El mundo ha despedido a una de las voces más humanas del siglo XXI. Con la partida de Francisco, el primer papa latinoamericano, se apaga también una mirada crítica pero nunca desinformada sobre el rápido avance de la tecnología.
Desde el Vaticano, Jorge Mario Bergoglio se convirtió en un referente ético que no temía hablar de redes sociales, celulares o inteligencia artificial, no para rechazarlas, sino para exigirles un rostro más humano.
A lo largo de su pontificado, Francisco fue enfático: “la tecnología debía ser un puente, no una barrera; una herramienta, no un sustituto del corazón”. El Papa llamó a no perder el sentido de la presencia. “Estamos hiperconectados, pero muchas veces deshumanizados”, dijo alguna vez en la Plaza de San Pedro.
Su pensamiento se resumía en que no usaba celular. En una conversación íntima con jóvenes para el documental Amén. Francisco responde , producido por Disney+, les confesó, casi con picardía, que no tenía teléfono móvil.
“No tengo. Nunca lo usé. Me lo dieron cuando fui nombrado obispo, pero lo devolví después de una llamada a mi hermana. Era grande, pesado, como un zapato”.
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Para un pontífice que dirigía a más de mil millones de católicos en el planeta, renunciar al teléfono personal era como un acto simbólico. Francisco prefería la voz directa, el rostro sin filtros, el silencio que escucha. Y aunque no usaba celular, comprendía su impacto.
Delegaba el manejo de su cuenta de X a sus colaboradores @Pontifex, en varios idiomas, porque entendía que la Iglesia debía estar presente en la plaza pública digital. Pero él mismo no escribía, no posteaba, no se enredaba en la marea diaria del algoritmo.
Tampoco ignoró los riesgos del mundo virtual. En distintas intervenciones, advirtió sobre el “vacío emocional” que pueden causar las redes sociales cuando se convierten en el único espacio de socialización. Habló del “ruido” que impide el encuentro, de los “muros invisibles” que se levantan cuando preferimos mirar una pantalla que a los ojos de quien tenemos al frente. “Las redes deben ser caminos, no laberintos”, insistió.
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Su visión sobre la inteligencia artificial también fue clara. Francisco no temía a los avances científicos, pero sí a la ausencia de ética en su desarrollo. Propuso que los algoritmos se guiaran por principios de dignidad humana, justicia y bien común. En su última Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, pidió una inteligencia “humana y responsable”, que no anule la libertad ni sustituya la conciencia.