Compartir:

Llegar o salir de Sucre (Sucre), al sur de este departamento, en la región Mojana, es sinónimo de sacrificio. Sea por turismo o por mera necesidad familiar, médica, comercial o de cualquier otra índole, pisar o dejar la llamada Venecia de Colombia es una travesía de principio a fin.

Leer más: El Salvador proyecta un malecón de 14 kilómetros, inspirado en el de Barranquilla

Es, para los de mente inquieta, vivir sin resignarse a una pregunta de respuesta incierta: ¿hasta cuándo este pintoresco pueblo donde habitó el nobel Gabriel García?

En la plaza principal de Sucre (Sucre), que combina la arquitectura gótica de la iglesia de la Santa Cruz y los altos balcones en art déco y neoclásicos, ya hay movimiento a las 4:00 de la mañana. Ventas de productos típicos como buñuelos, arepas y chicha a base de arroz son el primer plato que encuentran quienes descansan sobre el muro del recién remodelado malecón, o al frente, en una terraza, para esperar un cupo que los lleva a tomar una embarcación con rumbo a Magangué (Bolívar) o Sincelejo (Sucre) como destino final.

El viaje lo toman tanto propios como foráneos. Una treintañera de gafas, de cabello negro y largo ha puesto un banquito y una silla en plena calle. Saca un talonario y un lapicero, y su oficina ya está abierta. Vende a 35 mil pesos el tiquete que da derecho a viajar por flota, con capacidad para unos 80 pasajeros, que algunos llaman Transmilenio, y aventurarse a navegar por el caño Mojana sin que pasajero alguno porte chaleco salvavidas.

CortesíaSin reparo alguno los viajeros en flota desde y hacia Sucre (Sucre) se han acostumbrado a transitar por el río Magdalena sin llevar chalecos; prefieren navegar que tomar la peligrosa carretera en mal estado.

Después de comprar el pasaje, hay que recorrer unos 3 minutos en un mototaxi que cobra 3 mil pesos por llevar hasta el embarcadero, que no es más que un playón en el que a veces se ven linternas de celular. Los mototaxistas usan la luz de su vehículo para cobrar y dar el vuelto.

Parece increíble que, ante tanta demanda de viajeros, no haya una sola luminaria fija que facilite caminar sin el riesgo de caerse, más porque bajar hasta la flota se hace por unos escalones escarpados a punta de tanta pisada, y tan peligrosos que una caída podría ser mortal: golpearse contra las embarcaciones o caer al caño.

Ver también: Así conoció Rey Ruiz a su esposa, Sonia Machado: “Ella era la que me invitaba”

Una estrecha tabla entre la tierra y la flota permiten entrar. Poco antes de las 5:30 de la mañana, con más oído que vista, una advertencia: “Súbase, que ya está casi”, dice un espontáneo.

En Sucre (Sucre), madrugar es cosa del día a día. Esta forma de salir del pueblo, la fluvial, no se hace directamente en el malecón, frente a la plaza fundacional porque, para este mes el caño está muy bajo en ese punto y la navegabilidad es casi nula, por eso hay que ir hasta San Antonio.

Antes de las 6:00 a.m. el conductor sigue luchando con el motor. Ha habido dos intentos de encenderlo, hasta que se mantiene. De pronto aparece una mujer con una linterna en la mano. No es la encargada de nada, sino una habitual y prevenida pasajera.

Tan temprano, mientras unos intentan completar el sueño interrumpido, suena La morrocoya, de Miguel Durán, y el ambiente se siente más pueblerino, remoto y auténtico.

Atractivo paisaje

La flota ha dejado el puerto y sale cautelosa por la mitad del caño. Aparecen los primeros destellos de sol, aunque muy discretos para predecir si se atreverá a salir con toda su fuerza. Empiezan los coloquios entre compadres, un gallo, que también va de pasajero, canta seguido, y el viaje ha tomado forma.

Con la tenue claridad y por la lentitud de la marcha, parece que se iniciara una expedición en la que el paisaje no le hace justicia a los 35 mil pesos del tiquete. Tanta exuberancia natural no puede ser tan barata.

Le sugerimos: Mhoni Vidente reveló que estos cuatro signos tendrán más suerte con el dinero en marzo, tras el Eclipse Lunar

A lado y lado del caño, en las partes altas, se ve una que otra casa, familias prendiendo sus hornillas, niños uniformados listos para ir al colegio, o gente de pie, con morrales y bolsas, en señal de que esperan que la flota se orille para incorporarse al grupo de viajeros.

Antes de que se escuche la primera queja, se oyen risas, cuentos, coplas y hasta se habla de desamores.

¿Cómo es que salir del pueblo en condiciones tan difíciles no es motivo de malestar? La respuesta no está tan remota: en la Mojana, particularmente en Sucre, vivir aislado de los centros urbanos se compensa con la riqueza ecológica; es ser dueño de una fauna incomparable, de monos titíes que cuelgan de los árboles, de babillas que asoman sus ojos en el agua o reposan en las orillas, de ganado bien nutrido por buen pasto, de la variedad de aves, azulejos, gavilanes o garzas que aparecen cada tanto. “Este viaje es cansón, pero es mejor aquí [en la flota] que por el Cauchal”.

Un suplicio llamado El Cauchal

Tres horas después del paciente recorrido por el río Magdalena, Rafael Herazo, de 70 años, que viaja con su esposa Elenis Bohórquez, se ve cerca de su primer destino: Magangué. La despierta, charla con ella, se alistan para bajar. Su EPS les ha costeado el viaje para que él se haga ver del médico.

Irse por tierra habría sido “muy matón, llega uno empolva’íto”, dice este agricultor. Al llegar a Magangué solo le faltará media hora y 30 mil pesos por cabeza para llegar a Sincelejo en taxi expreso.

Desde hace más de 20 años está escuchando que arreglarán la vía entre Sucre (Sucre) y El Cauchal (San Benito Abad), también conocida como la Transversal de la Mojana.

La vía a El Cauchal es un suplicio de más de 56 kilómetros destapados, llenos de huecos, o bateas, como se les conoce en la zona, donde nadie desea ir detrás de nadie para no tragarse el polvo amarillento que a veces nubla los parabrisas obligando a parar por completo.

Viajar por tierra entre la capital sucreña y Sucre (Sucre), pasando por El Cauchal, vale 70 mil pesos en cabina, o 40 mil pesos en un platón de camioneta adaptada con asientos a lado y lado. Entre Sincelejo y Sucre (Sucre) hay casi cinco horas. El tramo más traumático y desesperante es el de El Cauchal y La Guaripa, casi dos horas, y a veces más, en los que los hierros de los carros crujen sin parar.

CortesíaCarreteras en mal estado en Sucre-Sucre.

Actualmente está en marcha un proceso de adjudicación por más de 144 mil millones de pesos de la Nación a través de Findeter-Invías.

Mientras el inicio de la obra se hace realidad, toda conexión con los centros urbanos de los departamentos de Bolívar y Sucre será más llevadero por agua. Aunque sea lenta, aunque lleve casi tres horas, aunque la vida se vaya en días de sueño perdido.

Le recomendamos: Mueren tres integrantes de una familia mientras excavaban un pozo en Minca

Los nativos de Sucre (Sucre), que deben viajar a otras partes a realizar diligencias, analizan bien por dónde transportarse de acuerdo con la actividad a realizar, pues el tiempo es un factor que juega en su contra, máximo en la temporada seca cuando los cuerpos de agua no permiten la navegabilidad.

“Nosotros en efecto somos ese Macondo del que habla Gabo. Aquí pasa de todo y no pasa nada. Tenemos mucho que mostrar de la vida y obra de Gabo en este pueblo, pero no tenemos los medios de transporte necesarios para que los turistas vengan cómodamente a conocernos y nos desarrollemos en ese aspecto. La vía ha sido una súplica de años y aún no se hace realidad. Ha ido de promesa en promesa”, dice un líder.

Pese a estas incomodidades, hay turistas que llegan, y más ahora con la construcción del Malecón Macondo, una obra en honor al Nobel.

Este Malecón alimenta la Ruta Garcíamarquiana que también vincula al municipio de Sincé y Aracataca, en Magdalena.

El Malecón Macondo empieza en el primer piso de la Avenida Primera de la localidad, hasta la vista imponente del caño Mojana. Es un espacio que invita a los visitantes a caminar entre los relatos del Nobel y la riqueza cultural que guarda la región Mojana.

Isidro Álvarez, de la Fundación Pata de Agua, indicó que al municipio de Sucre (Sucre) llegan alrededor de 400 visitantes, de los cuales el 45% son turistas internacionales, atraídos por la historia y el legado de Gabo.

El Malecón Macondo posee 7 esculturas y murales artísticos que transportan a los visitantes a las páginas de Crónica de una muerte anunciada y La Marquesita de la Sierpe, y que evocan el universo de Gabo, hasta el recorrido por los senderos que conectan la obra con su riqueza natural.