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La música puso contra las cuerdas a José Feliciano. No viendo nada, sintiéndolo todo, la guitarra que el amigo de su padre le regaló a los nueve años acabó determinando su destino. Descifrando notas y partituras lo agarraba el sol campesino de Lares, en Puerto Rico, donde nació y creció bajo los ‘cielos abiertos’ de ese pueblo, como lo promulga su mote.

'Cantaba una ranchera'. Una y otra vez, recién dominada su relación con la guitarra, era un grito mexicano de mariachi lo que salía de su boca. Jura que nadie lo enseñó, sino que fue él mismo, con disciplina autorecetada, quien se infligió jornadas enteras junto al susurro de las melodías y sus vibraciones para destejer el ritmo de cuanto género se le cruzara.

José José, su gran amigo, fue un influenciador accidental de su vida, cuando su vozarrón se colaba por las emisoras que llegaban a punzar, discretamente, a José Monserrat Feliciano García, emigrante a los Estados Unidos que, como solía pasar con miles de familias boricuas de los 50, creció con el privilegio de oscilar entre el español y el inglés en su cotidianidad.

El hombre de melena lacia está al otro lado de la línea, en Nueva York, en una casa que nunca ha visto, pero que conoce de memoria. Un glaucoma congénito que lo hizo ciego de nacimiento lo convirtió en el único músico de los nueve hijos del matrimonio Feliciano García.

Acaba de cumplir 70 años, y los celebró junto a su esposa y sus tres hijos. Pide que, como regalo postergado, Barranquilla lo reciba con un calor soportable, 'aunque creo que eso no será posible'.

'Usted no puede vernos, pero sí sentir...'. Interrumpe la conversación para subrayar que 'eso no tiene nada que ver. Se trata del contacto'. Y de eso sí que sabe, luego de más de 45 discos de oro y platino y una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood; de jornadas de música fantásticas, como esa de 1971 en el Festival de San Remo en Italia, donde ocupó el segundo puesto.

Sus respuestas son cortas, casi medidas al extremo, pero sinceras por demás. Cree que hay 'reguetón bueno y reguetón malo'. El primero 'es el que hace Calle 13 y el que hacía Wisin, pero cuando estaba con Yandel'. De eso, dice Feliciano, solo queda el primer grupo, el de Residente y Visitante, y se declara fiel a sus raíces boricuas y a los sonidos latinos.

'Me gusta mucho la música de Carlos Vives, la de mi compatriota Chayanne también, está haciendo buena música'. Los sonidos anglo ya no hacen parte del repertorio que decide escuchar a diario, a pesar de que fue el mercado que lo dio a conocer y que logró penetrar con una fuerza tal que lo inscribió como el precursor de los latinos en las esferas anglosajonas.

'Creo que la música anglo ya no es la misma de antes. Ahora es muy producida, muy techno'. Le suena de mentira el drama de Nicki Minaj y demasiado impostado un show como los VMA’s. Es que ya no son los tiempos de The Doors ni Cindy Lauper.

Tampoco cree, José Feliciano, en la rotundidad de los premios Grammy Latino, ni una calidad incuestionable. 'Ahora parece que cualquiera puede ganarse un Grammy'. Él, que tiene nueve gramófonos en su haber, no desacredita que los nuevos talentos se suban al escenario a recoger el suyo. 'No lo digo por mal, porque está bien que los jóvenes tengan reconocimiento, pero es que ahora cualquier aparece nominado'.

Pero ni eso le ha restado importancia a cada reconocimiento que recibe, a cada galardón que lleva su nombre, a cada nominación que toca a su puerta. Ni siquiera si es la del Grammy Latino.

Feliciano ha cometido varios atrevimientos en su vida. A punta de sumarlos uno a uno, se ha encargado de hacer de su nombre un referente. En su carrusel de anécdotas musicales no puede dejar de incluirse aquel primer juego de la Serie Mundial de las Grandes Ligas, con los Cardenales de San Luis, por un lado, y los Tigres de Detroit, por el otro, en 1968. El primer out que cantaron los narradores esa jornada fue el de Feliciano en su versión más osada, interpretando el himno de Estados Unidos con un estilo de jazz latino.

'Estaba en Detroit y me llamaron para invitarme a cantar el himno de EEUU. Yo lo canté y me fui, y no me di cuenta que había causado semejante revuelo. Llegué, me presenté, y no me arrepiento de nada de lo que hice'.

Tampoco le pesan las demás insolencias que ha cometido en nombre de la música, como lo llamarían muchos. Ha grabado hasta reguetón, junto a Rakim y Ken-Y, una situación que algunos verían como una ‘mancha’ en medio de una carrera de virtuosismo instrumental –Feliciano toca más de cuatro instrumentos, entre esos, la guitarra, el bajo, concertina y la guitarra eléctrica– y voz particular.

No es purista, sino explorador. Se ha movido por la música como ha querido, y su última parada de creación sonora lo condujo a Austria, para grabar los temas de un 'proyecto de música clásica junto a la Orquesta Sinfónica de Bulgaria'. Mozart hace parte de su repertorio.

Así lo ha hecho con la salsa y con el bolero, que hace algún tiempo no graba. El jazz tampoco se aparta de lo que sabe hacer, y logra combinar sus predilecciones, además, con la bachata.

No le preocupa el camino de la música latina una vez exponentes como él dejen de enriquecerla. 'El bolero siempre va a estar, es como la salsa'.

Feliciano es un padre bueno

No solo porque les enseñó a dos de sus hijos –tiene tres– a tocar el bajo, apadrinando la banda de rock & roll que tienen. También lo es porque, en su arsenal de canciones, compuestas y reversionadas, es incapaz de señalar a una única como favorita. 'Todas me gustan, todas son mis hijas. No tengo preferencias'.

Puede que el público le ayude a esclarecer algunas dudas, aunque él no se atreva a reconocerlo. A Colombia, especialmente, le compuso Oxígeno, un tema que surgió 'para los días de la liberación de Íngrid Betancourt'. Ya se puede anotar esta en la lista que interpretará el próximo viernes 25 de septiembre, en el salón Jumbo del Country Club, en una de las galas más anunciadas de Barranquijazz.

Se sentará en el escenario, guitarra en mano, a desgarrar su voz de personalidad propia. No degustará a nadie con una pieza de baile, porque esa es de las cosas que le ha quedado grande en la vida. 'No, yo sí que no bailo nada'.

La excusa para no verlo moverse es que tiene un compendio musical que da para que le pidan, hasta el cansancio, temas como Por qué te tengo que olvidar, Light my Fire y hasta Feliz Navidad.