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Álvaro Cepeda Samudio, con The New York Times en mano, recibe –o da– de Gabriel García Márquez la ‘chispa de la vida’ de genio a genio. Dedo a dedo, falanges que se señalan en el aire, recrean una versión Caribe de la renacentista Creación de Adán, obra de Miguel Ángel que corona la bóveda de la Capilla Sixtina. Gabo, recién llegado de Barcelona, va en busca de su amigo, quien viene volando desde Nueva York. Ambos, parados exactamente así, en ese cuadro, reversionan la clásica pintura en una foto que tiene todo de encanto. Es el aeropuerto Ernesto Cortissoz de Barranquilla el que hace las veces de templo del arte. Es una Capilla Sixtina momentánea para un Dios y un Adán difícilmente identificables. Nadie sabe quién juega de Creador.

Por lo menos no lo logra descifrar Daniel Samper Pizano, periodista y amigo de ese par de personajes que poblaron el Grupo de Barranquilla, el encargado de encontrar la metáfora en un retrato en blanco y negro que, literalmente, hizo las veces de telón de fondo en el coloquio ‘Álvaro Cepeda Samudio, periodista’, enmarcado en la franja llamada ‘Obsesiones de Gabo’, en el festival que lleva el nombre del Nobel y que se clausuró anoche, en Medellín.

Los periodistas colombianos Juan José Hoyos y Enrique Santos Calderón acompañaron a Samper en el conversatorio, que tuvo lugar en Plaza Mayor. El 'hombre tocado por el fuego', como lo definiera Hoyos, hizo periodismo, literatura, cine y publicidad. Antes de los 16 años, había escrito un reportaje sobre el Río Magdalena que fue rescatado del olvido por el escritor y crítico francés Jacques Gillard, una brillantez –según sus amigos– que reclamaba aplausos para el Cepeda periodista. Tan lúcido como el de La casa grande o Los cuentos de Juana, sus obras de ficción más conocidas.

'Álvaro Cepeda era un mamagallista. Él y Gabo fueron los que mejor entendieron el mamagallismo', decretó Samper Pizano, encargado de recordar cómo el íntimo amigo del Nobel, mordaz con aquellos que demostraban eufórico patriotismo, se enferma un 20 de julio y muere un 12 de octubre, en un acto burlesco por sí mismo. Lo despidieron 'en un entierro que parecía diseñado por él, para jodernos a todos'. Como el féretro venía proveniente de Nueva York, ciudad en la que falleció de leucemia a los 46 años, 'era muy grande y no había carro fúnebre donde cupiera. Al final, tocó alquilar un camión'.

Cepeda Samudio, 'que era la desmesura, irresistible', pintado en palabras de Santos Calderón, dirigió el Diario del Caribe en su carrera periodística, luego de haber ejercido como columnista del periódico EL HERALDO. Siendo reportero, directivo, o lo que fuera, hubo una norma que nunca olvidó: que la 'parranda era posible con el cumplimiento del oficio', según Samper. 'Abría el grill o el cabaret y lo cerraba. Llegaba a la casa a las cuatro de la mañana, y a las 7 a.m. estaba abriendo el periódico'.

Se dedicaba a 'burlarse de la solemnidad. Vivía la vida como si no hubiera mañana', afirmó Santos Calderón, quien debió confesar, además, que 'no he conocido una persona con más éxito con las mujeres que Álvaro Cepeda. Todas las gringas del puerto de La Paz habían pasado por sus manos'.

Su fama de seductor era innegable, y con esas habladurías ha tenido que lidiar su viuda Tita Cepeda, quien no logró asistir al evento. 'Mucho se ha hablado de Álvaro y las mujeres. Ya es hora de que hablen de su obra', la citó Hoyos, en una exhortación a descubrir la genialidad aún no explotada de 'quien todo lo vivió intensamente, todo lo gozaba y todo lo discutía'.

Si en su legado artístico y periodístico queda mucho por repasar, la persona que fue Cepeda también deja tareas. 'Lo que más me impresionó de Álvaro fue su dimensión humana. Esa genialidad creativa y destructora', diría Santos para hablar del ser desbordante que siempre caminaba con un cigarrillo en la mano, calzando chancletas y soltando carcajadas. 'El que le tiene miedo al exceso, no conocerá la sabiduría', repetía.

Junto a Gabo, en el sofá de su casa, jugaban a cambiar la historia de sus vidas. De ahí la confusión que genera el lugar de nacimiento de Cepeda Samudio, quien, una noche pasado de tragos con García Márquez, decidió que ya no habría nacido en Ciénaga, Magdalena, sino en Barranquilla, así como el Nobel dejaba de ser cataquero para haber sido parido en Riohacha. Así se lo contó la viuda Tita a Juan José Hoyos.

'Álvaro y Gabo fueron los mejores amigos. Estaban mutuamente obsesionados el uno con el otro', remató Santos, dejando zanjado el asunto de Dios y Adán, en esa nueva Creación. Cada uno, en la vida del otro, fue una especie de fuerza motriz que contribuyó a robustecer sus genios individuales. 'Estos locos se ponían a tomar trago en La Tiendecita y a sacar ideas. Alguno lo escribía', relató Samper Pizano, en un principio básico para entenderlos: hay tanto de uno en el otro que, para conocerlos a cabalidad por separado, es necesario unir sus vidas y sus obras. Fueron un todo.