Estaba sentado en la sala de su casa, vestido de blanco, pero sin la sotana, muceta y el tradicional solideo con el que ha personificado al papa Francisco durante más de diez años.
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Esta vez era solo Mario Tarud, el barranquillero, abogado y politólogo que como muchos en el mundo ha lamentado el deceso de uno de los pontífices más queridos de la historia.
El silencio, que intentaba apoderarse del momento, no se sentía del todo. Lo rompían los pitos de los carros y el ruido constante del alto tráfico que pasaba justo al frente de su casa ubicada en el barrio San Vicente, en el norte de la ciudad.
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Detrás de él, colgado en la pared como siempre, estaba el Cristo que compró su padre hace 50 años por 16 pesos. Un cuadro que había visto de todo: nacimientos, duelos, rezos. Y ahora, también, notaba la tristeza por un papa que se fue, y que él sentía tan suyo, como si lo hubiese conocido de toda la vida. “Soy Mario Tarud y represento al papa Francisco desde el 2014, pero la conexión viene desde antes”, fueron las primeras palabras que soltó frente a la cámara de video.
Todo comenzó el 16 de marzo de 2013, apenas tres días después de la elección del primer papa latinoamericano. Fue durante el cierre del Carnaval de Barranquilla, donde su sobrina Daniela Cepeda Tarud, encabezó la festividad de ese año y él la acompañaba como siempre. Entonces, una mujer se le acercó y le dijo que se parecía mucho al nuevo papa.
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Y es que con su rostro redondeado, los lentes clásicos de marco delgado, la calva con cabello blanco en los costados y sobretodo, la sonrisa cálida y cercana, evoca con fuerza la expresión serena y carismática del pontífice argentino.
Así que él no lo tomó como un chiste ni una coincidencia. Lo vio como una señal. “Las cosas no pasan porque sí. Todo ocurre por algo y para algo”.
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Desde entonces, empezó a investigar. Quiso saber quién era ese hombre vestido de blanco que, con acento porteño, hablaba de amor, de justicia, de los pobres, de una Iglesia más humana. Y entre más leía, más se reconocía en él.
“Me gustó tanto su forma de ser, su forma de pensar, que como buen barranquillero, como amante del Carnaval, decidí rendirle un homenaje, pero a lo barranquillero. No como burla ni parodia, no como sátira, sino como un acto de profunda admiración”.
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Caribeño y alegre
Así nació el ‘Papa quillero’, un apodo que como él recuerda, nació de un titular de EL HERALDO durante la Batalla de Flores 2014. “Ese nombre no fue invención mía, fue creado por este periódico”.
Sin Vaticano, pero con alma popular, cambiando un papamóvil por un motocarro y siendo fiel hincha de Junior y no de San Lorenzo, la gente lo aplaudía, lo saludaba, lo pedía para las fotos cada vez que se paseaba, no por la Plaza de San Pedro, pero sí en la Vía 40.
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“El Papa Quillero es eso: una encarnación criolla, costeña y orgullosa. Quisimos jugar con lo que tenemos aquí. Francisco vivió con alegría y demostró que su energía es compatible con la actividad religiosa que desarrollaba. No era un papa acartonado, era un papa como yo lo llamo, caribeño”.
Esa filosofía de la sonrisa lo marcó: “Yo me crié viendo jerarcas serios, distantes. Él rompió el molde. Hasta su vestimenta la transformó. Blanca, sí, pero más sencilla. No usaba los zapatos rojos, ni el anillo ostentoso. Demostró que la vida se vive sin tanto misterio, sin tanto ritual. Simple. Siempre traté de rendir homenaje al lado alegre del papa Francisco”.
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Una conexión temprana
Mario no solo ha sido papa para el carnaval. Ha sido invitado por colegios, fundaciones, incluso por la misma Arquidiócesis de Barranquilla. “Nos han llamado a caminar con ellos, a llevar un mensaje, a mostrar que el respeto, la alegría y la fe pueden ir de la mano”.
Y ese mensaje también lo ha escrito. En 2005, antes de que Bergoglio siquiera asomara su nombre al Vaticano, Mario escribió el libro Los Buenos Días: Convivencia humana hoy, aquí y ahora.
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“Ese libro tiene muchos puntos en común con lo que después diría el papa Francisco. No lo escribí pensando en él, pero terminó siendo un espejo de lo que él representaba. Nuestro parecido no solamente era físico, sino conceptual”.
Detrás del personaje carnavalero del ‘Papa Quillero’, hay un politólogo. Y detrás del politólogo, hay un hombre que comprendió que la política también se hace desde la alegría, el respeto y la convivencia. “La política del Papa Francisco estaba fundamentada en que la paz no es simplemente la ausencia de guerra”.
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Su política fue de construcción: de diálogo, de fraternidad, de transformación. “Esa transformación se inicia desde el mismo individuo, esa transformación personal para lograr la transformación universal”.
La sotana está colgada
La sotana blanca está colgada. Esta semana, Mario ha hecho un receso. Uno necesario, porque estos días, como él mismo dice, “estamos viendo lo que va a venir con el legado del papa Francisco”.
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Y si bien su personaje es mundialmente reconocido, hay algo que nunca se ha dicho lo suficiente. Y es que la representación fue siempre desde el ser humano, no desde la figura institucional.
“Nosotros no quisimos entrar en el personaje de la Iglesia. No usamos símbolos religiosos, por respeto”.
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Por eso, esta semana no hubo sotana. Esta semana hubo silencio. Un silencio lleno de recuerdos, de sonrisas, de esperanza, porque el legado de Francisco, como la brisa del Caribe, no se ve, pero se siente.