Un Joe Arroyo blanquísimo, de casi dos metros, mira sin mirar una pared de la bodega 8 de Rodolfo Steckerl que, en la Vía 40, vive el Carnaval a un ritmo igual de frenético, pero mucho menos bullicioso y alterado que aquel que deambula por las calles. Ese Joe monumental, hecho como si fuera de nieve, pronto será mitad negro. Medio negro. Una –varias– capas de pintura y barniz lo convertirán en ‘Nuestro cacique africano’, como se denomina la escultura más grande que el artista barranquillero Roy Pérez haya logrado hasta ahora.
Es una alusión a la opresión vivida por los negros en La Colonia, pero también un guiño a la libertad conseguida y al vestigio afro que retumba en las expresiones festivas.
Por eso, Pérez sentó un esclavo colosal de unos seis metros sobre su obra rodante, la que él mismo diseñó y ahora vuelve a esbozar con trazos de marcador, sobre una hoja, para cuadrar proporciones. Es una de las 20 carrozas que exaltarán las manifestaciones tradicionales de la fiesta el próximo Sábado de Carnaval.
A ese Joe, con el rostro a ras de piso, lo rodean mujeres aladas que parecen pegasos, mariposas que ven nacer alas amarillas de su cuerpo y un gran hombre caimán que exhibe sus fauces repartiendo terror parrandero. Son los actores de la fiesta que más toman tiempo en gestarse, desde que son apenas una idea y un papel por allá en abril, cuando el equipo de Diseño de Carnaval S.A., con Elías Torné a la cabeza y la rigurosidad constante de Carla Celia, directora de la organización y la más entusiasta con el tema de estas macro artesanías.
Junto a al aún blanco Joe, a una negrita Puloy de maquillaje de fantasía y ‘afro’ de patillas le cuelgan, ahora, un arete en forma de flor en su oreja. La atavían para que esté lista para la Batalla de Flores, una contienda que germina en esas grandes reservas de ladrillo en medio de la complicidad del equipo de artesanos elegido para hacer surgir, con sus manos, los ‘carruajes de batalla’ de este Carnaval. Es una labor de maquillaje y estilismo que nada tiene que ver con labiales ni sombras, sino con barniz, vinilo y escarcha.
EL SECRETO DEL ARTISTA
Los artesanos, encerrados en las bodegas desde diciembre para cumplir con las tres, cuatro o cinco carrozas que les fueron asignadas, no logran coincidir en cuál es la parte más difícil del proceso de elaboración de estas gigantescas obras de arte.
El empapelado y los detalles son, para Álvaro De la Hoz, la parte más engorrosa de la creación de estas estructuras. Su destreza con los trazos, que comenzó al hacerlo delinear tatuajes, ahora se convierte en presión. Ha sido el ganador del Congo de Oro a la mejor carroza en los últimos dos años, y asegura que decidir el tamaño de cada pieza de su berlina festiva es 'el secreto del constructor. Yo soy un conductor rebelde', señala, y no por las decenas de tatuaje que acumula su cuerpo, sino porque 'puedes diseñar maravillas, pero hay dimensiones que no son reales. Hay que cambiar detalles'.
Ese manejo de las formas y los tamaños, del peso que deben llevar, lo ha llevado a hacer girar 360 grados la cabeza de un negrito ‘muequero’, alusión al ‘Son de Negro’ –como se llama la carroza– que será la atracción del carruaje.
Con él coincide Roy Pérez acerca de lo más complicado del proceso, pero ni lo que supone sacar medidas, muchas veces a ojo, le ha impedido poner, en las manos de ese Joe blanco que aún no pinta, un par de bailarinas que se asoman cada vez que el Centurión mueve sus extremidades. Todo un desafío a la gravedad y al detalle, que no debe fallar para que se logre el efecto deseado.
Rubiel Badillo, otro de los artesanos, señala esa capacidad de darle movimiento a las macrofiguras la mayor dificultad del proceso. Y este galapero no solo se ha quedado en la locomoción, que se viene implementando años antes: ha revelado que una de sus carrozas incluirá 'efectos especiales', como la incorporación de sonido y 'otras sorpresas' que esperan deslumbrar a los asistentes a la Vía 40.