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En Ciro Guerra convergen lo mejor de dos culturas: por sus venas corre la alegría y calidez propias del hombre Caribe, por herencia de su padre, un destacado juez de la República de ancestro guajiro, nacido en La Paz (norte del Cesar); y también, los rasgos culturales andinos que caracterizan a los habitantes de Río de Oro, sur del Cesar, de donde es oriunda su mamá, Yamile Picón Velásquez, licenciada en psicopedagogía.

Esta es la definición que hace Ciro Francisco Guerra Mieles para explicar la genialidad y el talento de su hijo, Ciro Guerra, director de El abrazo de la serpiente, la primera película colombiana nominada a los premios Óscar de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos.

Sentado en la sala de su casa en Río de Oro, Cesar, este exjuez de la República repasa la cinta de sus recuerdos para hablar del menor de sus hijos, el que hoy llena de orgullo a sus coterráneos y a todo un país.

A Río de Oro llegó en mayo de 1968, cuando lo nombraron juez, y en diciembre del año siguiente se casó con Yamile, su compañera desde hace 47 años, con quien tuvo tres hijos: Digna María, magistrada en el Tribunal Superior de Bucaramanga; Luz Karime, arquitecta y directora de Coral, y Ciro Alfonso, director y guionista de cine.

Por su trabajo, Guerra recorrió parte de la geografía del Cesar, como Aguachica, Codazzi, Valledupar y Chiriguaná, y terminaron en Pamplona (Norte de Santander), donde su esposa se graduó como psicopedagoga.

'Como premio, nació Ciro en febrero de 1981, supremamente precoz, de esos niños ‘candela’, que la sangre les hierve por la inquietud', dice en tono jocoso. De eso da fe el profesor Miguel Ángel Picón Sánchez, quien conoció al cineasta desde niño.

'Aquí en mi casa era que Ciro iba a protegerse cuando quería huir de los regaños después de alguna pilatuna. Él corría, y allá llegaba a recogerlo la señora Yamile o la señora Delfina, su abuela, una mujer muy querida en Río de Oro'.

En ese pueblo, donde nació y dio los primeros pasos de una infancia feliz, el director de cine tuvo la influencia directa de su abuela, Delfina Velásquez de Picón, una docente que le inculcó el amor por las letras. Según su padre, antes de cumplir su primer año, Ciro ya leía las primeras palabras y se perfilaba como un consumado lector.

La familia se fue a vivir a Valledupar cuando a Guerra lo ascendieron al Tribunal de Valledupar, y tres años después fijaron residencia en Bucaramanga, porque el clima afectó la salud de su esposa Yamile. Allí se establecieron en forma definitiva, sin perder los nexos con Río de Oro, a donde van con mucha frecuencia.

'Aquí llegaban cuando salían del colegio. Yo recuerdo al muchacho ya de 12 o 13 años, que era más bien introvertido, no era muy parrandero; vivía analizando todo, y eso a mí me llamaba la atención, porque era distinto de la mayoría de los jóvenes de su edad, pero atribuyo eso a la educación de sus padres, un abogado y una sicopedagoga, de un nivel cultural alto, quienes le inculcaron ese gusto por la lectura, no común en los muchachos de su edad', expresa el profesor Miguel Picón.

El juez Guerra asegura que sus hijos crecieron en medio de un tejido artístico. 'Ciro bebió un poco de cada nuevo ambiente que conocía, ricos en artes, en expresiones vivas de la cultura, conviviendo entre realidades, mitos y leyendas fantásticas, de las que seguro ha extraído buena parte de las historias que ha plasmado en sus películas'.

Mientras trata de seguir hilvanando escenas del pasado para contar anécdotas e historias sobre su hijo más famoso, un saludo desde la entrada de la casa interrumpe su pensamiento: '¡Felicitaciones doctor! Estamos en la cúspide', se oye en boca de una señora emocionada por la nominación de la película de su hijo. 'Así han sido todos estos días desde que se supo la noticia. La gente de Río de Oro está emocionada', dice Ciro, el padre.

La influencia riolera. Las recurrentes estancias en la casa materna en Río de Oro marcaron la vocación del cineasta cesarense Ciro Guerra, asegura con orgullo su padre.

Recuerda que una hermana de su abuela, Ernestina Velásquez, maestra pensionada, fue quien le inculcó el hábito de la lectura desde niño. Ella le enseñó a leer y a escribir. 'Toda revista, todo libro que encontraba, lo devoraba, y se inclinó mucho también por escribir y por los dibujos animados que pintaba. Él escondió muchos de esos dibujos y de esos escritos que hemos venido encontrando después de los triunfos artísticos. A lo que hay que agregar que nació en la ciudad cultural del Cesar', asegura.

En Río de Oro, en la Calle del Telégrafo, está ubicada la casa de la infancia del cineasta Ciro Guerra, a donde llega cada año, o cada vez que quiere desconectarse de la presión de su trabajo, de las entrevistas, de las alfombras rojas, y de los flashes que inundan los festivales cinematográficos alrededor del mundo, a los que ha ido como invitado y protagonista.

'Él viene aquí a descansar y a abrazarse con sus paisanos. Las personas de ese talante necesitan reposo, que es un tesoro para ellos, como una vitamina, y no se les puede interrumpir. Por eso, cuando está aquí, a veces lo negamos', asegura don Ciro Francisco.

Cuando está en su tierra, Ciro, el hijo, come y duerme muy bien, hace paseos cortos, visita los cerros para disfrutar del paisaje, sale a caminar por las callecitas empinadas y llega a la plaza, donde se concentra la vida institucional y social del pueblo, en cuyo marco quedan el Palacio Municipal, la iglesia, la notaría y el banco.

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Ahí, bajo la sombra de frondosos árboles, tan viejos como la historia misma de Río de Oro, poblada en sus inicios por encomenderos españoles, se sienta a conversar con sus amigos de infancia, los que ávidos escudriñan los mínimos detalles de su trabajo, de sus viajes, de sus aventuras en la industria del cine.

Amigos como Manuel Yesid Herrera, hoy coordinador de Cultura del municipio, quien recuerda las caricaturas que hacía Ciro Alfonso, a las que les escribía sus diálogos: 'Ciro tenía una gran habilidad para dibujar y para escribir. De hecho, él mismo elabora los story boards de sus películas', relata.

La presencia del cineasta en Río de Oro logra alterar por momentos la apacible vida de la población, cuyas calles son solitarias, ya que sus habitantes salen regularmente los fines de semana, a darse un paseo por el parque.

En el municipio, con una población de 14.000 habitantes, convergen muchas manifestaciones artísticas propias que le generan ingresos a la economía local, como la elaboración de máscaras y carrozas, protagonistas en sus festividades tradicionales, como ‘La matanza del tigre’, que se celebra en enero.

El municipio, conformado por 12 corregimientos y más de 60 veredas, colinda con Aguachica, González y San Martín, y está a escasos cinco minutos de Ocaña, Norte de Santander.

La mayor parte de la economía local gira en torno a la docencia: el 70 por ciento de su población vive de esta actividad, un 20 por ciento de los empleos que genera la administración pública. El resto está dedicado a la actividad agropecuaria, que se centra principalmente en el cultivo de cebolla.

El pueblo, que conserva su esencia colonial, está situado entre dos cerros: el Cerro de la Virgen y el Cerro de la Cruz, que imponentes resguardan y protegen a la población; allí están ubicados dos miradores, atractivo turístico para quienes visitan el terruño.

un pueblo de moda. 'Aquí todos lo adoran, ¡y ahora más!', revela entre risas el juez Guerra, quien no puede ocultar el orgullo que siente por los triunfos de su hijo, los que, siendo honesto, jamás imaginó, porque siendo el cine una industria difícil en Colombia, cuando Ciro Alfonso le dijo que eso era lo que quería estudiar, pensó que su hijo estaba totalmente equivocado, porque 'esa carrera no tenía futuro'.

Confiesa que antes de La sombra del caminante, ópera prima del cineasta colombiano, no pensó que Ciro Alfonso llegaría tan lejos en el ejercicio de su vocación, pero que luego del éxito con el largometraje, el que más le ha gustado de los tres que ha dirigido su hijo hasta ahora, supo que llegaría muy lejos, y que el reconocimiento no se haría esperar.

Y es que desde el pasado jueves, cuando se conoció la nominación de El abrazo de la serpiente a Mejor película de habla no inglesa, los riodorenses o rioleros le han manifestado a Ciro Guerra –el padre– la admiración y el cariño que sienten por el hijo más ilustre y distinguido que tiene Río de Oro, un municipio que se ha puesto de moda en el Cesar y en Colombia, porque pese a sus características interioranas (su clima frío, su gente de tez blanca y de acento cachaco), en 2014 logró coronar a Gustavo Osorio Picón como Rey Vallenato del Festival de la Leyenda Vallenata, y porque el año pasado la señorita Cesar, Daniela Herrera, una bella riolera de cabello rubio y cautivadores ojos verdes, fue escogida como Virreina Nacional de la Belleza.

Pero ser la cuna del personaje que hoy tiene a Colombia en la mira del mundo no exonera a Río de Oro de los problemas comunes que padecen casi, si no todos, los pueblos del Caribe: actualmente padecen por desabastecimiento de agua para el consumo, producto del verano extremo; por la falta de apoyo oficial para el control del fenómeno del consumo de licor que afecta a muchos jóvenes, así como la falta de oportunidades y apoyo para la promoción y proyección de los artistas, cuyo talento para la creación manual se frustra año tras año.

Y tal vez sea por eso que sus paisanos se sienten esperanzados con este altísimo reconocimiento obtenido por el cineasta. Porque esperan que desde su hoy encumbrada posición, en la que tiene contacto con personajes influyentes, pueda convertirse en un vocero, un canal para resolver no todas, pero sí las más apremiantes necesidades que tiene el municipio.