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La melodía de un piano clásico se sumó ayer a los sonidos de pitos, murmullos y ruidos de motores en la Estación Joe Arroyo de Transmetro. Ningún concertista famoso ocupó el banquillo frente al instrumento; sin embargo, no faltaron intérpretes en la jornada que orquestó Barranquijazz como un anticipo del festival que se tomará la ciudad la próxima semana.

A las 6 de la mañana, el piano ya reposaba en la esquina izquierda, contigua a la entrada de los usuarios a la estación, con un letrero que invitó a los transeúntes a tocarlo.

'¡Mira papi, un piano!', dijo sorprendida Claudia Puello, de 6 años, para quien el detalle no pasó desapercibido.

Ella miró insistente el instrumento mientras Rafael Puello, su padre, ajeno a la novedad, la conducía de la mano en busca de la ruta a Las Moras. Desaparecieron entre la gente y, después de unos minutos, Claudia regresó remolcando al adulto hacia el banquillo vacío frente a las teclas blancas y negras.

'Ella tiene la vena artística', expresó Rafael al ver tocar a la pequeña. 'Su hermano es músico... Mírala, ahora, ¿quién la desprende de ahí?', se preguntó el papá orgulloso ante el público disperso que convocó su hija.

El banquillo frente al piano volvió a ser ocupado por otras personas, entre estudiantes y trabajadores, quienes jugaron a ser pianistas por un día. Algunos tomaron fotos, hicieron remedos de concertistas, para luego retomar con prisa las filas acostumbradas.

Christian Cañavera, de 26 años, cargaba el estuche de su guitarra al hombro cuando vio el piano disponible y desvió su camino de inmediato.

'Yo soy músico aficionado y es la primera vez que toco un piano de cuerdas', dijo mientras ejecutaba los acordes del círculo de Do. 'Uno siente el golpe de las cuerdas. Aunque el piano sea antiguo, esto para mí es nuevo', repetía con asombro mientras le sacaba música a las teclas, en medio del ruido de los motores y de la multitud conversando en las filas.

A las 12 del mediodía Christian Cañavera y Claudia Puello ya eran parte del promedio de 200 personas que se apropiaron por unos minutos del instrumento para interactuar con él.

Música a la calles. La iniciativa de propiciar estos encuentros de la comunidad con la cultura del jazz nació en las mesas de trabajo de organizadores de Barranquijazz con representantes de Transmetro. Una alianza de trabajo con miras a generar nuevos escenarios para la cultura y una mayor apropiación de este género musical.

Este propósito fue respaldado por el gerente de Transmetro Ricardo Restrepo. 'Nuestros buses y estaciones son escenarios de ciudad donde seguiremos afianzando estas expresiones y eventos. Así contribuimos a difundir estas actividades y a crear sentido de pertenencia por nuestras artes', afirmó.

Por otra parte, Jennifer Cabana, quien hace parte de la organización de Barranquijazz, señaló que la iniciativa es una adaptación de actividades similares que se realizan en Nueva York, como preámbulo a los festivales de música o la temporada de verano.

'El objetivo es empapar a Barranquilla de cultura. Nosotros conseguimos el piano, y ¿qué mejor lugar que la estación Joe Arroyo para conectar a la ciudad con el jazz?', expresó Cabana, para quien el piano es un instrumento con el que se puede identificar el jazz. 'Es una oportunidad para que la gente toque el jazz y no solo lo escuche'.

El piano de cola, generalmente reservado a los intérpretes más virtuosos del instrumento, estuvo al alcance de aficionados y curiosos, pero, en medio de ellos, Luis Pájaro, de 66 años, reconoció el instrumento que hace parte de la historia de su juventud.

El veterano vio el instrumento al llegar a la estación. Se aproximó, miró por el espacio abierto arriba de la estructura, desde donde se ven las cuerdas funcionar. Luego se sentó en el banco, frente a las teclas, y las probó de dos en dos con el rostro ladeado y el oído a pocos centímetros de las barritas que hacía sonar. 'Está desafinado', concluyó al final de su examen, y a los segundos, hizo danzar los dedos sobre los acordes que recorrieron de esquina a esquina el instrumento, despidiendo una música alegre que captó la atención de los que pasaban.

El anciano terminó abruptamente el solo de piano ante la audiencia dispersa, y repitió, esta vez para los que se acercaron, que el piano estaba desafinado y tenía los dedos desgastados. Que ya no eran los mismos de hace unos años.

'Yo trabajé con varias orquestas, y estos eran los pianos con los que trabajábamos. Una belleza, suenan mejor que los electrónicos de hoy en día', afirmó Pájaro, y añadió, mirando detenidamente la madera tallada, que ese modelo debía tener alrededor de 100 años. 'Es un clásico. Uno analiza el sistema que tiene, la madera, el teclado antiguo, se va afinando aquí, por medio de las cuerdas', explicó con paciencia a dos personas que se reunieron a escucharlo. 'Tenía rato que no veía uno, por eso me extrañé, creí que lo iban a rifar, regalar. ¿Usted sabe lo que es tener un piano de esos en la casa?, ¡es una maravilla, algo especial!', dijo antes de darle una palmada a la madera y perderse en la multitud.

Entre las filas amontonadas en la estación se mezclaron los espectadores y los pianistas ocasionales que dejaron en las teclas del instrumento clásico sus historias.