Si hay un municipio que es terreno fértil para sembrar semillas de fe, ese es Santo Tomás. No en vano es conocido por tener la Semana Santa más antigua del Atlántico. Y es por ello que por primera vez vivirá su historia sagrada desde los ojos, la fe y la inocencia de los más pequeños.
Vestidos con túnicas, coronas de espinas y símbolos que representan la pasión, muerte y resurrección de Jesús, los niños serán actores centrales de la primera Semana Santa Infantil que se realiza en un territorio arraigado a unas costumbres espirituales que buscan quedar en manos de estos retoños, llamados a custodiar el legado espiritual del denominado ‘Pulmón verde del Atlántico’.
“Aunque nuestra Semana Santa es la más antigua del departamento, teníamos una deuda y era la de empezar a cultivar nuestros semilleros de fe. Que desde la infancia se empiece a generar ese amor por nuestra religión, por nuestra cultura, por nuestras costumbres”, dijo Lizeth Zapata, coordinadora del Comité de Semana Santa de la Parroquia de Santo Tomás de Villanueva.

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Inspirados en el proverbio bíblico que reza: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él (Proverbios 22:6)”, el proyecto busca formar desde temprana edad a los futuros custodios de la tradición, pero también, quizá, a quienes algún día consideren el llamado al sacerdocio.
Es así como cada institución educativa de básica primaria, pública o privada, representará un momento de la vida de Jesús, desde su entrada triunfal a Jerusalén hasta su resurrección, pasando por su pasión y sepultura.
“Por ejemplo, un grupo de niños se encargará de encarnar a Jesús Nazareno, vestidos de morado y cargando su cruz. Otros representarán el Santo Sepulcro (réplica en miniatura del que es orgullo de Santo Tomás desde hace más de 200 años), acompañados por fariseos con sus armaduras”, puntualizó.
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Más allá del simbolismo y la puesta en escena, la Semana Santa Infantil busca conservar la esencia de la tradición tomasina y garantizar su continuidad a través de las nuevas generaciones. “Es un proceso evangelizador que permite que los niños no solo aprendan sobre la fe, sino que la vivan, la sientan y la valoren como parte de su identidad”.
Espacios llenos de fe
Ser un monaguillo a los nueve años es una experiencia enriquecedora para Jerónimo Arteta, estudiante del Centro Educativo Mixto María Mazarrello. A su corta edad, disfruta desempeñar esta función en la parroquia de Santo Tomás y en esta ocasión, fue designado para portar con orgullo el escudo del Jubileo 2025, convocado por el Papa Francisco como un año dedicado a la esperanza.
Será él quien, acompañado de sus compañeros de colegio, represente los colores de este acontecimiento eclesial global que invita al perdón, la unión y la renovación espiritual.

“Nos hemos preparado con mucha alegría, con entrega y devoción, porque se inicia una de las semanas más importantes del año, la Semana Mayor. Él da sus servicios a Dios con mucho amor, con mucha entrega. Este es un proceso que ya viene realizando desde hace un año y que lo llena profundamente”, expresó su madre, Marcela Charris.
Para Charris, ellos resumirán el camino de Jesús hacia su muerte y su resurrección, pero también aprenderán que la vida está hecha de sacrificios, de amor, de renacer.
“Esto es una oportunidad para que los niños crezcan en la fe cristiana y refuercen valores como el perdón, la compasión, la solidaridad y la esperanza y por qué no, se motiven a ser sacerdotes algún día si en dado caso Dios les hace ese llamado y ellos lo atienden. Ese misterio es muy bonito”, expresó.
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Nada les queda grande
Aunque son pequeños, no hay nada que les quede grande, así como a Juan Sebastián Muriel, un niño de 10 años, estudiante del Centro Educativo Lucesitas de Santo Tomás, quien será uno de los cargueros en la procesión del Santo Sepulcro, un papel que representa con respeto, esfuerzo y un corazón creyente.
Desde hace semanas ha venido preparándose para este papel, que forma parte de las celebraciones más solemnes de la Semana Santa. “Ha sido preparado con personal idóneo asignado por la parroquia, un equipo muy profesional y con experiencia para realizar esta actividad. Se ha preparado los sábados de 2:00 a 5:00 de la tarde”, manifestó su padre, Jorge Eliecer Muriel.
La familia del pequeño ha sido fundamental para inspirarlo y además, acompañarlo en este tipo de actividades. “Somos bastante devotos. Asistimos todos los domingos a misa, rezamos el Santo Rosario en casa todos los días, participamos en las festividades religiosas como la Semana Santa y la Navidad, y procuramos vivir de acuerdo con los valores y enseñanzas del Evangelio”.
Es consciente de que la oración del Rosario o la representación de escenas bíblicas fortalecen su conocimiento religioso, y cultiva en ellos una gran espiritualidad.
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“Estos momentos les permiten desarrollar desde temprana edad una relación cercana con su fe y con Dios. A través de estas experiencias, los niños no solo conocen las tradiciones de la Iglesia Católica, sino que también aprenden a vivir los valores del Evangelio, como el amor, el perdón, la humildad y la solidaridad”, manifestó.

Herencias e impulsos
En el silencio sagrado del seminario Juan XXIII, transcurre el diario vivir de Raúl de Moya. Hoy se encuentra en la tercera fase de la etapa configuradora, lo que en términos académicos equivale al tercer año de teología.
Recuerda con detalle esas Semanas Santas que marcaron su niñez como la confesión, las prácticas de caridad, las celebraciones litúrgicas. “Todo eso permitía que se viviera la fe de manera auténtica. En Santo Tomás no se repiten actos por costumbre, se vive intensamente el misterio pascual de Cristo”, afirma.
Fue esa vida de fe constante la que, sin que él lo supiera, sembraba en silencio una semilla. “Al principio no reconocía que eso era una vocación. Pero cuando uno inicia el proceso formativo, aprende a leer los signos de los tiempos. Descubre que desde esas pequeñas cosas, el Señor ya venía obrando en el corazón”.
En unos años Raúl espera ser sacerdote, como el padre Andrés Felipe González, para quien esta vocación fue un misterio que empezó a nacer en él en días santos.
“Mi recuerdo de la Semana Santa en la niñez es netamente eclesial, parroquial, profundamente celebrativo. Recuerdo los encuentros de niños en la parroquia, las actividades propias de cada día santo, y en especial el Jueves Santo, cuando la iglesia se llenaba de velas para la adoración al Santísimo y hoy vivo con profunda alegría lo que hago”.