Santiago Posteguillo tenía apenas seis años cuando sus padres lo condujeron ante el Coliseo romano.
Con esa zozobra de los niños que todo lo ven grande, pasó saliva y se liberó de la mano de los mayores cuando se encontró de frente con esa mole de 57 metros de altura y 189 metros de largo, con más de 2.000 años de antigüedad, en la que más de 50 mil personas apostadas en ochenta filas de gradas gritaron enardecidas durante casi 500 años para que los gladiadores se enfrentaran a las fieras y descuartizaran a las víctimas de turno.
Era un niño, y entender que la vida no había comenzado con él lo estremeció . Por eso volvió a aferrarse a la mano de sus padres, esta vez para que lo condujeran a través del anfiteatro. Con su guía aprendió su primera lección viva de historia. Supo, entre otras cosas, que el emperador Vespaciano lo mandó a construir y que Tito lo inauguró, que las fiestas duraron cien días y que no solo hubo matanzas y espectáculos carniceros en su arena: también alguna vez se celebraron allí obras de teatro y hasta fue un santuario cristiano.
Lo cierto es que lo impresionó de tal manera el monumento en ruinas con veinte siglos encima que a pesar de que intentó acercarse a otras formas de literatura, desde el erotismo hasta la aventura, a los 32 años se dio cuenta de que en realidad solo podría tener un futuro como escritor si se arriesgaba a escribir sobre el pasado.
Recuerda todo ello con su tono reposado de profesor universitario cuando surge, por unos minutos, de la habitación 1109 de su hotel en Bogotá, adonde pasa encerrado las horas libres, dedicado a escribir su nueva novela.
Su primera trilogía sobre la vida de ‘Escipión el africano’ fue un éxito mundial. Ahora vuelve a escribir sobre Roma.
Su capacidad de redacción parece inagotable. Acaba de publicar otro de sus descomunales libros: Circo máximo, la segunda parte de la biografía de Trajano tras Los asesinos del Emperador, luego de que se diera a conocer al mundo literario con una exitosa trilogía sobre Escipión el africano y demostrara con ello la vigencia de la novela histórica y que a nadie le importa leer libros más gordos que los de Petete, de más de mil páginas, si la historia lo amerita.
Desde entonces no puede abandonar el pasado. De hecho, después de escribir la trilogía monumental sobre Escipión el Africano, el oficial que derrotó a las tropas de Aníbal y creó las bases para el nacimiento del Imperio, arrancó con el mismo ímpetu esta nueva trilogía de iguales proporciones, en la que narra la historia de Trajano, el primer emperador hispano de Roma que llevó al Imperio romano a su máxima extensión.
'Tardé seis años y medio investigando y escribiendo la historia de Escipión. La de Trajano me llevó dos años y medio', explica este profesor de la universidad española Jaume I, y además filólogo y lingüista.
Si uno lo observa en detalle, es capaz de imaginar al escritor vestido con una toga romana dando cátedra en las escalinatas del Foro Romano. Porque lo conoce en detalle: 'Hay un capítulo en el que el personaje llega a Singidunum, en el año 94, la ciudad que hoy es Belgrado. Tuve que detenerme para saber cómo era la ciudad en esa época, por qué lado se entraba, cómo eran los campamentos militares. Si fallo, alguien dirá que no soy certero. Solo si no existe el dato, apelo a la ficción. Reconstruyo el pasado para que sea creíble'.
Y en eso radica su éxito: en su capacidad para narrar de forma verosímil hechos históricos y lograr que sus libros voluminosos sean leídos con agilidad.
Porque luego de la investigación se dedica a armar el relato con complejos mapas que saltan en el tiempo y con la estructura de una novela de suspenso que arma luego como un rompecabezas. Un maestro del oficio, aunque él diga otra cosa: 'Soy un artesano que necesitó maduración'.
Lo de Santiago Posteguillo es puro amor a la palabra. Una labor de artesano laborioso que no se rinde. Y la terquedad de un literato al que quince editoriales rechazaron y por ello prefirió estudiar literatura creativa, dictar clases de literatura inglesa y ser profesor antes de acometer de nuevo el oficio literario. Pero que desde entonces no se detiene. Ni un día. Hasta que su amigo más cercano, un psiquiatra, dejó de decirle lo que afirmaba cuando leía sus textos: la fatídica palabra 'aburres' y pasó a decirle que era 'entretenido'.
Tanto, que no para de vender.