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El ponerse las botas, el chaleco de protección y un blindaje en el espíritu es el ritual que demuestra la templanza del sargento segundo Levis José España Martínez. En cada paso que da en los centímetros de un campo que presuntamente está contaminado con minas antipersonales su aguerrido carácter se pone a prueba.

Así ha sido desde hace doce años cuando comenzó a integrar una compañía de desminado en el 2006. Sin embargo, sus primeros encuentros con las temibles minas datan de muchos años atrás.

Uno de ellos fue en una operación militar en Zambrano (Bolívar) cuando rescataron a un rehén en poder del otrora frente 37 de las Farc. La tropa que comandaba quedó atrapada en un campo minado que a él le tocó desactivar.

Sus conocimientos en este tipo de explosivos lo han perfeccionado los años, los mismos que han menguado su miedo al enfrentarse a estos artefactos a los que más que nada les tiene respeto.

'Lo que tiene que ver con explosivos es una actividad de alto riesgo, pero los conocimientos adquiridos te van dando la experiencia, la que te da la seguridad de que puedes hacer el trabajo de la mejor manera con la sensación que todo va a salir bien', expresó.

Ser parte del desminado humanitario que desarrolla la Armada Nacional en los Montes de María y el Golfo de Morrosquillo, en Sucre, significa para él salvaguardar la vida y la labor de los campesinos que trabajan su tierra.

'Recuerdo que en el 2003 estábamos desayunando en el campamento y cuando un compañero se movió pisó una mina. Al explotar perdió un ojo, la mano y la pierna derecha. Fue la primera vez que me enfrenté a este flagelo de las minas y las secuelas que dejan. Con impacto, pero por el instinto de supervivencia, lo trasladamos al hospital. Me nació dedicarme a eso', rememoró.

Se puede decir que es un hombre de pasos seguros, lleno de confianza en cada pie que pone en el terreno. Y es que la experiencia no se improvisa y si de seguridad se trata él sí que tiene mucho que contar.

Toda esa energía la desborda cuando alza la mano y grita 'líder' al hallar una mina. Cuando esto sucede comienza el proceso de inspección que puede durar un tiempo indeterminado.

Por eso, cuando es llamado a campo en el que las labores duran ocho horas diarias bajo una temperatura de hasta 40°C se aferra a Dios como su único amuleto. 'Creo en Dios y antes de hacer algún procedimiento le pido a él que todo salga bien', relató.

Con esa fe que le ha regalado el tiempo y con todas las normas de seguridad del caso pisa la tierra que espera por su limpieza. Esa misma fe se la ha transmitido a su familia, incluyendo a la esposa, para que oren por él y se sientan tranquilos cuando esté en su heroica labor.

'Todas las personas cuando les hablan de explosivos entran en shock, pero concientizamos a nuestras familias que esto es un trabajo como los demás. Es más seguro que cualquier otro trabajo como un repartidor de pizza, ebanista o constructor', contó.

En cada misión se echa a su espalda hasta 25 kilogramos de peso que carga en el bolso donde lleva tijeras de podar, jardineras, palas, brochas, señales de demarcación y el detector de metal, los elementos necesarios para cumplir con el protocolo de desminado y devolverle la tranquilidad a la gente.

Esa misma gente que vive en los Montes de María, territorio propicio para la siembra de tabaco y aguacate, que está siendo explorado por 203 hombres que con botas y camuflados se internaron en el verde espeso de esta región en búsqueda de los artefactos explosivos que hablan del pasado violento que la golpeó.

Son los uniformados que hacen parte de la compañía de desminado humanitario, acción que en el departamento de Sucre se cumple en por lo menos siete municipios que otrora fueron epicentro de las barbaries que solo la guerra puede contar.