Bajo la sombra de uno de los kioscos que dan vida al Parque de los Músicos, Dionisio Herrera espera con paciencia la llegada de sus compañeros. Mientras el tiempo avanza, aprovecha para sacudir el polvo de su caja, preparándose para lo que pronto será una parranda vallenata.
El espacio en el que se encuentra es un homenaje permanente al folclor. En sus muros, el acordeón es protagonista, y a un costado, la imponente figura de Aníbal Velásquez. No hay dudas de que este rincón respira vallenato, y Dionisio, quien ha llegado desde el barrio La Esmeralda, es el encargado de marcar el ritmo con el repicar de la caja.
Nació en el corregimiento Mariangola, Valledupar, y llegó a Barranquilla con apenas 27 años. Desde entonces, su destino quedó ligado a la calle 72, donde el sonido de su instrumento se ha convertido en una melodía familiar. “Tengo como 40 años viniendo aquí. Yo toqué mi caja en compañía de Enrique Díaz, Nafer Durán y Abel Antonio Villa, pero ya esa gente se fue, y mi costumbre era salir a las fiestas de los pueblos. Ahora no tengo para dónde coger, así que me quedé aquí”.
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A su lado, afinando la voz, está Roicer Ruíz, un cantante oriundo de Soplaviento, Bolívar, y barranquillero de corazón desde 1978. Su garganta siempre está lista para cautivar oídos como los de Ada Luz García, sobrina de Abel Antonio Villa, quien se acercó al lugar para cumplir una misión especial.
Y es que está construyendo su proyecto de grado sobre este emblemático espacio que, en silencio, ha llegado a sus 50 años de historia. “Aquí han hecho presencia conjuntos vallenatos y tríos del género bolero. Estos músicos llegaron de diferentes lugares de la región Caribe e incluso del territorio nacional y queremos que se haga más visible porque sentimos que está en el olvido”.

En el otro kiosco del parque, un hombre descansa junto a una guitarra. Se trata de Pedro Gutiérrez, trompetista de toda la vida, quien ha hecho de esas paredes su hogar, donde también resguarda sus instrumentos y recibe a quienes buscan aprender de él.
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“Ahorita me pongo a tocar la trompeta, la soplo y los carros me saludan porque aquí pasan muchos turistas, de arriba para abajo. Esta es una vía muy transitada por los que van para Cartagena, los que vienen de La Guajira. Pero sea como sea, esto sigue siendo un sitio musical, aquí hay alegría”.
No es casualidad que aquí esté el Parque de los Músicos, donde la estatua de Joe Arroyo parece cantar En Barranquilla me quedo, ni que a unos pasos se levante el estadio Romelio Martínez, que no solo ha sido cuna de goles, sino de conciertos que han puesto a cantar y bailar a generaciones.
Patrimonio musical
Hablar de La Troja es remontarse a la esencia currambera. Su propietario, Edwin Madera, recuerda aquel 26 de febrero de 1966, cuando un grupo de barranquilleros después de gozarse el Carnaval de ese año, decidió darle vida a un proyecto que con el tiempo se convertiría en patrimonio musical de la ciudad, un rincón donde la salsa, el son y el guaguancó encontraron su templo.
El establecimiento nació entre las calles 70 y 72, frente al Parque Suri Salcedo. La movida nocturna tenía como vecinos ilustres al restaurante Mi Vaquita, el cine Doña Maruja y el famoso Toro Sentado en la esquina de la 72 con 46. Con el tiempo, la zona se consolidó como un epicentro cultural y social, con la apertura del centro comercial Ley y una serie de lugares que marcaron a varias generaciones.
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Para Madera, la emblemática calle 72, se ha consolidado como una arteria fundamental para la ciudad. No solo fue testigo del auge de La Troja, sino que albergó sitios memorables como el Hotel Alhambra, que, después del Hotel El Prado, fue la casa de los artistas que visitaban Barranquilla. En Mi Vaquita, lugar de encuentro de las familias barranquilleras, se daban cita estrellas de la música como Celia Cruz, la Sonora Matancera, Cuco Valoy y otros grandes exponentes de la época.
También contó que los templetes de salsa y tropical que se realizaban en el estadio de básquetbol, hoy conocido como Elías Chegwin, eran otro punto de encuentro para los amantes de la música dirigidos por personajes memorables como Estercita Forero.
El epicentro de la rumba
Hubo un tiempo en el que Barranquilla no dormía y la calle 72 era su epicentro. Mucho antes de que la ciudad expandiera su oferta nocturna a otros sectores, esta avenida era la zona rosa por excelencia.
A lo largo de la 72, las discotecas marcaban la pauta. El Gusano era el lugar al que todos querían entrar, pero la competencia era alta: Caja de Pandora, situada frente al Hotel El Prado, era otro punto de referencia, al igual que Tiffany Piano Bar, y Shadow Internacional Club, que junto a La Torre de Babel atraía incluso a la farándula bogotana, quienes volaban hasta Barranquilla solo para vivir una noche de fiesta.
No solo eran discotecas, también había estaderos como Papillón, La Italiana, y La San Luis, y en medio de toda esta movida nocturna se encontraba el Mediterráneo, una heladería que ofrecía una pausa dulce a la intensidad de la noche.
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Grandes eventos
Uno de los planes imperdibles del Carnaval de Barranquilla es el Festival de Orquestas, que este 2025 llegó a sus 55 años de historia, la cual se gestó por primera vez el 17 de febrero de 1969, pero fue dos años atrás, en 1967 cuando la idea empezó a tomar forma.
La simiente del Festival fue la presentación de algunas orquestas que tocaban en el Carnaval, para reunir recursos con destino a una obra benéfica: construir el segundo piso del albergue infantil del Club de Leones.
La propuesta fue aceptada y el Festival se realizó en el estadio Tomás Suri Salcedo (actual Elías Chegwin). Actuaron Lito Barrientos y Alfredo Mojica, dos orquestas de El Salvador; Armando Bossa, de Panamá; el soledeño Pacho Galán, y el barranquillero Pete Vicentini.

Antes de que el Carnaval de Barranquilla se consolidara como el gigante cultural y comercial que es hoy, hubo una iniciativa que nació con el alma del pueblo y la esencia de la calle: Carnaval Su música y sus Raíces. De acuerdo con Roy Pérez, arquitecto y secretario de Cultura del Distrito en 1997-1998, este evento, fue la chispa que encendió la idea de llevar la fiesta más allá de los espacios tradicionales. “Se eligió una zona estratégica: la carrera 50B y la 51, entre las calles 70 y 72 y que tiempo después tuvo vida en el Romelio Martínez.
El poder de la radio
Desde los años 70, cuando la radio comenzó a trasladarse del centro hacia esta zona, las ondas radiales encontraron aquí su hogar, en lo que hoy muchos empezarán a llamar la avenida Shakira.
La Organización Radial Olímpica, una de las cadenas radiales más influyentes de la región, vio en la 72 un punto clave como la afluencia de rutas de buses, la cercanía con el pueblo y el dinamismo de la calle, aspectos que permitieron que sus emisoras estuvieran más conectadas con la gente. “Y no solo a través del dial, sino físicamente, con cabinas de transmisión que permiten a los oyentes ver en vivo a sus locutores y artistas favoritos”, contó el director de la organización, Daniel Pérez.
En la calle también funciona Emisoras ABC y en su momento la Emisora Mar Caribe, quedó en la calle 72 con carrera 43.
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Impacto Shakira
La relación entre Shakira y la Calle 72 no es casualidad. La historia de la estrella barranquillera tiene múltiples conexiones con esta emblemática vía. Shakira nació en la Clínica Santa Mónica, ubicada a pocos metros de la intersección de la 72 con la carrera 43. Años después, su primer gran concierto en una gira internacional, la de Pies Descalzos, se llevó a cabo en el Estadio Romelio Martínez, otro punto clave de la avenida.
El presidente del Club de Fans Shakira Barranquilla, Bayron Lacombe contó a EL HERALDO que en su juventud, cuando ya residía fuera de Barranquilla, la artista solía visitar los puestos de los hippies y artesanos que se instalaban en los alrededores del Parque Suri Salcedo.
“Allí compraba manillas y accesorios que luego se convertirían en parte de su identidad visual durante las eras de Dónde Están los Ladrones, Fijación Oral y Hips Don’t Lie. Además, la Calle 72 también marcó un momento crucial en la conciencia social de la artista. En su infancia, cuando su familia atravesaba dificultades económicas, su padre la llevó al Parque Suri Salcedo y le mostró la realidad de los niños en condición de calle. Aquel episodio sembró en ella la idea de hacer algo por la infancia vulnerable, lo que años después daría origen a la Fundación Pies Descalzos”.