Angie Cabrera sujetaba con fuerza la enorme aspiradora que logra succionar las raíces que han ingresado a una de las tuberías del barrio Villa Carolina, en el norte de la ciudad.
Con sus botas, casco y camiseta azul, se intimidó un poco por las cámaras que llegaban a registrar algunas acciones de su admirable y respetada labor.
Era una escena que a simple vista parecía cotidiana: un equipo de Triple A haciendo mantenimiento en el sector. Pero no lo era. Esta barranquillera de 39 años estaba haciendo historia, y lo hacía en silencio. Es la primera mujer en ocupar el cargo de oficial de redes de alcantarillado en la empresa. Y ese viernes cualquiera, bajo el sol y entre residuos, ella era la líder.
Tenía las manos introducidas en guantes gruesos, ya manchados de barro. El casco le cubría parte del rostro, pero sus ojos tenían toda su atención en la alcantarilla abierta y sus dos compañeros de cuadrilla.
A las 11:00 a. m. hicieron una pausa. El trabajo se detuvo por un momento, pero su emoción, no. Frente a la cámara, al hablar de lo que significa ser pionera, su voz se quebró.
“Desde hace dos meses estoy ejerciendo esta función. Soy la primera mujer en este cargo… y sí, es difícil”, alcanzó a decir, antes de que las lágrimas corrieran por su rostro.
Sus compañeros, que hasta entonces la observaban con respeto, se acercaron para decirle: “Tranquila, jefa, respire...”
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Ella sonrió. No pidió disculpas por llorar. No lo necesitaba. Estaba contando lo que significa ganarse un lugar en un terreno que, por años, fue solo masculino. Un terreno donde antes le decían “no es para mujeres”, y donde hoy ella es la que dirige las operaciones, coordina maniobras y toma decisiones.
Mientras sus lágrimas se dispersaban, manifestaba lo importante que era para ella portar ese uniforme. “Yo pedí la oportunidad de estar aquí y fue el momento perfecto para ver y demostrarles a muchas personas que sí podemos entrar en una labor que por años se pensó solo para hombres. Y aquí estoy”.
Una mujer admirable
Dentro de sus funciones está hacer la limpieza y el mantenimiento de las alcantarillas, y en eso se basaba su jornada esa mañana.
“Estamos haciendo mantenimiento del alcantarillado, operamos un equipo que nos ayuda a mantener limpia la red, a remover todo aquello que la bloquea. Hoy, por ejemplo, estamos extrayendo raíces que se filtraron en las tuberías. Es duro, sí, pero es necesario y a mí me gusta mucho hacerlo”.
Angie contó que su jornada comienza temprano en la sede de la empresa, saludando con un “buenos días” a sus compañeros antes de subirse al camión, con destino incierto, pero con la misma misión.
“Estar aquí es un privilegio”, dijo con una sonrisa que esta vez no se empañó con lágrimas. “Estoy feliz de trabajar en la torre, de tener esta experiencia que es tan bonita, tan única. Cada día se aprende algo nuevo. Aquí todos somos parte de un engranaje, y eso me hace sentir útil”.
Volviendo a su infancia
Angie regresaba a su historia. A lo que había detrás de ese camión inmenso que hoy opera con carácter. Porque antes de llegar hasta aquí, hubo tierra, polvo y sueños que parecían demasiado lejanos para una niña que jugaba entre bultos de cemento en Santo Tomás, municipio donde reside actualmente.
“Mi papá es albañil y como somos cuatro hermanas, yo fui la que me pegaba a él. Le ayudaba en la construcción, cargaba cosas, preguntaba cómo se hacían las mezclas, los niveles. Desde ahí supe que me gustaba todo esto, lo de construir”.
Pero entonces vino la pausa. Angie fue ama de casa y madre de tres. Crió, cuidó, amó. Sin embargo, no soltó ese anhelo.
“Hace unos 12 años, fue mi papá quien me avisó que en el Sena estaban ofreciendo un técnico en construcción de edificaciones. Me dijo: como eso es lo tuyo, inscríbete. Y lo hice”.
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Cursó el programa, hizo sus prácticas en Triple A, donde también se hizo notar. Fue inquieta, “preguntona”, atenta. “Si no estoy haciendo nada, mándenme para cuadrilla. Así les decía y de esa manera fue como, poco a poco, me fui abriendo camino”.
“Al terminar las prácticas, hablé con mi ingeniero, Jaime, para ver si había oportunidad de seguir. Justo en ese momento estaban promoviendo la inclusión de mujeres y me tuvieron en cuenta”.
Pero Angie no se conforma. Sueña con manejar un camión de alta presión, liderar una cuadrilla, seguir escalando en la empresa. Y sobre todo, seguir estudiando.
“Quiero seguir aprendiendo. Me visualizo con más responsabilidad, dirigiendo, creciendo. Porque nosotras también podemos llegar lejos en esta área y también sueño con ser una ingeniera civil”.
La ahora oficial caminaba hacia el tablero auxiliar del equipo de succión, ese que se utiliza durante el descargue de residuos sólidos, mientras un vecino del sector se acercó para agradecerles a todos por la operación y reconocer acciones negativas de los usuarios.
“Perdón, de verdad, uno a veces no sabe lo que le hace a las tuberías. Yo mismo he tirado pañitos húmedos sin pensar. Y me imagino lo que ustedes sacan de ahí, eso debe ser horrible”.
Y es que los pañitos húmedos son los elementos que Angie más encuentra a diario. Pero no es su título lo que más destacan quienes trabajan con ella, sino la forma en que se ha ganado el respeto de todos. Así lo expresa Juan David León, Auxiliar de equipo de Triple A, quien la conoce desde sus días de práctica en el área de topografía.
“A Angie la distingo desde que hacía prácticas en saneamiento. Es muy activa, muy curiosa. No le da pena agarrar la pala, no le da pena agarrarle la barra a un compañero y meterse en la zanja. Yo la he visto con mis propios ojos”.
Para León, el género no define la capacidad para el trabajo rudo que exige el mantenimiento del sistema de alcantarillado urbano.
“No es tanto si es figura masculina o femenina. Es predisposición, actitud y muchas ganas de aprender. Y Angie, gracias a Dios, está en un campo de aprendizaje, pero avanza rápido. Ya es conocida y respetada por todos”.
Angie posaba orgullosa con su manguera, demostrando que las raíces, como los prejuicios, no se arrancan solas. Pero ella, con casco, guantes y valentía, ya empezó a sacarlas del camino.