Benjamín Puche Villadiego fue uno de los sinuanos más importantes de los últimos cincuenta años. Partió este 20 de octubre, en Barranquilla, hacia la raíz de los ancestros. Durante toda su vida investigó los valores culturales auténticos del Sinú y del Caribe.
Los divulgó y los defendió. Y buscó que su trabajo fuera útil y que su verbo fuera palabra y ayuda. Por eso, por ejemplo, se ingenió un alfabeto para enseñar a leer y a escribir a los campesinos.
Un alfabeto hecho con las fuentes nutricias: donde una grapa con las puntas hacia arriba es la u, el garabato es una j, el calabazo es la o, y así sucesivamente. Y por allí, en edición que merece mejor suerte, anda la cartilla que se elaboró con esa propuesta pedagógica.
Benjamín, con sus niños en cruz sembrados en las piernas, se fue de caminata. No los tenía en los bíceps como los terribles peleadores de antaño. Por esto fue un caminante pleno.
Acompañado por Josefina, su mujer, recorrió todo el país. Y no es un simple decir: hoy, por ejemplo, llegaba en la mañana a una reunión a Cartagena; y hoy, también, a mediodía arribaba a dictar una conferencia a Sincelejo; y en la noche estaba en Montería para lanzar uno de sus libros. Al atardecer del otro día se hallaba en Pasto o en Popayán. Y cada vez que podía andaba a pie. A tranco largo. Mochila, maletín o sobre de manila: algo siempre le colgaba del hombro o le ocupaba las manos. Y dentro, una surtida documentación en originales o fotocopias, dispuesta como una bandera al viento.
Trashumante, investigador, escritor, conferencista y polemista, Benjamín Puche Villadiego anduvo como se debe por la trocha de la vida. Su paso no lo disolvía la brisa, por ello fue dejando huella. No sentía cansancio ni experimentaba aburrimiento. Y persistía, con el pocillo de café en la mano derecha, en levantarse temprano, entornar los ojos y mirar cómo ascendía el sol por encima del caballete de las casas. Luego, noventa años de rumbo por la vida.
Con esa fortaleza resistió todos los embates y todas las injusticias. Así lo escuchamos en el XVII Festival de Literatura de Córdoba, el 1 de noviembre de 2009, cuando recibió, de parte de El Túnel, el Premio Goyo de la Cultura. Así lo recordaremos: vivo y siempre en acción creativa.