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Desde siempre las personas han deseado reír y desde siempre ha habido personas dedicadas a hacer que los otros rían. En las cortes de los faraones, los emperadores y los reyes, había bufones dedicados a divertir a sus soberanos.

Con el pasar del tiempo empezaron a actuar en público hasta dar forma a nuestros circos modernos. De cierta forma, ser payaso es una de las profesiones más antiguas que existen.

Esta tradición, que se esparció por el mundo, se mantiene viva en Barranquilla de la mano de los 45 miembros que hacen parte de la Asociación de Magos, Payasos y Recreadores del Atlántico (Amapar), que agrupa, según expone su presidente Richard Castellanos (o Richard ‘El mago’, por su nombre artístico) a casi todos los payasos y magos independientes de la ciudad.

14 años lleva de haber sido creada la asociación, mucho menos de lo que la mayoría de sus miembros llevan en el oficio de la risa; las razones de su fundación obedecen a que, como ilustra Richard: 'La mayoría de las personas que están inscritas a Amapar viven de esto', y las circunstancias por las que atravesaba la ‘industria del entretenimiento’ a finales de los noventa les forzaron a agremiarse.

'Más o menos para el año 98 estaban entrando a la ciudad muchas empresas de recreación con mucho poder económico y mejores equipos, con los que no podíamos competir', explica Richard. Al constituir el grupo tuvieron la oportunidad de fortalecerse, ayudarse mutuamente y mantener viva la tradición del payaso, tanto de fiesta como de circo, en Barranquilla.

Esta tradición existe a fuerza de imitación, pues la mayor parte de los miembros de la asociación son artistas empíricos, payasos que en su juventud descubrieron una habilidad natural para hacer bromas y que, por casualidad o siguiendo a alguien más experimentado, terminaron ingresando a un mundo de ganancias ocasionales donde no solo el talento, sino también la suerte ocupan un papel importante sobre la cantidad de dinero que llevarán a casa al terminar el show.

Cartuchín asegura que puede cobrar entre $50.000 a $60.000 por fiesta, menos de lo que ganaba en sus mejores tiempos.

Este es el caso de Cartuchín, Alfonso Silva sin el maquillaje, oriundo de Repelón. desde los 16 años se gana la vida haciendo reír a las personas, pues nunca tuvo padre que se la ganara por él, y su madre se fue a Venezuela para ayudar con los gastos de la casa de sus abuelos.

Debajo del sombrero aplastado, que parece el de un payaso vagabundo, tiene la característica nariz roja y un triángulo romo hecho con una gruesa capa de maquillaje blanco que le enmarca desde el filtro hasta la barbilla y la mayor parte de las mejillas, con el cual intenta disfrazar, sin éxito, la acerba expresión que asume su rostro cuando habla.

'Uno como artista no tiene ayuda del gobierno, una vez unos encargados del Ministerio de Cultura me preguntaron qué le diría al ministro de cultura si lo tuviera al frente, ¿qué le voy a decir? Nada, porque eso nunca va a pasar'. Cartuchín asegura que si pudiera dejar sus gigantescos zapatos y su brillante indumentaria archivados para dedicarse a otra cosa lo haría con gusto.

No ha tenido una vida de risas, recuerda perfectamente cómo el 20 de enero del 2002 a eso de las nueve de la noche, el sonido de disparos interrumpió el show que brindaba con su circo itinerante en el municipio de Aguas Blancas, Cesar. La guerrilla estaba tomándose la población en un golpe de plomo y cilindros bomba.

'Todos escapamos a la iglesia', relata con un tono de ansiedad en la voz 'cuando volví al día siguiente al circo vi que tan solo me habían dejado la carpa y los postes que la sostenían'. Alfonso perdió más de 30 millones de pesos en equipos, accesorios y vestuario.

Resulta imposible no preguntarse cómo puede seguir haciendo reír a la gente, más si a lo anterior le sumamos que en el 2004 los paramilitares fusilaron a dos payasos que viajaban con él, acusándolos de encubrir a la guerrilla. Sin embargo, ante la pregunta el payaso responde inconmovible. 'Yo me olvido de todo, el público paga una boleta para divertirse, por eso uno tiene que dejar los problemas atrás'. Quizá Cartuchín no odia la profesión de la que decidió subsistir, sino la violencia del país en el que le tocó vivir.

La realidad del payaso es tan variopinta como los colores de su disfraz, al interior mismo de Amapar existen diferencias importantes en ganancias que se ven reflejadas en una mejor calidad de los vestuarios y cuya causa, o consecuencia, podría ser el sector en que laboran. José Antonio Amaya, Tony Show por su álter ego, es un ejemplo de esto.

Actúa principalmente en el norte de la ciudad, con su trabajo de payaso mantiene la mayor parte de los gastos de su hogar y los estudios de sus dos hijas. Incluso ha podido incorporar la magia a su espectáculo, algo que no muchos se pueden permitir, pues como el mismo explica 'la magia es cara'.

Tony hace parte del grupo de payasos y magos del norte de la ciudad que no solo se pueden considerar afortunados, sino que ayudan a sus compañeros más necesitados de material u accesorios a mejorar su performance.

Raúl Correa ha sido más realista con el tiempo que le dedica a su vida artística; es un payaso de medio tiempo, los días de semana trabaja como vigilante en un edificio y los fines de semana actúa.

Disfruta de esos espectáculos ocasionales -que fueron su único sustento en el momento en que quedó desempleado- sin embargo, la vida mercenaria del payaso no le da la seguridad para mantener una familia.

Como él ilustra,'arriesgarse a vivir de risas es una decisión seria'. Puede ser acertada en algunos casos, trágica en otros.

Nunca sabremos cuando, en el circo o en la fiesta, nos encontraremos con un hombre plenamente satisfecho o angustiado por los problemas de la vida.

Bajo la máscara de maquillaje, cualquiera podría ser el Garrick del poema de Juan de Dios Peza, un payaso que, por entrega a su trabajo, no tenga más remedio que, como reza el título, hacernos reír llorando.