La luz de la relación literaria de Daniel Mordzinski nació de la oscuridad. De joven–cuenta-vivió una 'época terrible' en Argentina, donde nació, con una dictadura militar que delineaba el territorio gaucho; cuando los libros y las letras eran de las pocas cosas que podían sacarlo de esa realidad.
Así se salvó, y a los 18 ya estaba retratando a Jorge Luis Borges, y a los 19, a Julio Cortázar. Fue casual trabajar en el equipo de producción de Borges para millones–una película que tiene como protagonista al propio escritor–y un día acabar haciéndole una foto al autor de El Aleph.
Lo que claramente no ha sido fortuito es que, casi 40 años después, el asunto de retratar escritores siga y se haya convertido en un sello personal y profesional. Tanto, que lo convirtió en el fotógrafo oficial del Hay Festival en el mundo.
'Cuantos más escritores retratas, más te quedan por retratar'. Esa es la premisa de Mordzinski autor de ‘fotinskis’–como ha autodenominado a sus imágenes. En EL HERALDO hablamos con el hombre que ha construido un gran ‘mapa humano’ a punta de ‘dispararles’ a escritores para inmortalizarlos.
¿Qué tuvo que ver Borges con despegar en el mundo del retrato de escritores?
Borges fue el primero, es cierto, pero en 1978 no me imaginaba que ese encuentro marcaría mi vida y sería la puerta de entrada a un mundo de espejos y de letras.
¿Qué tanto cambia para usted la concepción de un escritor antes y después de fotografiarlo?
Me sorprendo y aprendo con cada encuentro. El día que deje de hacerlo colgaré las cámaras. Primero me intereso por la persona. No siempre conozco a los autores que fotografío, a veces ni siquiera conozco su obra, pero siempre intento crear una intimidad, una complicidad. Si el autor sabe, o intuye que ese retrato es un trato entre cómplices, entonces puede salir una buena foto. Si no, es muy difícil.
Recuerda exactamente el día en que retrató por primera vez a Gabo en Biarritz. ¿Con todos los escritores pasa igual?
Recuerdo con nitidez mi primer encuentro con García Márquez, seguramente las largas charlas con Santiago Gamboa para hacer nuestro libro, Gabo siempre, me sirvieron para refrescar la memoria.
Santiago Gamboa le puso 'palabras a las ausencias' de los retratos de su archivo personal que desaparecieron en la redacción de ‘Le Monde’. ¿Cómo saber que Gamboa era el ideal?
Conozco a Santiago desde hace 25 años. Juntos vimos crecer a nuestros hijos, juntos viajamos a la Feria del Libro de Frankfurt, donde conseguimos que nos publicaran nuestros primeros libros. Yo le presenté a Gamboa a Gabo. Cuando Gabriel Iriarte me propuso hacer un libro con mis fotografías del Nobel colombiano, los dos pronunciamos al mismo tiempo el nombre de Gamboa.
En ‘Gabo siempre’ (como se llama el libro que firma junto a Gamboa) no solo hay imágenes de García Márquez, sino de Mutis y Vargas Llosa…
El gran Mutis se merece uno y cien libros también. A Mario Vargas Llosa lo conozco desde hace casi tres décadas. He tenido la suerte y el privilegio de acompañarlo y fotografiarlo en muchos de los momentos importantes de su vida en París, Madrid, Lima o Estocolmo. Hace unos meses expuse durante el Hay Festival de Arequipa en la biblioteca que lleva su nombre, y en su ciudad le hice un homenaje en forma de fotos.
¿Impactó su trabajo haber perdido gran parte de sus archivos?
Han pasado tres años y todavía me duele hablar de esa pérdida. Lo hice en forma de instalación fotográfica, en la exposición que acabo de inaugurar en el Museo de Arte de Puerto Rico. En la entrada, junto a la fotografía de Borges, integré un cajón lleno de recuerdos que llamé ‘Cómo mirar lo que ya no existe’ con mi primera cámara fotográfica, una Kodak Fiesta que mi mamá me regaló a los ocho años.Una manera elegante de evocar lo que ya no está...
Usted dijo alguna vez que los escritores son frágiles como las mariposas. ¿Descubre esa fragilidad a medida que los retrata una y otra vez o es posible descubrirla desde la primera vez que los tiene frente al lente?
Los escritores hablan a menudo de su fragilidad y de la soledad en que trabajan. Yo, desde el primer día en que miré a través de mi pequeña Kodak Fiesta, supe que no estaría solo y que me sentiría más fuerte si lograba mostrar lo que veía en la lectura y lo que sentía en mis fotografías.
¿Cuándo sabe que un retrato está acabado?
Tal vez cuando siento ganas de tomarme un café o un vinito con el retratado y escucharlo y mirarlo sin una cosita electrónica entre los dos.
La pregunta cliché: ¿a qué escritor ‘escurridizo’ le falta retratar?
Siempre son más los que faltan. Y los que te duele que falten La lista de los que no fotografié es infinita.