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Camila Domínguez no sabe ni qué hora es ni qué día debería marcar en el calendario. La joven argentina no está preocupada por eso y para ella es mejor vivir sin reloj 'para ser libre y no esclava del tiempo'. Lo que sí sabe la bonaerense de 23 años es que está en la casa del carnaval más importante de Colombia y que vino a disfrutarlo, ya que lo tenía pendiente 'hace rato'.

La joven está en la esquina de la carrera 62 con la calle 68, diagonal a la Carnavalada que se realiza en la sede de Ay Macondo, en el barrio San Francisco. Son las 10 de la noche del lunes y la calle está llena de personas que buscan un espacio alternativo para seguir disfrutando de la fiesta sin pagar entrada.

En el lugar destacan los extranjeros por su estatura elevada, las mujeres por sus ojos claros y los cabellos rubios, casi blancos, que contrastan con las pieles trigueñas y las melenas oscuras de los hijos del Caribe.

Camila cuenta que dos años atrás (dice entre risas que no está segura si son más) salió de Argentina con un par de amigos y se ha dedicado a recorrer parte de Suramérica.

Pasó por toda la costa este de Brasil, estuvo en Venezuela y al ingresar a Colombia llegó directamente a Barranquilla, palabra que pronuncia con ese acento marcado del cono sur y que da la impresión de estar mandando a callar.

'Es una experiencia fantástica conocer tantos lugares. Lo que más me impresiona es que acá todo el mundo está con una sonrisa y son muy amables', señala la argentina agarrándose una de las dos coletas que salen de su cabeza. Son una especie de trenzas que se sostienen en el aire en un semicírculo con alambre dulce.

Afirma que se dedica a ser ‘clown’ (payasa) y hace presentaciones públicas con las que han costeado su traslado, pero que ahora se encuentra en una situación complicada porque le robaron su nariz, 'el único vestuario que necesita un payaso'.

Su estancia en vecino país de habla portuguesa le permite comparar los carnavales. 'Estuve en Recife y Río de Janeiro —expresa— y esos carnavales son más grandes y más abiertos a las personas. Además la música es diferente, acá es más cumbia y la gente es acogedora'.

Una pareja de jóvenes se detiene a observarla. Curiosos, en inglés le preguntan por su aspecto similar al de un personaje infantil sueco conocido como Pipi Calzaslargas.

Los tres extranjeros empiezan a conversar sobre los motivos de sus respectivas visitas. El hombre se llama Peter y viene de Estados Unidos, lleva un par de días en la ciudad y una vez terminado el carnaval regresará a su país.

La otra interlocutora cuenta que viene de Australia y su nombre es Camille, lo que hace que la argentina suelte la risa por la coincidencia de casi 10.000 kilómetros de distancia (longitud aproximada de Argentina a Oceanía viajando por el Pacífico).

La australiana dice, en espanglish, que tiene un tiempo viviendo en Medellín por motivos de estudio y que las festividades barranquilleras le han parecido 'únicas en el mundo'.

Camila, la Suramericana, relata que el recorrido que realiza es algo normal para los jóvenes de allá y que incluso sus padres los alientan a viajar para conocer otras culturas y formarse, es por eso que proseguirán su viaje dentro de unas semanas hacia Panamá, luego Costa Rica y el resto de países centroamericanos hasta llegar a México.

A unos cinco metros, dos norteamericanos, provenientes de Filadelfia, toman cerveza y conversan animadamente. Intentan seguir el ritmo de una gaita con poco éxito.

Uno de ellos es Aaron Kase y manifiesta que lleva varios meses viajando por Suramérica. 'Estuve en Chili, pasé por el desierto de Atacama a Bolivia y luego llegué a Ecuador antes de viajar a Columbia', expresa con español mezclado con inglés.

Asegura que es escritor de 33 años y que el recorrido le ha servido para encontrar historias que le servirán para sus narraciones. El amigo que lo acompaña se llama Matthew Smith y es entrenador personal. Cuenta que en Barranquilla ha visto en gran carnaval y le han encantado las mujeres, y posa su mirada en dos mujeres vestidas con mochos de ‘jeans’ y blusas por encima del ombligo, que le pasan por el frente.

En un escenario diferente, James Ethier cuenta que lleva unos 30 años viniendo a Barranquilla y aunque no lo hace cada año, trata de que no pase mucho tiempo entre viaje y viaje.

El canadiense disfruta en el Festival de Orquestas, en el estadio Romelio Martínez, del homenaje que se le rinde al vallenato, pero reconoce que prefiere la salsa, el merengue y la cumbia.

Recuerda Ethier que antes no había tanta gente ni se veían tantos carros en la ciudad, sin embargo acepta que el Carnaval de Barranquilla se va desarrollando y cambiado, tanto que se ha ido convirtiendo con los años en un encuentro de culturas mundiales.