Emocionante y de gran significación para mí es traer a la mente tantos recuerdos y vivencias que tengo de La Junta, un corregimiento de San Juan del Cesar, tierra de mis ancestros que ingresaron por la península de La Guajira, igual que muchas familias hoy reconocidas y radicadas en diferentes partes del país, como los Cuello, Lacouture, Acosta, Daza, Martínez, Sierra, Araújo, etc., que allí se establecieron en busca de nuevos horizontes, después de un largo periplo desde su país de origen.
Con inmenso regocijo, recuerdo el dominante canto del canario criollo, el melodioso e inquieto turpial, el sinsonte, cantor por excelencia por su entonación y capacidad para imitar el canto de otras aves en invierno y verano, cuando juntos conformaban una gran orquesta festejando el golpeteo de la corriente con enormes piedras multiformes del río Santo Tomás, en el pozo El Salto y El Pocito de las Mujeres, al lado de La Junta. De igual manera anunciaban con su canto el nuevo amanecer de esas tierras acogedoras rodeadas por hermosos cerros que favorecen el agradable clima del terruño, donde sus habitantes sencillos y amables enfrentan con voluntad férrea las circunstancias adversas que les originan sus terrenos desérticos.
La Junta alcanzó su categoría de corregimiento en el año 1954, en el gobierno del general Gustavo Rojas Pinilla, siendo su primer corregidor Leandrito Sierra, un personaje querido por su pueblo gracias a su gran espíritu de servicio, vocación que ejercitaba con los conocimientos prácticos de la medicina. Con él, Diomedes Díaz sostuvo una estrecha amistad al punto que lo bautizó –en una de las canciones que grabó– como El Médico del Pueblo.
En un caserío de lomas y sabanas entre La Junta y Patillal, cuna de poetas, compositores y cantantes, nació el 26 de mayo de 1957 Diomedes Díaz, fruto de la unión de Rafael María y Elvira Maestre. Sus padres escasamente producían su manutención con su trabajo diario en el campo. Su tío Martín Maestre, acordeonero, hermano de su madre Elvira, lo inició en la música; los Maestre, inteligentes músicos, especialistas en la construcción de décimas, eran orientados por Pema Maestre, hermana de Elvira, en cuyo patio se hacían las parrandas.
Los límites de la casa estaban definidos por postes de brasil, un árbol que además lo utilizan para leña por su poder de ignición y así cocinar los alimentos en una olla, apoyada en tres piedras o tacane. El agua hervía con las viandas y la carne apetecida, que pronto anunciaba el tentador aroma de un sancocho antes de finalizar la reunión, sabor logrado por la sapiencia culinaria de la matrona que le imprimía cariño a esta reunión sencilla pero de gran significación familiar.
Con su tío Martín, Diomedes comenzó sus pinitos musicales, alumno y profesor se convirtieron en personas muy cercanas repartiendo con sus canciones cariñosas flores, cariños y alegría donde se presentaban, sin que el jardín sórdido de su precaria situación económica limitara la construcción de hermosos versos cuyas rimas enaltecían emociones. La escasez de recursos económicos no le permitía a Diomedes ni siquiera tener zapatos. Cuando en alguna oportunidad pudo cambiar unas mochilas que él mismo tejió por unos de color marrón, se sintió orgulloso y solo los usaba en las fiestas de la Virgen del Carmen o cuando tenía la oportunidad de ir a La Junta para hacer las compras que su mamá le solicitaba.
Sus amigos recuerdan que siempre tenía la costumbre de mirar para atrás, con cierta complacencia, para ver la huella que dejaba la suela en la tierra mojada, cuando caminaba con los zapatos puestos. Para no gastarlos prefería ir de un lugar a otro con sus guaireñas, una especie de calzado cuya suela gruesa, hecha de llantas de vehículo, se sostienen a los pies con llamativos tejidos multicolores.
Su infancia transcurrió pastoreando caprinos o tejiendo mochilas que intercambiaba por ropa con un comerciante al que todos llamaban Navarro, que con frecuencia los visitaba en Carrizal. Diomedes siempre se distinguió, como otros Maestre, por la facilidad innata para componer versos. Al principio su voz desafinaba, pero él la fue educando poco a poco hasta manejarla a su antojo en sus presentaciones o grabaciones sin haber incursionado en técnica alguna. Después su voz susurrante logró tocar el sentimiento.
Tratando de ayudar a su madre, incursionó en el comercio, sacrificando o vendiendo algunos animales de los corrales vecinos. En una oportunidad los ingresos obtenidos desaparecieron por accidente de su bolsillo, que estaba roto. Esta circunstancia lo deprimió tanto que decidió cambiar de oficio, de inmediato buscó trabajo en una finca situada en las estribaciones de la Sierra Nevada, tierra de sus ancestros, pajareando las cotorras que hacían estragos en los cultivos de maíz.
Allí permanecía todo los días de la semana, acompañado por el silencio como fuente de aliento natural y por el viento que al encontrarse con las montañas producía un silbido agradable que le hacía recordar las notas musicales. Este ambiente mágico lo estimulaba para componer versos que cantaba y así lograba ahuyentar las cotorras que destrozaban el cultivo ajeno, y le servía para robustecer el tono de su voz y su ingenio para componer versos que los fines de semana continuaba improvisando en el patio de su abuela.
Desde muy niño alternaba sus quehaceres domésticos con sus estudios de primaria en La Peña, un caserío cercano orientado por la profesora María Helena Cataño y Pepe Daza. Al cumplir 10 años, sus padres se trasladaron a Villanueva (La Guajira) donde continuó sus estudios y pudo apreciar las parrandas de Emiliano Zuleta Baquero, Escolástico Romero, Toño Salas y otros acordeoneros de la época.
En Villanueva, tratando de bajar unos mangos con piedras, en compañía de otros amigos, tuvo el infortunio de perder el ojo derecho. Después de dos años su madre regresó a Carrizal con sus hijos, sola, debido a la entrega de su padre al licor. En Villanueva, Diomedes se fascinó al conocer a reconocidos acordeoneros y compositores en la fiesta de Santo Tomás. Al regresar a La Junta se integró con mucha dificultad a un conjunto que lideraba su paisano Luis Alfredo Sierra, quien no vio con buenos ojos su ingreso al grupo, pero insistiendo, y apoyado con su inteligencia natural, logró ser incluido en parrandas en el pueblo o donde lo necesitaran.
Su madre, que conocía la debilidad de su padre Rafael por el trago, quiso sacarlo de ese ambiente enviándolo a Valledupar, donde continuó sus estudios en la Concentración San Joaquín y en la Escuela Industrial. Ante sus penurias económicas, luchó hasta encontrar un trabajo en Radio Guatapurí, gracias a la oportunidad que le ofreció el gerente, don Manuel Pineda Bastida. Ocupó la vacante de mensajero que dejaba su amigo Geno López, promovido a otra responsabilidad.
A Diomedes le entregaron, para ejercer su cargo, una bicicleta. Como no sabía manejarla, la dejaba escondida y salía a hacer sus diligencias por todo Valledupar caminando. En Radio Guatapurí tuvo oportunidad de tratar con compositores y cantantes que iban a la emisora, pendiente de sus presentaciones en el radio teatro. Este ingreso le permitió a Diomedes aliviar su situación económica y gracias al contacto diario con programadores logró dar a conocer sus primeras canciones grabadas: La negra y El cantor campesino, interpretadas por Luciano Poveda en el acordeón y Jorge Quiroz como cantante.
En aquel tiempo conoció a Rafael Orozco, quien luchaba por descollar como cantante. Gracias a una de las tantas idas y venidas de Orozco a la emisora, y a los contactos con el acordeonero Emilio Oviedo, Diomedes presentó una canción que acababa de componer: Cariñito de mi vida. A Rafa le impactó muchísimo y la grabó. Esta canción fue definitiva tanto para Rafael como para Diomedes, ya que mostró ante el mundo musical a un nuevo cantante y a un joven compositor que emergía de la nada con grandes posibilidades en el mundo del folclor vallenato.
Precisamente en esta canción, Rafa lo bautizó con el conocido seudónimo de el Cacique de La Junta. Más adelante, Diomedes se retiró de la emisora y continuó su lucha por sobresalir, por eso aceptó el cargo de auxiliar del grupo musical, ayudando en todo lo que tenía que ver con la logística del conjunto del acordeonero Miguel López y el cantante Freddy Peralta, quienes al darse cuenta de su inmenso talento, le permitían cantar una o dos canciones en sus presentaciones y grabaron su canción Dolor de cabeza.
Diomedes grabó 36 álbumes entre 1976 y 2013 con los acordeoneros Náfer Durán, Elberto López, Nicolás Elías Colacho Mendoza, Gonzalo Molina, Juan Humberto Rois, Iván Zuleta, Franco Argüelles, Juan Mario De la Espriella y Álvaro López. Año tras año, Diomedes se convirtió en un exitoso artista por la facilidad para componer y trasmitir, sustentado por el tono de su voz y el ritmo y la armonía que siempre estaban presenten en sus presentaciones. Estas innatas condiciones le permitieron alcanzar metas que aún no han sido superadas por artista alguno.
Además de haber sido uno de los mejores cantantes, fue un compositor incomparable. Las letras de sus canciones llegan al mundo interior de las personas que las escuchan y se quedan, por eso hemos visto que su catálogo de canciones grabadas permanece en el tiempo y se hacen necesarias en cualquier reunión social. Escucharlas es un deleite espiritual, es increíble que un hombre de poca formación cultural haya escrito hermosos versos que al agregarles melodías, inspiran y perduran.
Su brillante mundo artístico tuvo también varias caídas que lo comprometieron como persona y como artista. Desgraciadamente su vida disipada le ocasionó serios problemas judiciales y lo llevó a incumplir compromisos que menoscabaron su fama. Pero aún así, su ingenio y talento artístico han quedado prendidos para siempre en el corazón de la gente, por haber sido capaz de llevar en su canto melodías y letras inolvidables, y por darle a la música vallenata una nueva dimensión.