La vida de los sacerdotes, monseñores y arzobispos que han cumplido su misión en la Iglesia es un relato por sí solo de dedicación, reflexión y servicio continuo.
Tras décadas de ministerio, muchos de estos líderes espirituales encuentran un nuevo hogar donde continúan su legado de fe, aunque su papel haya evolucionado.
Las casas sacerdotales son espacios de acogida, donde los sacerdotes pueden vivir con dignidad y seguir contribuyendo a la comunidad. En estos refugios, los padres, monseñores y arzobispos comparten experiencias, acompañan a sus pares en la oración y fortalecen los lazos de fraternidad que caracterizan al clero.
A pesar de haber dejado sus responsabilidades administrativas y de servicios religiosos, muchos de estos sacerdotes continúan activos.
Algunos aún se encargan de ofrecer la eucaristía en la parroquia Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, mientras que otros dedican tiempo a la confesión, brindando consuelo y guía espiritual a quienes lo necesitan.
Su vasta experiencia les permite ser consejeros valiosos, no solo para los fieles, sino también para los jóvenes seminaristas que están en camino hacia el sacerdocio.
Los sacerdotes mayores se dedican a la oración, la lectura y la meditación, buscando profundizar su relación con Dios en esta nueva fase de sus vidas.
Las actividades litúrgicas se convierten en momentos de renovación y reafirmación de su vocación, incluso en este nuevo contexto.
El arzobispo de Cartagena, monseñor Carlos José Ruiseco; monseñor Reinaldo Iriarte, y los padres Julio Fontalvo y Néstor Anaya Cervantes contaron a EL HERALDO cómo fue su vida en el ministerio y cómo mantienen su relación con Dios y la comunidad, viviendo en la Casa Sacerdotal de Barranquilla.
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No hay un límite de edad oficial para que un sacerdote deje de ejercer, pero los obispos suelen pedir la renuncia a los 75 años. Así lo explica el padre Julio Fontalvo.
“Nosotros tenemos permitido estar al frente de un ministerio hasta los 75 años de edad. Sin embargo, en la Casa Sacerdotal podemos ingresar con menos edad por problemas de salud. Hemos creado una hermandad entre todos los padres, monseñores y obispos, y cada día seguimos fortaleciendo esa relación con Dios”.
Estas actividades les ayudan a mantener su espiritualidad y les permiten seguir apoyando a los demás.
Gran experiencia con el papa Juan Pablo II
Monseñor Carlos José Ruiseco Vieira recibió su ordenación episcopal el 13 de febrero de 1972 y se posesionó como obispo auxiliar de Barranquilla hasta 1977. Fue nombrado obispo de Montería el 31 de marzo de 1977 y se posesionó el 3 de junio del mismo año. Contó que cuando fue nombrado arzobispo de Cartagena en 1983, Dios le dio y le mostró cosas maravillosas.
“La Arquidiócesis de Cartagena naturalmente es una diócesis muy importante, allí estuve 22 años, un periodo muy largo, en cuanto a las estadísticas de vida de los obispos. Allí tuve muchísimas experiencias, una de ellas muy interesante fue la visita del papa Juan Pablo II. Él visitó unas siete u ocho ciudades del país, pero esta de Cartagena hicimos una preparación muy precisa”, anotó.
“San Pedro Claver demostró al mundo que la gracia del sacerdocio y la fuerza del evangelio pueden cambiar la entraña de la cultura”. Esta fue una de las frases del papa Juan Pablo II que quedó marcada en el corazón del arzobispo.
“Eso fue una de las cosas que más me satisfizo a mí en mi vida de obispo de Cartagena, que fue precisamente esto de encontrar el sentido del trabajo mío como obispo, como sacerdote, inspirado en San Pedro Claver. Ya hace casi 20 años entregué la diócesis de Cartagena y no tenía esta casa. Esta casa es un lugar privilegiado porque recoge a sacerdotes ya mayores”.
“No he hecho más que servir”
Monseñor Reinaldo Iriarte desde pequeño siempre quiso servir a Dios y mostró las ganas de querer ir al seminario, y nada lo detuvo a cumplir su verdadera misión en la vida.
“No he hecho más que servir a lo largo de los años. Y aunque me he equivocado, servir a los demás, a la comunidad, a la Iglesia y a Jesucristo es lo que ha sido mi vida simplemente. Ahora aquí también procuro hacer servicios como la confesión, la visita a los enfermos y la santa misa. Entonces esa siempre ha sido mi intención, ser un servidor en las parroquias donde me han mandado”, contó.
Uno de los momentos más memorables que recuerda en el trayecto de su misión fue el día en que se celebró su ceremonia sacramental, pero también mencionó la última parroquia en la que estuvo.
“Yo rezo por todas las parroquias que he hecho, pero principalmente por esa comunidad de Soledad, porque tuve la oportunidad de ayudar a muchas personas que estaban en condiciones precarias, a niños y a la comunidad”, expresó.
Para él estar hoy viviendo en la Casa Sacerdotal le genera una alegría inmensa. Considera que en todos sus años ese ha sido su lugar favorito para vivir.
“Es el vividero más fuerte en el que he estado, no hace falta nada y disfruto con los hermanos”.
“La Casa Sacerdotal es una obra de Dios”
Para el padre Julio Fontalvo, la Casa Sacerdotal tiene un valor importante para los padres, monseñores y arzobispos que habitan en ella, y por ello cuenta la historia.
“Esta casa sacerdotal es una obra de Dios. La inició con mucho esfuerzo y mucho sacrificio monseñor Víctor Tamayo Betancourt y se inauguró el 11 de agosto del 2000, o sea, hace 20 años, y es una casa que tiene para mí tres pilares. Primero, somos hombres que vivimos una fuerza en la oración. Segundo, es una casa de culto y de sacramentos, aquí celebramos la Eucaristía todos los días y atendemos en confesiones. Tercero, es una casa de fraternidad sacerdotal”, explicó.
El clérigo afirma que a través del evangelio de Cristo todas las personas se renuevan, es por esta razón que confía en que la sociedad cada día mejore y crea en la palabra de Dios.
“Nosotros lo hemos visto por medio del proceso de evangelización. Hoy tenemos un plan de evangelización que se llama Plan Misión, tenemos asambleas familiares, tenemos las diferentes pastorales, tenemos las diferentes comunidades parroquiales. La Iglesia siempre trabajará con dar un mensaje de amor, pero con la guía de nuestro señor”.
Así afirmó que sigue prestando algunos servicios en parroquias.
Los sacerdotes son mensajeros de paz
“En el camino nos vamos haciendo mensajeros de la paz, mensajeros de la vida y mensajeros de transformación”. Esto fue lo que quiso resaltar el padre Néstor Anaya Cervantes.
“Somos embajadores de Cristo, y aquí necesitamos mucho para servir al señor a través de la Iglesia y dar una respuesta al llamado que él nos hace a nosotros”.
El primer ordenamiento del padre fue en Luruaco, su pueblo. Allí hizo una comunidad deportiva espiritual. Evangelizaba a través del balón y a través de los juegos, con el propósito de sacar a muchos jóvenes de las drogas y de la oscuridad en la que solían vivir.
“Los jóvenes mantenían el canal del río limpio, ahí yo fui adquiriendo una madurez espiritual increíble. Entonces en esa parroquia estuve durante cinco años”, dijo.
Semana Santa es una fecha importante para el padre, puesto que en cada Semana Mayor celebra el aniversario de haber ingresado a la Casa Sacerdotal y para él ha sido muy grato el poder estar con los 9 hermanos que comparten la misma pasión por servir.
“Cuando uno está de párroco tiene la facilidad de salir a evangelizar. Sin embargo, siento que Dios me ha puesto aquí para reafirmar su mensaje para con el mundo”.