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“Profe ‘Lore’, me pasa un vaso de agua, por favor”, decía un pequeño de siete años, mientras Lorena Díaz, se disponía a contar su historia.

Allí, en la carrera 7 No. 20-31, en el sector de La Cangrejera, en La Playa, se construye cada día una labor admirable protagonizada por una mujer que a punta de sacrificio ha sabido labrar lo que considera una verdadera misión de vida.

A sus 50 años, no es una mujer con grandes riquezas, ni posee títulos académicos que la avalen como educadora. Sin embargo, nada de esto la define, pues, ha sabido convertir la sala de su hogar en el salón de clases de 70 niños no escolarizados del sector.

Llegó a Barranquilla hace siete años, tras haber vivido buena parte de su vida en Venezuela. El retorno a su tierra natal no fue fácil, pero ella, junto a su esposo, decidió que su camino en La Cangrejera sería distinto y que estaría bajo el nombre de ‘Fundación Misión Alfarero’.

“Cuando llegué aquí, vi la oportunidad de ayudar a los niños”, recuerda Lorena, sentada debajo de un árbol de Trupillo en el que pone algunas sillas para que los pequeños disfruten del recreo.

“Empecé atendiendo a diez niños que estaban desescolarizados. Aunque no soy adinerada, pues me dedico a reciclar y a vender ropa de segunda mano que recojo entre amistades. Allí decidimos darles almuerzo a esos diez niños con lo poco que teníamos”.

Lo que comenzó como un acto de generosidad a pequeña escala rápidamente se convirtió en una “bendición para todos”. Los diez niños se convirtieron en veinte, y luego en treinta. El pequeño hogar de los Gutiérrez Díaz pronto se desbordó de vida y también, desafortunadamente, de agua.

“Nuestra casa se inundó. La Cangrejera tiene problemas de inundaciones, y en plena clase, con los niños, tuvimos que movernos a la casa de enfrente. Una señora muy amable nos la prestó, pero después la necesitó y nos la arrendó por 150 mil pesos al mes. No fue fácil porque no tenemos un trabajo estable”.

Con esfuerzo y sacrificio, la familia logró levantar nuevamente su casa. Las paredes aún están sin terminar, pero se ha tejido una red de apoyo con la que también logra alimentar a los menores cada vez que puede.

“A esos 70 niños les damos almuerzo todos los días. Hago rifas, recojo ropa de segunda mano y organizo pulgueros para venderla a bajo costo. Así es como logramos sostener todo esto”.

Josefina Villarreal/El Heraldo

Transformación social

Los niños jugaban, corrían y posaban para algunas fotos. Ya casi se acercaba la hora de la salida, pues, están con la ‘profe Lore’ de 7:00 a.m. a 1:00 p.m. Lorena, sin ser maestra, les enseña lo básico: a leer, a escribir y a contar.

“No soy profesora, pero los niños salen de aquí preparados como si estuvieran en un colegio”, reflexiona.

Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos, la realidad de la marginalidad se impone. Los adolescentes que han crecido en la fundación se enfrentan a un futuro incierto.

“Cuando cumplen 12 años, no los puedo seguir teniendo aquí mezclados con los pequeños. Cualquier día me dicen: ‘profe, Lore, ¿y ahora qué hacemos? No logramos estudiar, pero sabemos lo que usted nos enseñó’”.

Para esos jóvenes, Lorena ha creado un colectivo llamado ‘Jóvenes Libres de Depresión’, un espacio en el que pueden continuar aprendiendo y encontrando su camino en un mundo que, muchas veces, les ha cerrado las puertas.

“A ellos les enseñamos cosas como evitar los embarazos a temprana edad, no al consumo de las drogas. Tratamos de darle arte, cultura, que yo pienso que Dios me dio toda esa fuerza para decir, yo les puedo enseñar esto a los chicos sin ser toda una profesional”.

El abrazo de gratitud

“Nosotros queremos mucho a la profe, Lore”, dice Arantza de 6 años de edad. Al preguntarle la razón, responde: “Ella nos da todo aunque a veces no tenga”.

Y es que su vida ha sido una constante lucha para asegurar que los niños a su cargo nunca pasen hambre. Los sábados se convierte en vendedora ambulante, recorriendo las casas con empanadas y sopas que prepara para vender y así reunir lo necesario para alimentar a los pequeños el lunes.

“Cuando les digo a los niños que hoy no hay clase porque no tengo almuerzo, ellos siempre están aquí, aunque no haya comida. Y eso me tranquiliza, pero cuando no, me siento mal. Pero aunque los recursos sean escasos, siempre lucharé para que todos estén bien”.

Josefina Villarreal/El Heraldo
Una mujer brillante que desea más visibilización

Gracias a esta loable labor, Díaz, fue galardonada por Gases del Caribe con el reconocimiento de ‘Mujeres Brillantes’.

Allí, se inscribieron 700 mujeres con historias de vida que brillan por su valentía y dedicación, haciendo una diferencia palpable en las comunidades a través de proyectos sociales innovadores y transformadores en los departamentos de Atlántico, Magdalena y Cesar, zona de influencia de la empresa.

“Fue muy hermoso porque jamás me imaginé pasar por una alfombra roja en donde se estuviera reconociendo mi labor”. Sin embargo, la mujer es consciente de que en muchas ocasiones necesita que ese apoyo se multiplique para que sean menos los niños desescolarizados. “Mi visión a dos años es acoger a más niños. Espero estén en un colegio y nosotros podamos seguir como fundación, brindándoles el comedor, brindándoles el refuerzo y que se sientan cómodos. Y también acoger a sus padres porque si tú no educas al padre, no puedes educar al hijo”.

Es por ello que invitó a quienes deseen donar, comida, ropa o dinero puedan contactarla a través del número 3052806339. “Seguiré con mi misión hasta que Dios quiera”.