No está entre campanas coloniales ni la precede una plaza de pueblo. La parroquia Santa Laura Montoya se encuentra donde pocos esperarían hallar un altar: en el segundo piso del centro comercial Blue Gardens. Allí, en ese escenario de vitrinas, escaleras eléctricas y música ambiental, la fe encontró una esquina para quedarse.
Es una iglesia atípica, sí. Pero no por eso menos sagrada. Esta Semana Santa, mientras en otros templos las procesiones recorrían calles, aquí también se vivieron los misterios de la Pasión. Su altar recibe diariamente a creyentes de todas las edades y contextos.
La construcción de este espacio fue una decisión visionaria que se gestó hace más de dos décadas, cuando apenas comenzaba a levantarse la estructura de este centro comercial y empresarial, ubicado entre las carreras 53 y 55 con calle 100, al norte de Barranquilla.
“Los propietarios del centro pensaron en tener allí una capilla. Se habló con la Arquidiócesis de Barranquilla y se convino construir dentro del Centro Comercial un templo parroquial”, relató el padre Jaime Marenco, actual párroco del templo.
Así nació Santa Laura Montoya, constituido también como un territorio pastoral en sí mismo que cobra vida en el lugar desde hace 20 años. “Se estableció un territorio parroquial que circunda el centro comercial”.

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Desde entonces, han pasado por allí figuras destacadas de la Iglesia local. El primer párroco fue el padre Dimas Acuña, hoy obispo del Banco, Magdalena. Lo sucedieron el padre Edgardo Bernales, actual vicerrector de la Universidad Católica del Caribe y el monseñor Edgar Mejía, hoy obispo auxiliar de Barranquilla. “Yo llegué hace entre seis y ocho meses, después de servir en la parroquia Ave María, en el suroccidente de la ciudad. Ha sido un cambio grande”.
Y aunque el entorno es otro, más estrato seis que popular, más ejecutivo que devoto tradicional, el desafío pastoral es tan exigente como el de cualquier otro rincón de la ciudad. “Nuestra misión es evangelizar desde un centro comercial hacia afuera. No es fácil, porque no estamos en una plaza abierta. Aquí hay filtros: portería, ascensores, parqueadero. Pero eso también lo aprovechamos para el buen servicio de la parroquia”, dice el sacerdote.

Esta Semana Santa, la parroquia vivió una experiencia inédita: sacó su mensaje más allá de los muros del templo. “Nos propusimos salir a los pasillos del centro comercial, acondicionar espacios, alquilar pantalla gigante y conseguir sillas adicionales. El templo solo tiene capacidad para 230 personas sentadas, así que ampliamos el espacio físico y también el espiritual”.
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La comparación es inevitable: “Santa Laura Montoya, nuestra santa patrona, evangelizó en la selva, conquistando los corazones de los indígenas. Hoy, nuestra selva es una jungla de cemento, y los corazones que queremos tocar son los de quienes habitan en los conjuntos residenciales cercanos, en las oficinas, en las tiendas”.
El padre también cuenta que el resultado ha sido esperanzador. “Ha sido una Semana Santa tranquila, de recogimiento, oración, pero también de fraternidad. Hemos caminado juntos, no como viajeros solitarios. Descubrimos que hay mucha gente que quiere vivir su fe, aunque no lo diga en voz alta”, concluye el párroco.
