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Después de nueve años en órbita alrededor del Sol y el descubrimiento de más de 2.600 planetas fuera de nuestro Sistema Solar, la Nasa anunció esta semana que el telescopio espacial Kepler terminó su misión. 

Imaginado hace 35 años, en un momento en que no se conocía ningún planeta fuera del Sistema Solar, Kepler tenía como cometido descubrir planetas similares a la Tierra, es decir, de tamaños comparables, rocosos y no gaseosos, y a una distancia ni demasiado cerca ni demasiado lejos de su estrella.

Es la distancia a la que el agua líquida podría, como en la Tierra, estar presente en la superficie, y por lo tanto susceptible de albergar vida. 

De acuerdo con las observaciones de Kepler, los astrónomos ahora estiman que entre 20% y 50% de las estrellas visibles desde la Tierra en la noche probablemente tengan pequeñas Tierras en sus órbitas a una distancia donde los lagos y los océanos pueden en teoría formarse. 

Como lo hizo Kepler varios telescopios se encuentran en estos momentos analizando diferentes características del Espacio y algunos han provocado algunos sustos a los ingenieros en tierra al entrar en ‘modo seguro’ por alguna falla, mientras que otros apenas empiezan su proceso de captura de información. 

En esto último entra el telescopio espacial James Webb, el más joven. Tiene como misión encontrar las primeras galaxias que se formaron en el universo temprano y, dice la Nasa, observará a través de nubes polvorientas las estrellas que forman sistemas planetarios. Sin embargo, su lanzamiento se ha retrasado y la última información indicó que será hasta 2021 que se dé su viaje al Espacio

En 2003 se lanzó Spitzer, cuyo fin es el de proporcionar una vista infrarroja única del universo y permitirnos mirar dentro de las regiones del espacio que están ocultas de los telescopios ópticos. Sigue en funcionamiento, pero se espera que el próximo año pierda contacto y sea uno menos de las cuatro grandes apuestas de la Nasa en el Espacio.