Carolina Vanegas, la periodista que le hizo una estupenda entrevista a Paulina Vega en Nueva York para la revista Bocas, escribió: '….es medio costeña y medio cachaca, porque desde los once años vive en Bogotá'. Tengo derecho a la presunción de que Carolina es cachaca integral. A todos ellos les parece que si alguien tiene algo de belleza, talento, imaginación, gracia, alegría, o todas las anteriores, debe atribuirse a que no es caribeño del todo. Con frecuencia lo dicen impúdicamente: 'no pareces costeña'.
Suponen que una estancia de unos años en una ciudad colapsada y con escasa ‘identidad’ como Bogotá empobrece los gentilicios reales, acaba con buena parte de los genes de muchas generaciones, y destruye las claves culturales que en el Caribe son tan definitivas, indelebles y fáciles.
Un caribeño de verdad (hay excepciones, por supuesto) no tiene habilidad para otros idiomas. Ni bajo amenaza aprendemos el rolo o el paisa. Y nunca nos vamos, así nos vayamos. Somos cuerpos extraños en nuestro rol de forasteros y vivimos prendidos de una nostalgia que se rumia mal a golpes de tambor. Y volvemos, tarde o temprano. Repetimos, a veces no solo para morir, el itinerario que los salmones cumplen hacia las aguas fundacionales del primer día.
La cultura, el cuerpo, la belleza, la moda, la música y el baile serán los temas de esta conversación que se arriesga a un formato diferente. No hay manera de ser bella, mujer, caribeña y devota de la música, y eludir esos temas. O de languidecerlos impunemente.
Propusimos una conversación por internet a Paulina Vega, en vísperas de este viaje a Colombia, que la traerá a su ciudad natal esta tarde. Su inteligencia, su frescura, su intrepidez, su vocación recóndita de trasgresora y, al revés, a veces su inocencia, sacaron la cara por una conversación que muchos habrían conjeturado impertinente. Lo Caribe jugó aquí un rol destacado, como desmintiendo aquella atribución cachacal de la revista Bocas. Como aprovechándonos de una interlocución espontánea mediante claves caribes que se sirven hasta de los silencios. Juzguen ustedes.
El recién fallecido escritor uruguayo Eduardo Galeano decía: '...por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar'. Giacomo Leopardi expresó sobre el tema: 'parece un absurdo, pero es exactamente verdadero que, siendo lo real una nada, no hay cosa más real ni sustancial en el mundo que las ilusiones'. Dos preguntas en una: ¿Es usted una utopía de sí misma, que además camina? La ilusión de ganar el concurso fue desde el principio una ilusión, es decir más que una realidad?
Al igual que Galeano, creo firmemente que la meta que nos fijamos no nos genera satisfacción por sí misma si es alcanzada. La meta cobra sentido al generar un proceso, una ilusión de ser alcanzada. La verdadera satisfacción la experimentamos conforme sentimos que nos acercamos a la meta. Es como si esta estuviera hecha no para ser alcanzada, sino para generar en nosotros una ilusión que nos haga crear un proceso que conlleva un sentimiento de progreso. Por eso mismo se la llama utopía, por definición inalcanzable, hecha para que caminemos hacia ella.
Haber ganado el concurso Miss Universo es una pequeña meta cumplida, enmarcada en un proyecto de vida más grande y ambicioso. Esta experiencia entra a formar parte de mi proceso, de mi camino. Ser nombrada Miss Universo no fue jamás un fin último para mí. No me siento realizada, menos mal. Lo que me espera por delante tiene el compromiso de ser aún más significativo.
Cualquiera podría pensar que un reinado de la belleza es algo liviano, una cosificación de la mujer, una exageración de lo corpóreo, de lo banal. Pero no es tan fácil. ¿Cómo puedo yo, por ejemplo, pretender que no hay belleza en usted? ¿Es superflua acaso su belleza, pero no la de una flor, la de la naturaleza, la de la poesía, la de la música, la de la plástica? El que sea tan humana la hace insignificante y superflua? ¿Puede usted, sin acudir al escondedero de la ‘belleza espiritual’, sentirse simplemente bella, sin culpa y sin necesidad de hacerse perdonar por ello?
Si bien pueden existir consensos más o menos universales sobre la belleza de algunas cosas, ¿por qué no podrían existir sobre la belleza de nuestra especie? Sin embargo, como bien lo dice la pregunta, el hecho de ser humano trae consigo una responsabilidad mayor. La caracterización y conformación de cualquier ser humano debe estar estructurada sobre pilares más fuertes y profundos que la simple belleza física.
Aceptamos que la ‘industria cultural’ promueve la evasión de la realidad, asesina la fantasía y la espontaneidad y enmascara las relaciones de poder establecidas. Pero eso no es un monopolio de los concursos de belleza. Así es todo el mundo globalizado contemporáneo. Así es la televisión, la radio, la prensa escrita, los museos, y hasta aquellas cosas que se presumen más serias, como la política. No es un consuelo de tontos, es un rechazo a cierta hipocresía condescendiente. Por lo que yo conozco, usted articula muy poco con la descripción de esas industrias del ocio de nuestras democracias. Usted parece ir por allí como flotando, como prodigando una alegría espontánea, como libre, como aligerándose de los fardos que la vida nos impone a los demás. ¿Cómo logra esa especie de levitación capaz hasta de cambiarle el rostro a estos concursos y a la vida?
En su texto 'La civilización del espectáculo', Mario Vargas Llosa afirma que las sociedades actuales se caracterizan por estar compuestas en su mayoría por individuos que nos queremos divertir permanentemente de la forma que requiera el menor esfuerzo posible. Sostiene que convertir esa propensión natural a pasarlo bien en un valor supremo tiene consecuencias a veces inesperadas. Entre ellas la banalización de la cultura, la generalización de la frivolidad. Los pensamientos del nobel articulan con su pregunta. Un primer paso es estar consciente de las virtudes y de los males presentes en nuestros tiempos para poder desenvolvernos de la mejor manera en ellos, y, con algo de suerte, poder generar un cambio positivo.
¿Cómo es para usted ser caribeña? ¿Cómo asume su lugar en el mundo desde esa identidad cultural de la que no sabemos ni queremos desprendernos? Y más concretamente, ¿qué cosa es para usted asumirlo como barranquillera? ¿Qué clase de fortalezas y debilidades concurren cuando uno es tan vigoroso e irrenunciablemente tan de por aquí?
No me imagino debilidades en lo caribeño. Tenemos una manera particular de enfrentar la vida y esa manera particular me parece hermosa. Somos como son los caminos de espumas de los archipiélagos y las costas. Eso nos hace libres y espontáneos. Y también hospitalarios. Esa es una condición de vida. De amor y respeto por la vida. No puedo evitar pensar que todas las fortalezas que he construido las hice sobre la base de una condición caribe que me enorgullece.
A propósito de identidades culturales, ¿cómo vive usted un carnaval? Si le resultara comprensible eso de que 'el que lo vive es el que lo goza' (sin vivirlo el goce sería demasiado inmaterial), ¿cómo lo goza usted?
Todos los barranquilleros somos de alguna manera hijos de la gran fiesta. No se puede ser barranquillera de verdad sin estar atravesada por el Carnaval y su enorme importancia cultural. El Carnaval nos genera un sentido de pertenencia que se traduce en autoestima, energía, solidaridad, hospitalidad y progreso. Vivir el Carnaval es una experiencia única e irrepetible. Ser barranquillera es ser el Carnaval. Y ser el Carnaval es la mejor manera posible de ser barranquillera. Esté donde esté, vibro como todos allá con el Carnaval y me siento orgullosa de esa hermosa fiesta, fundamento de toda nuestra identidad cultural.
Todavía está fresca la tinta de un libro publicado por la Universidad de los Andes sobre los efectos de la música de Carlos Vives. El suyo es un exitoso proyecto musical por la modernización de la tradición, respetando quirúrgicamente sus raíces esenciales. La incorporación de instrumentos casi exóticos en la interpretación y ciertas mutaciones en los tiempos producen, casi que por magia, un aire fresco que no perturba ni malogra la música ancestral. ¿Usted cree que el ejemplo de Vives podría trasladarse a otras esferas para acceder a una modernidad sin sacrificios mayores en eso que llamamos, con dosis ciertas de duda y perplejidad, nuestra ‘identidad cultural’?
Los expertos saben que existen diversas formas de cultura. Algunas son estáticas y, como su nombre lo sugiere, son aquellas que condenan la búsqueda de nuevas formas de vida. Otras, por el contrario, son dinámicas y estimulan las innovaciones.
Las culturas que promueven el cambio se enfrentan a un doble problema: conservar todo aquello que resulta esencial para la vida de la sociedad misma, y la de renovarlos y corregirlos continuamente, incluyendo la manera de hacerlos propios cada vez.
El ejemplo de Carlos Vives habla de un aporte cultural que corresponde muy justamente a esa movilidad incesante de las culturas dinámicas. El Caribe es esa dualidad compleja. Relacionando todo lo que yo estoy viviendo ahora, considero que, en efecto, si bien los concursos de belleza pueden ser llamados ‘culturales’, estos también han de renovarse. Estos concursos nacieron en otra época y bajo condiciones distintas. Corren el riesgo de quedar obsoletos si no acompañan a las sociedades en sus mismas dinámicas.
Ahora yo me callo y usted agrega lo que quiera agregar…
Aprovecho este espacio para hacerle un agradecimiento directo. Considero pertinente que el ‘mundo’ en que me encuentro en este momento particular de mi vida sea más exigido y retado intelectualmente. Y no solo eso, sino que resalto el valor de que existan canales de comunicación menos banales que permitan conocer a la persona por dentro, y no solo por fuera. Quizás algún día la palabra belleza, aplicada a nuestra especie, tenga un alcance que trascienda lo fashion, lo banal y lo adjetivo.