'Ellos preguntan quiénes somos. ¿Quiénes somos?', grita Octavio Carvajal en la mitad de la carrera 7C con calle 33, en una de las pequeñas callecitas del barrio El Limón que se convulsiona cada vez que el aroma a Carnaval comienza a percibirse en Barranquilla, como si lo trajera la brisa.
'¡To Monocuco!', responde un unísono de parranderos uniformados con camisetas, como si despertaran de un aparente letargo que los mantiene dispersos a lo largo de la mitad de la cuadra. Así se presentan. 'Cuatro en fondo, ¡pilas!, que nos vinieron a tomar fotos', los apura Octavio, el director de la cuadrilla, y de inmediato comienzan a reproducir una serie de movimientos enérgicos al ritmo de un popurrí de canciones de moda.
Todo en ese espacio, en ese momento, tiene que ver con la risa. Allí no hay cabida para algo que no sea carcajadas. Es como si se rieran del mundo, de todo, casi indultados por la tristeza. Porque razones tienen no llorar: son la única comparsa de tradición popular exclusivamente de monocucos que desfile airosa en la Vía 40 –en Batalla de Flores y Gran Parada de Comparsas– adscritas a Carnaval S.A.
Además, hoy retornan a una Guacherna luego de seis años de no recorrerla, luego de que una manada de unos mal llamados monocucos terminó por desplazarlos a ellos y a las otras 'casi quince' comparsas surgidas de este disfraz individual de la fiesta, según refiere Octavio. Solo ellos sobreviven.
LA AGONÍA DEL DISFRAZ
La virtud del monocuco es el camuflaje, y tal vez sea esta misma la culpable de llevar casi al punto de la extinción a las comparsas que salen al ruedo ocultas tras un capuchón y antifaz, batola enorme y vara inclemente, hechas un cuadro colorido con la habilidad de caminar. Y parrandear.
Hace varios años, con un más bien borroso comienzo, el monocuco dejó de ser lo que era para distorsionarse. Son muchos y son nadie esos que esconden su cuerpo entre fibras de tela brillante. Muchos copando la carrera 44, portando varas en su mejor presentación, con rostros exhibidos, desvirtuando la premisa de la incógnita como forma de gozadera.
Así de poco amigable vislumbran el panorama del disfraz convertido en comparsa de tradición popular que es el monocuco. Quienes se visten de capuchón, o quienes lo hicieron, señalan a la proliferación del disfraz en la Guacherna, portado por ‘falsos’ monocucos, como el detonante de la agonía de esta manifestación carnavalera.
Uno de los mayores críticos de esta situación, presentada principalmente en la Guacherna, es Roberto Guzmán, director de la desaparecida comparsa Auténticos Monocucos de Las Nieves, que desde 2013 se retiró de las filas dicharacheras de los desfiles.
La razón de desertar se debió a una calificación injusta al parecer del líder de este grupo en la Noche de Comparsas de hace tres años, pero ya desde hace más de diez años venían clamando respeto por el disfraz del monocuco, que se convirtió en una excusa para que cualquier barranquillero –o foráneo- participara del desfile nocturno solo echándose encima el gran capuchón.
De la Guacherna se retiraron los Auténticos Monocucos en 1998, porque 'recuerdo que, ese año, la emisora Olímpica y Ciledco, cada una de esas empresas, regaló cinco mil monocucos. Tú llamabas y te ganabas el monocuco. En la Guacherna, fueron diez mil monocucos desordenados, tomando ron, borrachos. Se les metían a todas las comparsas a mamarle gallo a los grupos organizados', rememora Guzmán.
Además, ya eran demasiadas las llamadas que recibía de la empresa privada para comprar cupos en la comparsa y salir como un integrante más.
En este punto coincide Octavio, de To Monocuco, y por eso se ‘dio de baja’ en la noche de faroles carnavaleros hace seis años. Hoy regresará a la parada creada por Esthercita Forero para acabar con la sequía de tres años que lleva el desfile sin contar con una real y verdadera comparsa de monocucos de tradición popular.

NACEN MONOCUCOS
Kaleth Herrera tiene 7 años, tres de esos enfilado en el grupo folclórico del barrio El Limón, en la que también ‘militan’ sus padres. Él hace parte de un semillero de monocucos que 'es el resultado de los esfuerzos carnavaleros de los papás', como cuenta bromeando Carvajal, y que cuenta con 32 niños, 28 de ellos con padres dentro de la comparsa.
A Kaleth no le da pena ubicarse delante del bloque de 40 personas que conforman el último ensayo antes de Guacherna de To Monocuco. Sigue los pasos que marca el coreógrafo, pero detiene su baile para echarse encima su disfraz. Le gusta bailar, dice, aunque reconoce que a veces falta a los ensayos.
Los pequeños capuchones, más los 120 que en total conforman en el grupo de mayores, son la única representación tradicional que le queda a Carnaval S.A. de ese disfraz que se convirtió en manada aprovechando su característica particular de la incógnita y del permiso que le daba esa misma calidad de ocultarse y mimetizarse entre la gente, ‘mamar gallo’ y pasarla bueno.
LO QUE DICE CARNAVAL
Una de las preocupaciones más grandes de Carnaval S.A. en los últimos cinco años ha sido el desfile de Guacherna, que en sus versiones más recientes –exceptuando la del año pasado– vivió desórdenes asociados, principalmente, a los grupos de monocucos que buscan la manera de vincularse al recorrido, ya sea a través de la empresa privada o buscando un lugar en grupos que permiten que cualquier persona participe disfrazada de cualquier manera.
'El hecho de que hace unos tres o cuatro años lo estigmatizaron por unas peleas y desórdenes aislados en la Guacherna no quiere decir que el disfraz no es un disfraz que lo aceptamos con agrado. Lo que nosotros rechazamos es que se le cobre a la gente como un negocio', aseguró Carla Celia, quien rescata también la participación de comparsas que incluyen al monocuco en sus filas, sin ser exclusivo en ellas.
Por ahora, y al menos por este año, solo una comparsa sacará –o esconderá– la cara por el disfraz más popular para quienes buscan desfilar a como dé lugar en la fiesta. El reto es que entiendan de qué va la esencia del anonimato y el respeto por la tradición.