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Era una tradición de todos los años: la noche del 31 de diciembre, a las 12 en punto, en medio de la algarabía de los pitos, las lágrimas y los agüeros, en la esquina de la cuadra empezaba a quemarse el año viejo.

Vestido con ropa donada por los vecinos del barrio, con una figura rechoncha, rellena de trapos, paja, aserrín y pólvora, nombrado en honor a algún personaje o evento destacado de los últimos 12 meses, el muñeco se llevaba los pesares del año que terminaba para hacer borrón y cuenta nueva.

Pero esos eran otros tiempos, y esa, una práctica casi olvidada que ha dado paso a una nueva tendencia: los muñecos de año viejo en miniatura.

El significado. La quema del muñeco no es única de Colombia. En países como Ecuador, Perú y Venezuela también se lleva a cabo, al igual que en otras naciones de América Latina –aunque menos arraigada–, y se cree que su origen se remonta a España.

Adlai Stevenson, periodista y escritor, explica que 'es una especie de transfiguración simbólica en la cual un muñeco que se quema simboliza el año que se fue y le da paso al que viene. El simbolismo del fuego está en casi todas las civilizaciones y culturas y aquí lo que se está haciendo es tomar un cuerpo supuesto –que es el cuerpo de año–, para darle paso a uno nuevo'.

'Es una ceremonia de purificación, de echar a un lado lo viejo con esa incineración y dar paso a un nuevo tiempo', apunta Stevenson.

Sin embargo, la tradición se ha perdido con los años, principalmente por la prohibición del uso de pólvora, inexistente en otra época.

La pólvora no solo se vendía abiertamente en las tiendas sino que además se promovía su uso.

'Había una empresa de café, Almendra Tropical, que regalaba a las comunidades y pueblos unos castillos de fuegos artificiales; una especie de armatoste de unos 15 metros de altura y en cada pedazo había una serie de juegos pirotécnicos de colores. A medida que se prendía uno, se prendía el resto. Duraba como 10 minutos el espectáculo de juegos pirotécnicos', cuenta Stevenson.

'Las campañas de prevención lo han disminuido hasta un nivel mínimo. En las familias hay ahora una visión de ‘no hagas eso que es malo y te puede perjudicar a ti y a mí’; hay esa conciencia', añade.

Además, la proliferación de edificios en lugar de casas, en donde las personas comparten menos con sus vecinos es otro de los motivos que ha hecho que la tradición de muñeco de año viejo, que se hacía entre todos los habitantes del barrio, se vaya perdiendo cada vez más.

La evolución. Frente al cambio en la tradición, una nueva tendencia empieza a tomar fuerza en los hogares colombianos. Se trata del mismo concepto del muñeco de año viejo que se quema para llevarse lo malo, pero en versión miniatura.

Estos se vieron por primera vez en Barranquilla este año en un almacén de cadena, pero en otras partes del país ya se conocía hace algún tiempo.

Catalina Daguer, en Bogotá, empezó a hacer estos muñequitos para revivir la tradición que solía celebrarse en familia.

'Aquí en las ciudades ya es muy difícil porque uno se aísla cada vez un poco más de los vecino y los familiares y está más encerrado. Se vio esa necesidad y se creó un muñequito pequeño con todo lo necesario para que no faltara nada y que el 31 a la media noche se pudiera revivir la tradición del muñeco de año viejo', cuenta.

Su primera temporada navideña con los muñecos fue en el 2009 y hoy en día no solo se envían a todo el país, sino que además las empresas pueden personalizarlos con sus logos para dar a sus empleados o clientes.

Los muñecos son hechos de retazos de tela que sobran de producciones del año. 'Son de algodón para que se quemen fácil y no haya necesidad de agregarle pólvora, gasolina ni nada que pueda atentar contra la integridad de las personas. La latica en la que vienen está rellena de paja y aserrín', explica Daguer. El costo de cada muñeco es de $40.000 pesos.

Por su parte, Ximena Grajales empezó a hacerlos como un regalo a sus seres queridos.

'En mi casa somos una familia bien grande. Cuando nos íbamos a la finca a fin de año todos hacíamos el muñeco grande con ropa vieja y demás. Pero un día ya no pudimos ir más, entonces se me ocurrió esa noche de año nuevo llevarle de sorpresa a cada una de mis hermanas un muñeco chiquitico que había aprendido a hacer y los quemamos esa noche en el jardín de la casa', cuenta Grajales.

Eso fue en el 2011. Les contaron la experiencia a sus conocidos y al año siguiente la gente empezó a pedirles muñequitos, que venden por un valor de $20.000.

'Resulta que es mucha la gente a la que le gustó la idea porque aquí en Bogotá se puede quemar en un balcón, en el antejardín o donde se quiera', dice Grajales, quien elabora los muñecos con dos de sus hermanas a partir de tela que queda de otros proyectos textiles, algodón para rellenarlos y unos granitos de maíz para que exploten de manera inofensiva mientras se quema.

Incluso traen, como los de Catalina Daguer, papel para escribir lo malo del año que se va e instrucciones para quemarlos apropiadamente.

'Es como la domesticación del fuego. El muñeco grande es peligroso, pues es casi a escala natural. Este (el pequeño) cumple la misma labor pero es fácilmente controlable', añade Adlai Stevenson sobre estos ‘añitos viejos’, que retoman una tradición de antaño en una versión ‘mini’ para festejar en casa.