Hay una ciudad que crece sin pedirle permiso a nadie. Una ciudad que florece bajo el sol inclemente y con la música que es la banda sonora de la vida. Ahí, en Barranquilla, uno de los artistas más importantes de Colombia ha encontrado un nuevo hogar, un nuevo punto de fuga para su geometría serena.
Jorge Riveros, maestro de la abstracción, de la línea precisa y el color contenido, vive a sus 90 años con la energía de un joven que no ha dejado de crear.
“Estoy muy contento de haber llegado aquí a Barranquilla y de poder, en lo que se pueda, servir a esta ciudad, a Colombia y servir al mundo”, dice sin rodeos, con la voz firme y una convicción que no necesita adornos.
Riveros no quiere hablar tanto de su vida personal. Prefiere hablar del arte, de lo que sirve.
“Es una vida normal, ¿no? Lo que no es normal es lo que yo pienso, no solamente de Barranquilla y de ustedes, sino del arte, ¿verdad?”, advierte desde el comienzo. Pero al hablar de la Arenosa su voz es más fuerte. “Barranquilla es una ciudad que se está expandiendo de una forma maravillosa... Estoy más contento viendo cómo nace esta ciudad, con qué potencia, con qué belleza. No necesitan pedirle poder a nadie”, celebra.
Para él, esta ciudad tiene todo para convertirse en un polo cultural de escala mundial. “Aquí van a llegar a montones, pero a montones... Tienen agua, tienen vías correctamente hechas, resistentes al tiempo... Está todo. Qué más piden”.

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No son halagos vacíos. Riveros ha vivido en Alemania, ha expuesto en España, Estados Unidos y América Latina. Pero no habla desde la nostalgia. Habla desde la certeza del presente. Está aquí para crear y para aportar. “Si mi talento sirve para algo, hacer lo que se necesite para Barranquilla, yo estoy dispuesto a eso. A eso he venido”.
El arte como rigor
Hablar con Riveros es asistir a una clase de estética sin pretensiones. Para él, el arte es un trabajo de la mente. Un ejercicio de claridad y disciplina. “El proceso creativo es fundamental. Yo vivo haciendo los bocetos en una servilleta, en la que me encuentre, mientras yo espero... mi proceso es mentalista, no puede ser de otra forma”.
No es romanticismo. Es estructura. Es paciencia. Es método. Desde sus años como profesor en la Universidad Nacional hasta hoy, Riveros defiende una idea simple: hay que trabajar. Todos los días. Sin excusas. “Yo soy el que tengo que aprender. Yo soy el que tengo que resolver. Yo soy el que tengo que pintar”.
Se despierta temprano. A veces antes de las cinco. No importa si es domingo, Navidad o festivo.

“No hablemos de la madrugada, es solo las cinco de la mañana”, dice entre risas.
Y no trabaja desde el azar. Su lenguaje visual se construye con escuadra y regla. “A Platón cuando le preguntaron qué era el arte, dijo que era la escuadra, la regla. Ese es el arte”. Y Riveros lo tomó en serio. “Las proporciones tienen una gran ventaja. Si te sometes a ella, tienes que medir y medir. Y eso no lo acepta todo el mundo”.
El color es una decisión
Riveros comenzó como muchos: pintando con libertad desordenada. Pero Alemania le enseñó otra cosa. Lo formó en la sobriedad del blanco y negro. “Así empecé: corto con todo lo que he hecho antes y me voy a dedicar a pintar solamente en blanco y negro... Y así estuve trabajando creo que año y medio”.
A partir de allí, su manera de entender el color cambió. “Uno puede producir cosas, yo pinto con dos colores, o con un color. No es necesario dos colorines como digo yo”, afirma con humor.
Su paleta se volvió consciente, reflexiva. Primero blanco, negro. Luego azul. Después verde. “Volví a entrar en la etapa del color, pero ya con más conciencia”.
El dominio del color, de hecho, fue reconocido desde sus años de formación en Alemania. Su profesor lo llevó como ejemplo frente a los estudiantes más avanzados. “Me decía: tenemos un pintor delicado y fino. Ese sentido del grupo, decía el español. Se refería a toda la escuela”.
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A pesar de los elogios, Riveros no cree en la genialidad precoz. “Yo no soy de los que creen que madurará un joven, que ya sea grande, con veinte o treinta años... Eso es tropicazo”, sentencia. Lo que vale es el tiempo. La repetición. “Necesitas pintar treinta, cuarenta, cincuenta años para empezar a dar mejor cosa, mejor producto”.

Alemania y el orden
Su paso por Europa lo marcó profundamente. Estuvo en España, sí. Pero fue en Alemania donde su cabeza “se despertó”.
Allá encontró museos en cada ciudad, galerías por montones, y mucha disciplina. “Me aportó orden, me aportó paciencia, me aportó conocimiento... Me aportó todo lo que se le puede aportar a un ser humano para que sea grande”.
Y también le dio perspectiva. En su juventud, Riveros había leído el Universalismo Constructivo. Cuando llegó a Alemania, todo encajó. “Empecé a tener más comprensión... Eso me llevó al orden, a no seguir en ‘la vaca loca’ que había por acá”.
A sus alumnos, siempre les enseñó eso: orden, precisión, criterio. Hoy, aunque no enseña en las aulas, sigue transmitiendo con sus palabras y su obra. “Todo lo que yo diga, lo estoy diciendo en el sentido de que la gente aprenda. Porque las personas que oyen y aprenden, progresan”.
Volver a los bocetos
Desde hace algunos años, Riveros ha retomado sus bocetos hechos en los años sesenta y setenta en Alemania. Los conserva con cuidado.
“Muchos de ellos los hice en papeles, maderitas, hasta en envolturas de chocolate”, dice.
Algunos los botó en su momento, sin imaginar que un día serían parte vital de su producción.

“Ahora la gente se interesa por eso, ¿verdad? Y yo boté cantidades... Me duele mucho haber botado tantas cosas”.
Pero conserva muchos. Y los transforma en obras nuevas, en piezas que dialogan con el presente. “Ahora voy a hacer este cuadrado en un lienzo de un metro por metro, o de dos por dos. Y así”.
Para Riveros, el boceto es como un puente entre el pensamiento y la tela. “Eso es lo que me trae a la mente, y a esa es la que debo obedecer, no a la mente de otras, sino a la mía”.
El artista como canal
Cuando se le pregunta cómo mantiene la mente clara, responde sin rodeos: “Yo tengo que tener claridad mental. No puedo andar con algo abajo”. Esa claridad, dice, se construye también leyendo, reflexionando. “Yo empecé a tener claridad cuando empecé a leer las declaraciones. Leí el libro del Universalismo Constructivo cuando era estudiante”.
No se cree dueño de nada. Se ve como un instrumento. Un canal. “Yo soy simplemente eso: un puente... Un puente entre eso que está empujando y yo. Para que tengamos mayor desarrollo en Barranquilla, o en Bogotá, o en donde yo esté”.
Y mientras tanto, trabaja. “¿Querías ser pintor? Trabaja, y trabaja, y trabaja”, se repite.
Un legado para el Caribe
La conversación va llegando a su final. Se le pregunta cómo quiere ser recordado. La respuesta es clara: trabajando.
Hace menos de tres años llegó a Barranquilla, y muchos no lo conocían, pero ahora llama la atención de los amantes del arte.
Al maestro Riveros le gustaría que su obra sirviera de ejemplo para la juventud, que inspire a otros. “Me encantaría que mi trayectoria sirviera de ejemplo para la juventud. Eso me gustaría mucho”.

Y por eso está aquí, para crear, para servir, para expandir el arte como una posibilidad. “Lo importante es que ustedes sepan que yo vine a Barranquilla para crear y para servirle a la ciudad, eso es lo importante”.
Afuera, la ciudad sigue creciendo, sin pedirle permiso a nadie. Adentro, Jorge Riveros sigue pintando con escuadra, con regla, con la mente clara, y con la certeza de que el arte, como la vida, es una construcción lenta y precisa.
Exposición en Sao Paulo, Brasil
El artista se encuentra presentando una exposición en la Galería Zielinsky hasta el 30 de abril. Llamada ‘Elementos’, presenta un cuerpo de obra que incorpora formas geométricas con el simbolismo de las culturas prehispánicas.
Los signos de estas iconografías del orden cósmico se fusionan con la abstracción geométrica pura de su periodo europeo: rectángulos, triángulos, círculos y semicírculos parecen equilibrarse dentro de diversas estructuras totémicas.