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La Vía 40 es una jungla. Antes de que las coreografías perfectas de las danzas se asomen a los palcos de los espectadores se puede ver cómo tigres, congos, coyongos, goleros y el reino de los primates –con sus subespecies de gorilas y micos– compiten por un espacio en la anarquía de la selva cultural. Para una ‘mica nueva’ adentrarse en este escenario es todo un desafío.

A las doce del mediodía una periodista de EL HERALDO comenzó la búsqueda de la Danza de Micos y Micas Costeños, que aguardaba impaciente entre el tumulto de grupos que se presentaron ayer en la Gran Parada de Tradición.

Para llegar a los pequeños ‘primates’ –de entre 3 y 15 años–, que arribaron a la jungla de la Vía 40 a las once de la mañana, fue necesario hacer un recorrido inverso a la marcha del desfile.

Las polleras de cumbiamberas, goleros, gorilas, congos, hombres caimanes, comparsas de cabezones y más cumbiamberas se interpusieron en la ruta hacia la manada de micos. Fue necesario caminar cerca de media hora para llegar al puesto 151 en el que el grupo jugaba a la sombra de los árboles.

'Ya llegó la mica nueva', gritó uno de los miquitos cuando vio a la desconocida acercarse a ellos. Se aproximaron todos con una actitud de curiosidad y empezaron a rodear a la recién llegada. La 'sacada de piojos' hizo parte del ritual de bienvenida, tal como ocurre con esta especie en el reino animal.

La adaptación al grupo

El siguiente paso para ser parte de la danza –que lleva medio siglo en el carnaval– fue transformarse físicamente en un mico más. Un mameluco café con capucha, una cola larga y delgada, alpargatas negras y la máscara de papel maché con la fisionomía de mico conforman el disfraz que transforma a los niños y jóvenes en los graciosos primates que recorren con sus monerías el Cumbiódromo.

Javier Márquez, de doce años, cuenta que decidió convertirse en ‘mico’ en la manada carnavalera por la alegría que representan los animales y también porque es una costumbre familiar.

'Por aquí pasaron mi hermano, mis tíos y primos, y yo por eso más rápido me metí', relataba al tiempo que mostraba la coreografía de los micos. El ‘rasca- rasca’ en todo el cuerpo, saltos con las piernas flexionadas y los brazos hacia el suelo, imitando el movimiento de los primates que se apoyan en las manos para caminar; menear la cola de forma graciosa y otra vez sacar piojos son el patrón que siguen de manera caótica los micos y micas.

'Cuando nosotros pasamos la gente dice: ‘pilas, que ahí vienen los micos’ y ‘bailen, bailen’. Nosotros nos reímos, a veces nos tiran plata, es divertido', comenta Márquez.

El desfile es el medio ambiente natural de estos micos provenientes del barrio El Ferry, de Barranquilla. Los 40 integrantes esperaron desde las once de la mañana hasta las cuatro de la tarde para encontrarse con el público.

En la piel de los graciosos animales el calor se concentra, pero una vez aparecen los palcos y el público en las aceras la sed, la temperatura y el tedio de la espera cambian por una ‘inyección’ de adrenalina, y la sensación de libertad que no sucumbe al temor de hacer el ridículo, porque en la piel del mico se es amo y señor de las ‘monerías’.

'Tienes que hacer morisquetas, hacerle bromas a la gente, sácales piojos y si tiran plata la pisas con el pie', decía María Ángel, de 10 años.

La mica nueva intentaba bailar al público, bailarle a los miquitos más pequeños, sacarle piojos a los turistas, pero ni cien pesos logró sacar.

'¿Cuánto llevas?', preguntaban los otros monos, y la inexperta mica se señalaba el cuello indicando la mala racha que llevaba con el público.

El desfile avanzó en la anarquía de la Danza de los Micos y Micas, su baile se intensificaba con la lluvia de monedas del público. Fotos iban y venían, los saltos menguaban con el tiempo, el cuerpo pedía agua a medida que avanzaba la ruta por la Gran Parada de Tradición.

A la mica nueva el camino le costó más, pero a los miquitos de 5, 7, 10 y 12 años la jungla de cemento y carnaval parecía ser algo natural, un ritual que lleva cincuenta años repitiéndose en las tradicionales fiestas barranquilleras y que los pequeños replican como parte de su ADN cultural.