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Al llegar enero, el dolor retorna a las entrañas del corregimiento de Chengue y no entra en burro ni a caballo. Se siente en el aire denso que envuelve al pequeño poblado, en el que el lamento se suspira bajito, comiendo aguacate y haciendo llorar a una gaita que canta triste su tonada.

Aunque el paisaje emula al verde de la esperanza, las fiestas de fin y bienvenida de año nuevo no son las mismas a las de hace 18 años, antes de que el 17 de enero de 2001 la masacre de 27 personas dividiera en dos la historia de este corregimiento de Ovejas, en los Montes de María.

El pueblo está esperando la importancia que merece para aliviar, así sea de a poco, la nostalgia que les ha tocado sudar. La violencia se ensañó contra Chengue, poniéndole arriba de su cruz un estigma que al cumplirse la mayoría de edad de esa cruel irrupción no ha sanado por mucho que se cuente y cante.

A la par de la sanación construyen el libro de la memoria histórica en el que estarán consignados los desniveles que ha tenido el proceso de reparación colectiva que aún no llega y también el relato de aquellos que han floreteado la agonía de ser víctimas.

'Ahí estará todo lo relacionado con lo que pasó aquí. Es un libro que tiene que ver con los altos, bajos y medios de lo que le pasó a Chengue con esa masacre de lesa humanidad que dividió a la comunidad', dijo Alejandro Oviedo Meriño, quien resume el libro de esa manera, pero el objetivo del voluminoso registro traspasa las montañas de los Montes de María.

Desde que fue testigo y sobreviviente de aquella madrugada del horror que no teme recordar, siente que tiene el alma perforada como el cardón que usan para fabricar las gaitas que abundan en la región. Le mataron familiares, amigos y vecinos, pero no pudieron arrancarlo de la tierra a la que le rinde tributo.