da una esencia, una identidad. Y el arte que se les hace a los picós va directamente relacionado al Carnaval. Uno va de la mano con el otro (…) El picó para el Carnaval significa la rumba. Significa el gozo del barranquillero. Significa eso, rumba, alegría”.
Pablo ha plasmado su arte en picós reconocidos como el Rey de Rocha, El Escorpión, Timbalero, El Súper Kike, pero asegura que cada vez que se acerca la fiesta barranquillera, e incluso desde diciembre, es muy alta la demanda, tanto que a veces tiene que decir que no.
“Yo recuerdo que cuando todavía no estaba metido en el arte picoteril, yo pintaba negocios y me decían: “Nombe’, deja eso, si eso no te da plata. Bueno, gracias a Dios se dio lo de los picós y me ha ido excelente, me ha ido muy bien y gracias a esto sustento a mi familia y me da para para de vivir”, aseveró.
Por supuesto que en su casa tiene un picó, que lo fue armando “con las piezas que van dejando acá y no regresaban a buscar”, pero lo más llamativo es que en su lugar de trabajo no tiene elementos digitales, todo lo hace a pulso.
“Precisamente llegó la gente del Samario de Santa Marta y me trajo para que le hiciera las letras de la regadera. Yo empecé a tirar lápiz, y se han quedado como “Oh, pero tú no trabajas con cuestiones digitales”. No, yo siempre trabajo con el pulso, me gusta tener el pulso y practicando ya le he tomado el tiempo al aerógrafo”, describió Hernández.
Para Hernández, la cultura picotera no se va a acabar, precisamente por su vínculo con el Carnaval: “Es que para mí la cultura picotera es para el Carnaval la sazón, es la sal, es la alegría. Un baile de carnaval sin un picó no tiene sentido”.
Los picós no son solo parlantes gigantes: son memoria, son tradición y son la esencia de un pueblo que ha hecho de la música su mayor acto de resistencia y alegría. En cada Carnaval, cuando suena el primer golpe de bajo y los pies se agitan en la pista, Barranquilla vuelve a confirmar que su fiesta sigue latiendo al ritmo del picó.