Pide que le pase el lápiz de mi color preferido de una caja de 60. Elijo el fucsia, y me dice que ese, precisamente, es su favorito. Cree en la fuerza cromática. Y en los detalles, 'porque es donde está eso, donde la gente se puede perder'.
Es vegetariano, 'apolítico' y cero juniorista. Pero, contradictoriamente, es el responsable de los ‘trapos’ y tifos que el Frente Rojiblanco Sur –la barra más icónica del Junior de Barranquilla– exhibe sobre su tribuna cada vez que ‘Tu Papá’ se enfrenta a encuentros decisivos.
Kevin Ortiz Villalobos, autoproclamado Kenort en las calles de Barranquilla –así firma sus grafitis–, cuenta la historia de sus trazos diciendo que todo comenzó en los cuadernos de su época como estudiante en el Bachillerato Mixto de Las Nieves. Los personajes de Aventuras en pañales y Dragon Ball se convirtieron en las primeras representaciones de un arte que ha madurado, que conoce de referentes como Salvador Dalí y que oscila entre las técnicas del grafiti y el collage, logradas con acuarelas y lápices de colores.
La última de las obras que colecciona en el book imaginario de su mente se agita entre seis metros de tela, hecha una pollera a disposición de un Carnaval que tampoco lo seduce, pero que lo arrastra para sí por la fuerza irresistible de su colorido.
Y es que luego de conquistar los escaños más populares del arte local a través de esas sábanas que juran amor eterno al ‘Tiburón’, además de murales vírgenes que se le han atravesado como lienzos perfectos, Kenort llegó a las esferas de la ‘alta costura’ local haciendo batir polleras con coyongos casi de fantasía y cantadoras fundidas con flores saturadas de color.
La diseñadora barranquillera Judy Hazbún lo conoció luego de que una de sus compañeras del Colectivo de Marketing Cultural –con el que trabaja desde hace siete años para desarrollar colecciones que honren la tradición del país– se lo presentara. Fue conexión inmediata, porque el clic entre creadores es casi innato, dice Kevin. Llevan un par de años trabajando juntos, pero esta es la primera vez que el dibujante empírico estampa prendas completas con las reproducciones exactas de sus bocetos, con ese acabado manual que tanto le gusta.
'Le conté lo que quería mostrar. Fueron días de muchísimo trabajo', cuenta Hazbún sentada en el patio de su casa de modas, donde un colibrí aguamarina, alzando el vuelo, se delata sobre una pared como rúbrica del artista popular; una referencia del trabajo de una grafitera llamada ‘Bastardilla’, a la que se le han ido sumando otras referencias, como el surrealismo de Dalí. Ese con el que se tropezó, por casualidad, en una de las tantas conversaciones sobre arte e ideales entre sus amigos de oficio, todos suscritos a la academia, quienes de una u otra forma han representado la manera más tangible de preparación para Kenort. 'Tengo muchos amigos en la academia. Escucho sus conversaciones. Sin saberlo, tenía afinidad con esos referentes que mostraron'.
Durante días, encerrado en un taller de confección que no le es del todo ajeno –'Judy crea, yo también creo'–, imprimió, recortó e intervino imágenes; dibujó y coloreó otras, las iluminó con visos y acuarelas, hasta dar con los tres motivos finales de las polleras: las lavanderas del Río Magdalena, las cantadoras de los pueblos aledaños y las danzas ribereñas.
Así, por un momento, cambió los trapos de aliento, las declaraciones de pasión en tela por otros tejidos con forma de Carnaval. La calle –y sus grafitis- y la barra –y sus tifos- le dieron tregua para dedicarse a explorar nuevas plataformas para su arte, aunque no es un asunto intercambiable. 'De la barra, me gusta esa colectividad'. Y la calle… 'No la dejaré, no la puedo dejar'. Es el estado natural del 'desorden mental que está en mi cabeza', como le llama a su arte.
Inspirada en el Río y en la reina Marcela
Basada en la tesis de grado de la reina del Carnaval, Marcela García, la diseñadora Judy Hazbún trazó el concepto de esta nueva colección de su línea ‘Pollera pa’ llevá’, que tradicionalmente lanza en la temporada festiva. Las historias de la soberana, basada en personajes y situaciones alrededor del Río Magdalena, demarcan la idea de ‘Una sola gozadera’, como Hazbún denominó a su colección de polleras.