Compartir:

En uno de los tranquilos salones de la Biblioteca Pública Departamental Meira Delmar está Carmen González, quien tiene 20 años, quiere dedicarse a la música y es ciega. Carmen recibe instrucciones sobre cómo usar su teléfono inteligente por parte de Ramón Santiago, el instructor que la biblioteca dispuso para dictar clases a personas en condición de discapacidad, en su mayoría visual.

En el cuarto hay varios computadores con Jaws, un software especializado para este tipo de población, al igual que textos y una impresora para braille. 'Este programa fue pensado para brindarles a aquellos que no pueden ver o escuchar la posibilidad de usar tecnología para así superarse profesional y personalmente', asegura Santiago, quien también padece un tipo de problema visual que lo motivó a convertirse en el instructor del programa, que atiende alrededor de 250 personas al mes y funciona en la Meira Delmar desde 2008.

Historia. El proyecto es uno de los últimos de esta biblioteca, que cumple 95 años mañana 16 de abril y que fue fundada en 1921 por iniciativa de Juan B. Fernández y Adalberto Del Castillo, entonces diputados. En ese momento distaba de ser el edificio con computadores, tabletas, internet inalámbrico y capacitaciones para personas en condición de discapacidad que es actualmente.

De hecho, aunque el acta de su creación es del 16 de abril 1921, esta empezó a funcionar el 1° de octubre de 1922 en un local frente al parque San Nicolás, y durante años 'tuvo una existencia errante, sin sede propia', según registra su ordenanza. Fue solo hasta 1945, un 9 de enero, que se trasladó al edificio de estilo art decó en la que se encuentra hoy en día, en el Centro de Barranquilla, en la calle 38 con carrera 38.

En la mañana de ayer, a dos días de su cumpleaños, sus pasillos están calmados. El bullicio del Centro no perturba la quietud que se siente adentro, ya sea en la hemeroteca del segundo piso o en la sala de lectura donde reposan todos sus libros, que en total son más de 49 mil.

Algunos de sus salones, como el aula virtual que funciona desde 1997 y cuenta con '32 computadores, 10 tabletas y 20 portátiles', de acuerdo a su directora Beatriz Aguilar, está cerrada ese día debido a que los trabajadores 'se encuentran en una capacitación'. El museo dedicado a Meira Delmar, que existe desde hace dos años y cuenta con elementos que la poetisa usó en vida, también está cerrado y abre en su mayoría cuando hay visitas guiadas.

Lectura en silencio. En las salas de lectura –la de revistas y la de libros– alcanzan a haber entre 10 a 12 personas, con la particularidad de que en su mayoría son hombres mayores, que hojean con atención libros o pasan lentamente las páginas de los periódicos que han seleccionado ese día.

Uno de ellos es Gustavo Taboada, que lee un libro del poeta magdalenense Gregorio Castañeda Aragón. Desde hace 20 años, Taboada asiste sin falta a la biblioteca tres veces por semana. Es de Ovejas, Sucre; economista y lector voraz.

'Empecé a venir a la biblioteca porque siempre he buscado centros culturales, y en Barranquilla hay muy pocos. Esta me parece la más completa de las bibliotecas de la ciudad', expresó Taboada, de 77 años, y quien agrega que la Meira Delmar ha mejorado mucho desde que empezó a visitarla, tanto en infraestructura como en dotación.

En el mismo salón se encuentra Nathalie Sampayo, una de las pocas jóvenes presentes en el edificio ese día. Es estudiante de Licenciatura en Idiomas de la Universidad del Atlántico y visita regularmente el edificio por 'placer intelectual'.

'Vengo tres veces por semana. Tenía mucho tiempo libre y un día se me dio por entrar. El ambiente me gustó mucho y me quedé', dice Sampayo, de 20 años, sosteniendo un ejemplar de La edad de la inocencia, de Edith Wharton.

Vista del Museo Meira Delmar, donde reposan pertenencias de quien fuera directora de la biblioteca.

Una vida trabajando. En el tercer piso del edificio se encuentra el área de archivo bibliográfico, en donde está Javier Rojas, quien por 27 años ha restaurado libros en la biblioteca. Une las páginas de un libro que se encuentra deshojado.

Aunque tiene más de dos décadas trabajando en la Biblioteca Departamental, desde hace 40 restaura libros, un oficio que aprendió empíricamente. Este jueves, Rojas unía las páginas de un ejemplar de Historia de la mafia, de Gaetano Falzone. 'El primer libro que arreglé fue un diccionario. Me gustó este oficio porque en la Escuela Normal aprendí artes manuales y me gusta mucho leer también', dice Rojas, mientras toma hoja por hoja, las observa detalladamente y luego las une sobre la parte interior del lomo del deteriorado texto.

En el mismo salón se encuentra Lucy Gaitán, quien es bibliotecóloga y tiene 37 años clasificando los libros de la Meira Delmar. Empezó a trabajar cuando las descripciones de cada texto eran manuales y se guardaban en cajones. Ahora, sentada frente a su computador, señala el software que utilizan para ordenar todo el material bibliográfico que posee la biblioteca, el cual cuenta con 49 mil libros y va en aumento. 'Entré en 1983 y era muy distinto todo. Estaban todas las maquinitas a mano, solo funcionaban dos pisos. Este piso en el que estamos ahora es nuevo', expresa.

Centro cultural. La Biblioteca era hogar de textos patrimoniales, hasta que estos pasaron al archivo histórico del Departamento. Entre sus joyas se encuentran los manuscritos de la poetisa que le brinda su nombre y las ediciones originales de la revista Voces, editada por Ramón Vinyes. Sin embargo, ahora busca ser más que un repositorio, un centro de gestión cultural, tal como expresa Beatriz Aguilar, su directora.

Es por este motivo que se creó el Museo Meira Delmar, el cual reúne algunos de los elementos que la aclamada poetisa –quien fuera directora de la biblioteca por 36 años, desde 1958– usó en su vida, como los objetos de su cuarto, sus libros, cofres, muñecas y versos de sus poemas.

Así mismo cuenta con un auditorio en el que se realizan conversatorios y en el que incluso se proyectan partidos de la Selección Colombia. 'El concepto de biblioteca ha cambiado en los últimos años. Antes se veía como el lugar para hacer tareas, ahora es un plan familiar', expresa Aguilar, mientras sube las escaleras que unen el segundo y tercer piso de la edificación art déco.

La modernización de los softwares, la sala de internet y películas, su agenda de actividades y la sala especializada en niños, en la que –según expresa Aguilar– van en su mayoría pequeños de bajos recursos, son algunas iniciativas que han implementado para hacer de este centro un lugar que, además de conservar las historias de los grandes de la literatura, un espacio para generar cultura en todos los sentidos.