Un estudio científico de la Universidad de Ginebra coincide con el conocimiento ancestral de Gladys Carbal, artesana de San Jacinto, quien afirma con una sonrisa amplia que ‘‘en las hamacas se duerme más sabroso’’.
Ese dormir placentero fue analizado por los científicos suizos que compararon los patrones cerebrales con los de 12 voluntarios del estudio, quienes tomaron siestas cortas de 45 minutos en distintos lugares, unos en hamacas y otros en camas comunes.
En la investigación, publicada en la revista Cell Biology, midieron la actividad del cerebro usando un encefalograma (EEG) y notaron que había una diferencia importante en las ondas cerebrales.
En síntesis, dormir con el balanceo propio de una hamaca aumenta las oscilaciones lentas que sirven de transición entre el sueño ligero y profundo. Ambos registros están asociados con el sueño profundo y una mayor consolidación de la memoria.
Gladys que ahora tiene 62 años, cuando fue madre no necesitó de lecturas cerebrales para descubrir los beneficios de este objeto diseñado para dormir.
‘‘Mi hija Sandra cuando nació lloraba mucho y no dormía ni en la cama, ni en la cuna. Entonces colgué la hamaca, le amarré una pitica y desde mi cama la iba meciendo. Era la única forma de hacerla dormir’’, cuenta la artesana.
Tanto los voluntarios de la investigación europea como el episodio del recién nacido que relata Gladys, experimentaron una estimulación de los ejes o husos del sueño, un tipo de onda cerebral que facilita el paso del sueño ligero al profundo; este último donde se obtiene el mayor descanso y permite la fijación de recuerdos en la memoria.
El neurólogo Fabian Fragozo explica que el cuerpo durante la fase de sueño profundo presenta una frecuencia cardíaca y respiratoria distinta, los músculos se relajan y el mismo cerebro bloquea las señales externas que puedan interferir con su descanso.
‘‘Esa calidad de sueño se profundiza más rápido en la hamaca por ser un lugar placentero para dormir’’, afirma el experto y añade que en periodos de sueño cortos, pero profundos, de una hora o dos horas benefician la recuperación de energías para la mente y el cuerpo.
El neurólogo también señala que a razón del clima y las altas temperaturas de Caribe este artefacto de origen indígena favorece la circulación del aire; en palabras de Gladys: ‘‘en la hamaca se duerme más fresco’’.
Tradición indígena. El nombre procede de la región del Caribe, es una voz taína, familia de la lengua Arawak, que significa árbol. El antropólogo Johnny Meca señala que el significado está relacionado con las primeras hamacas que eran unas toscas redes tejidas por los indígenas con fibras vegetales.
‘‘Las más conocidas son fabricadas en la región de los Montes de María, en San Jacinto, Morroa y Corozal donde habitaron los zenúes’’ y aclara que actualmente son elaboradas por mestizos que aprendieron el saber de sus ancestros.
Por su parte la otra cultura relacionada es la wayuu de La Guajira que teja chinchorros que cumplen la misma función de las hamacas pero se distinguen de estas por ser tejidos en forma de red o malla.
Un mito con el explican los wayuu su tradición de tejido cuenta que una araña llamada Wale’ keru se comió el algodón y luego, desde su boca empezó, a salir el hilo ya torcido (listo para tejer).
‘‘Cuentan que primero enseñó a una sola mujer. Y esa mujer les contó a las demás que la araña les enseñaría si le daban algo a cambio prendas, collares o animales’’, expone el antropólogo.
La primera referencia de este elemento, ahora estudiado al otro la del continente americano, aparece en los registros de cronistas de la época de Colón, los arqueólogos creen que su uso date de hace unos 1.000 años en la cultura arawak.
Este objeto ancestral que cuenta con la aprobación de investigadores de Ginebra, persiste gracias al trabajo de artesanos como Gladys y culturas como la wayuu, entre muchas otras del país y el continente.
‘‘La gente cuando me ve día y noche en el telar, con esa hamaca más grande que yo me dicen: mujer, pareces una araña tejiendo’’ dice Gladys con una sonrisa.
San Jacinto, el pueblo de la ‘hamaca grande’
En este municipio del departamento de Bolívar continúan tejiendo como lo hacían sus ancestros zenúes: con hilo de algodón y en telar vertical construido con madera.
Son muchas las artesanas que como Galdys Carbal amanecen con ‘‘el tinto a la mano y el telar puesto’’.
El proceso inicia tomando las madejas de hilo (rollos) y en un devanador que es una estructura de madera hecha con ‘‘cuatro palitos en forma de x’’, explica Gladys; en ellos se desenrolla el hilo para luego ‘‘echarlo en el telar’’. Los primeros hilos que se ubican de forma vertical sobre el telar son los del fondo, la cantidad depende del ancho y lo tupido de la hamaca a fabricar. El proceso puede tardar entre 4 y 8 días.