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Hay una contraposición evidente entre la vida de Kaleth Morales y la de Efraín Medina (Álex Martínez), su álter ego en el cine, aunque ya se haya repetido que no es una cinta biográfica Vivo en el limbo, basada en cuatro temas de la obra musical del fallecido artista vallenato.

Efraín es un virtuoso del acordeón que parece condenado a aprender a tocar guitarra por las pretensiones de su padre, Adolfo. Nada que ver con la verdad del precursor de la ‘nueva ola’ del vallenato, quien hizo de esta última su instrumento favorito –le compuso, incluso, la canción Anónimo–, con el que logró dar con una mezcla de sonidos que revolucionaron el género de la caja y el acordeón, del que tan celoso era su papá Miguel.

Las escenas grabadas en Barranquilla en el concierto que Carlos Vives dio en septiembre del año pasado, con un público bañado por la lluvia, abren y cierran la película, que finalmente se presenta suscrita bajo la dirección de Dago García (luego de discrepancias con quien estaba contratado para dirigir el filme, el barranquillero Roberto Flores).

'El Caribe es melancolía', dice sentado en un mecedor Hugo Luis Urruchurto, encarnando a Mincho Maya, narrador y personaje de la cinta, y evocando aquella premisa de Gabo que revela 'que los costeños somos las personas más tristes del mundo'. Así prologa la tragedia familiar de Efraín, que estudió Medicina como Kaleth, y que encontró las vicisitudes más duras de su vida por cuenta de la música.

Él, el de mentira, el personaje, no tuvo hermanos ni ‘Tía Universal’, ni componía canciones, como sí lo hizo su padre Adolfo (interpretado por José Luis Mejía). Lo que sí encontró fue ese mismo accidente automovilístico que acabó con la promisoria carrera de Morales.

Es tan básica la historia que no hay mucho por comparar, salvo rescatar –para las memorias más agudas– similitudes en cuanto a vestuario del Kaleth mayor.

DETALLES

La película puede inscribirse dentro un lugar común de las historias de ficción: es un drama con un final rosa, fiel a las narraciones que suele hacer Dago García. La caracterización de los personajes es un retrato aproximado a los individuos del Caribe, sin caer en las temidas caricaturizaciones de las que huía Roberto Flores, quien finalmente figura como realizador y guionista, al lado de Carlos Franco y el mismo García.

El guion guarda la línea básica de un drama sin muchos sobresaltos, y sus diálogos responden a esta condición. No hay frases para la posteridad pronunciadas por un elenco casi novato, que cumple sin decepcionar ni llegar a los aplausos.

La fotografía es de lo más destacado de la producción. Las imágenes, con un tono cálido, lucieron muy contemporáneas, con un manejo de la luz para resaltar. La escena del paso de niño a joven, en particular, sobresale por lo bien que fue lograda.

Sobre la banda sonora, el principal ‘gancho’ con el que se publicitó la cinta, es la selección de cuatro canciones cuyos derechos fueron adquiridos por Caracol para musicalizarla e inspirarla. Vivo en el limbo, Todo de cabeza, Ella es mi todo y Lloran las palabras se repiten una y otra vez en los 90 minutos que dura el filme. Quien se las sabe, las disfruta, y quien no, termina tarareándolas.