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Labial rojo, un par de bombas blancas en los pechos, un vestido negro amarrado por la cintura para dejar ver las piernas. Una peluca adornada con una bufanda blanca de bolas negras y un sombrero de ala de lentejuelas sobre la cabeza. Así llegué a la redacción de EL HERALDO, dispuesto a rematar el carnaval como es debido, llorando al espíritu entrañable de esta fiesta, a Joselito, el retrato del carnavalero y desenfrenado barranquillero que ayer murió y hoy penamos, pero que el próximo año se levantará una vez más de entre los muertos para demostrar que la rumba de estos cuatro días puede durar hasta la eternidad.

Antes de salir a desfilar en el último día de la fiesta tuve una pequeña dosis de realidad, ya que, lejos del jolgorio, a Santos y a Timochenko los nominaron al Nobel de Paz y, bueno, había que hacerle seguimiento a la noticia... Gracias al dios Momo conté con un relevo, que luego de unas cuantas indicaciones se encargó de sacar adelante la página de Política que normalmente redacto en este diario.

A las 12:30 de la tarde salí rumbo a la KZ La Gozadera, sitio de concentración de la reina y su séquito, con mi disfraz de viuda y dispuesto a llorar a cántaros como una de las tantas ‘mujeres’ a quienes la muerte de Joselito las dejó viendo un chispero.

Lo que no me imaginaba era que los chiflidos, burlas y ‘montadas’ de mis compañeros en la redacción se transformarían en carcajadas y conmoción generalizada cuando me encontré con la comitiva de Marcela García.

'Esas tetas te las hizo Enzo Rivera, y te quedaron divinas', me dijeron unas damas de negro apenas llegué, todas finamente arregladas para acompañar a la soberana.

Marcela, por su parte, me recibió con un sonoro y un tanto indignado: 'Oye, pero a mí me dejó con el vestido puesto, ¡a ti al menos te hizo las tetas antes de morirse!'.

Un alegre funeral. Casi a las dos de la tarde partimos hacia la calle 84, en donde el desfile esperaba por la reina y su séquito de viudas que no respetaba edad ni sexo.

Solo fue bajarme del carro para que la gente empezara a pedir fotos. Los primeros en llevarse su respectiva selfi fueron unos ingleses que, desde la acera de la carrera 46 con calle 85, miraban de reojo el desfile, como decidiendo si adentrarse o no en la marea humana que se amontonaba a lado y lado de la calle.

A diferencia de lo que pude haber previsto en la mañana, el sol no fue gran enemigo. La pava que traía en la cabeza resultó ser una ayuda práctica contra la insolación, pero una enemiga acérrima para la brisa, que me dejó con los crespos hechos en más de una ocasión, viéndome forzado a corretear mi sombrero de ala ancha y mi peluca entre la gente.

El ritmo de los tambores que amenizaba el particular velorio era acompañado por los alaridos desafinados de las viudas, en su mayoría hombres, que seguían a la reina.

A mi paso sentía los gritos de la gente que me llamaba para una foto o me azuzaba desde sus sillas.

Dos frases se volvieron recurrentes durante mi trayecto. Una me la decían las mujeres y la otra los hombres. 'Pero te faltaron las nalgas', repetían jóvenes, adultas y ancianas, que al ver lo exuberante del par de bombas ‘36 DD’ que tenía por senos terminaban destacando mi carencia de trasero.

Los hombres, por el contrario, no perdían la oportunidad de sacarle provecho a la pinta y me repetían hasta el cansancio: '¿Qué le pasó a Jose? ¿Ya te lo enterraron?'.

Fue tanta la gracia que me causaron estos apuntes del público que decidí convertirlos en parte de mi libreto, porque lo mejor del desfile de la 84 es la cercanía de la gente, que no duda en entrar de vez en cuando a la calle y hacer parte de la ‘mamadera de gallo’ en que se transforma el velorio más feliz del mundo.

'Bruta, no ves que el desgraciado ese se murió y me dejó a medio hacer. Me dijo que en el próximo carnaval me ponía las nalgas y se murió el condenado', le comencé a decir a cuanta persona se me acercaba.

'Andan paseando a mi Jose por to’ lao y nada que me lo entierran', fue mi otra frase de batalla, con la que logré sacarles bastantes carcajadas a las personas.

A una hora de haber ingresado, la reina y su comitiva salieron por la carrera 57 rumbo al desfile de ‘Joselito se va con las cenizas’ de la 54. Y yo me fui con mi pinta de viuda al periódico, donde inicié la batalla contra la página en blanco para escribir esta crónica. Con los labios pintados y la pava puesta.