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El golpe intermitente, casi onomatopéyico, suena familiar. Si se voltea, se comprobará que un amigo de infancia, que solía ser de madera, ahora viene en pasta de colores, y que está en boga nuevamente. Balero, boliche, ticayo, emboque, capirucho, choca, coca o perinola. Latinoamérica entera ha bautizado varias veces a este artefacto originalmente de madera, datado de épocas precolombinas, juguete de todas las generaciones, que aquí, en Colombia, hemos decidido llamar coca.

Desde hace poco menos de tres meses la imagen de un niño concentrado en insertar un mazo en forma de barrilito en un palo redondo ha vuelto a la retina de los barranquilleros. La coca va y viene, como los juegos tradicionales, y hoy puede decir que rivaliza en entretención con artefactos de una era digital que se va entre juegos de Xbox y redes sociales. La coca, el ancestral juego de madera, ha mutado a materiales más económicos que prácticamente han eclipsado a la materia fibrosa de los árboles, pero que reivindican los pasatiempos de siempre, que dominan padres y abuelos, y los hijos de hoy.

Los niños son quienes, especialmente, disfrutan de la entretención del popular juego. Pese a esto, los adultos también lo usan.

En el laberinto que es el Mercado de Granos de Barranquilla, un hervidero de gentes y camiones de carga, todos señalan que William Mejía es el vendedor que aún tiene a la orden trompos de madera. Su puesto de artesanías tiene todo tipo de artefactos elaborados con esta materia prima, menos uno: la coca. Dice que ya no se hacen porque 'la coca plástica ha dañado el comercio de la madera'. Una coca actual ronda los mil pesos, y se puede conseguir incluso en 700, mientras que una tradicional de madera oscila entre los 6.000 y 7.000 pesos, asegura el comerciante.

Vendió esas cocas hasta hace tres años. Ya los proveedores ni siquiera las ofrecen. Lo que queda de los juegos más tradicionales son los trompos que le surte el señor Salvador, un microempresario de Galapa que se los vende al por mayor. William deja cada trompo a mil pesos por docena. Como este juguetico, al son que le toquen, baila, y las importaciones de China han hecho que entre sus ofertas desaparezca la coca de madera, la original. De hecho, en ningún otro sitio de los que visitó EL HERALDO fue posible encontrar una así, como las de antes.

A $1.000, A $1.500, A $2.000… La feria artesanal del barrio Simón Bolívar es la nueva guarida de los niños del barrio. Los chiquillos, desde los cuatro años hasta los 12, aproximadamente, llegan ahí en busca del juguete de moda: la coca.

Juanita Torres tiene mes y medio de estar allí y espera que la Alcaldía le renueve el permiso para quedarse. En su puesto exhibe cocas y ‘taqui taquis’, un artefacto con dos bolitas que, al batirse, crea un ruido parecido al sonido que le da nombre. Esos son sus dos productos más vendidos. Dice que, ahora mismo, el ‘taqui taqui’ tiene más salida, pero ya ha vendido muchas cocas. Las hay lisas y con los colores de la bandera de Colombia. 'Hay de $1.500, y la de Colombia cuesta $2.000', subraya.

Otro puesto de esa feria ofrece unas cocas más caras. Son a 3.000 pesos cada una, las vende Wilson Hernández y cuestan eso porque el mazo que debe encajar viene en forma de balón de fútbol, y, por la fiebre de la Selección Colombia, es de las más apetecidas.

Los niños del barrio, como Álex Daniel Quintero y sus primitas, se reúnen en la noche en sus cuadras para jugar con las cocas. Hacen concursos entre ellos para ver quién es el que más veces logra encajarla. Brandon López, el mejor amigo de Álex, tiene un ‘cementerio de cocas’: más de seis artefactos dañados, que repara para seguir con la diversión de toda la cuadra.

Los ‘taqui taquis’ son otro de los juegos de la temporada.

En el centro, en el norte…. Otra vendedora de apellido Torres, Marlene, atiende un puesto de espejos detrás de la iglesia de San Nicolás. Unas cocas colgadas de una cuerda resaltan en el monótono espacio. Ella asegura que las vende desde hace un mes, a 800 pesos, porque la gente llegaba a preguntarle por el juguete. 'Aunque desde que las traje, no he vendido más', suelta irónicamente.

A un lado de su puesto está Surtinegocios Lo Máximo. Al preguntar por las cocas, una vendedora dice que 'no hay', pero no porque nunca hubiese habido, sino porque están agotadas. Jerson Rúa, el bodeguero, asegura que en un mes se vendieron cerca de 800 docenas del artefacto manual, y que en un día se despachaban cerca de 100 docenas. Los principales clientes eran los mayoristas, quienes compraban cada paquete a $7.800.

Ya a la altura de San Nicolás, en el puesto de los libreros, Giovanny Barrios juega con una coca azul. Sus colegas vendedores de obras literarias lo ‘vacilan’ con su entretención, que llama la atención del lente del reportero gráfico por la destreza de sus movimientos. Giovanny, que hace una década se planta a vender allí, se ríe, y señala el puesto donde consiguió el juguete: justo en la esquina de sus espaldas, donde hay un puesto improvisado con perinolas de colores, cada una a $1.000.

El mismo precio tienen en el negocio ambulante de Jorge Roa, en la esquina de la carrera 43 con calle 35, que es un solo río de colores fuertes con los tonos de las cocas y los ‘taqui taquis’, y que compran por igual niños y adultos, según su oferente. 'En un día bueno vendo 200; un día normal, como hoy, de 50 a 70', anota el comerciante, que como casi todos los revendedores, se provee de un mayorista que, a su vez, las encarga a Medellín, el sitio de fabricación.

Roa, que compra 10 docenas cada dos días, señala que hace tres meses empezó la ‘fiebre’, pero la venta ha decaído un poco desde el último partido de la Selección. 'Pero este vuelve y se compone', afirma tranquilo, pues confía que la coca siga vigente hasta fin de año, y tal vez se convierta en el juguete de las novenas de aguinaldo.

El recorrido termina en el Corredor Artesanal de la calle 72, donde solo Miguel Caballero tiene a la orden los juguetes de moda. 'Las vendo a $3.000, sobre todo a pelaos entre ocho y diez años', dice, mientras muestra su edición, la tricolor, una de las más solicitadas.

Se acabó la madera para la coca, parece cierto, pero la coca sí tiene ‘madera’ para seguir divirtiendo a los niños, sin importar la generación, y demostrarle al Wii y al Nintendo DS que, sin un gran disco duro, suele asestar golpes contundentes, que encajan en una infancia que aún sigue vigente para los adultos.