García Márquez no era mago, contrario a lo que muchos podamos pensar. O soñar. Gabo era un artesano, un moldeador de la palabra, de la prosa y del relato, que supo configurar la rigurosidad que reclama el periodismo con el romance que suele impregnar la literatura, al menos de la de su tipo.
Esa era su fórmula mágica, y la aplicó una y otra vez con cada párrafo de su obra. Y las pruebas están. Descansan en el mundo físico, pero también digital, y salen a la luz si se sabe hurgar en la web del Harry Ransom Center, de la Universidad de Texas, la entidad que resguarda su archivo.
La primera corrección de El amor en los tiempos del cólera, hecha por el cataquero en 1985, es uno de esos tesoros abiertos al público, con acceso para todos desde un click. Ahí queda en evidencia que en aquella página 8 inicial, García Márquez debía enumerar las medicinas que el doctor Juvenal Urbino debía tomar para sobrellevar la vejez. No era que Gabo, omnisapiente, recitara de memoria que el bromuro de potasio levantara el ánimo, ni que tuviera claro que las gotas de cornezuelo de centeno eran efectivas para los vahídos. O que la belladona contribuye al buen dormir.
Una de las 77 páginas del primer capítulo de la obra que narra los amores de Fermina Daza y Florentino Ariza deja al descubierto, con una anotación para no pasar desapercibida, que Gabo investigó sobre paliativos para la artritis, la tristeza, los nervios, la arritmia, la acidez, la digestión... para los males que el médico Juvenal cargaba y que intentaba disimular. 'Ojo: faltan medicinas para pág. 8' es la nota más sobresaliente de dicho documento, escrita con marcador rojo, que le recordaba a Gabo sacar su mano de periodista para investigar qué curaba cada uno de los males que atinó proveerle al reputado doctor.
Es el margen, la acotación, lo que descubre al Gabo de corte y confección. El que deja en evidencia su minucioso trabajo de precisión. El mínimo necesario para levantar un texto del talante de El amor en los tiempos del cólera, con sus más de 450 páginas.
Gabriel José de la Concordia se cuestiona, se pregunta, se corrige y se edita al pie de cada hoja, con un especial cuidado en cifras de fechas y edades, en los hechos concatenados en un capítulo y otro, los paréntesis invisibles y la siempre labor de carpintería que cambia un punto seguido por un punto y aparte.
El Harry Ranson regala, además, en la versión digital disponible del archivo de Gabo, el audio y el texto del discurso del Premio Nobel al recibir el máximo galardón de la literatura, además de las versiones mecanografiadas con anotaciones de El general en su laberinto, Crónica de una muerte anunciada y una carta enviada el escritor Salman Rushdie.
En el texto mecanografiado de Crónica de una muerte anunciada referencia un intento de epílogo de la obra, en el que revela que fue Álvaro Cepeda Samudio quien le dio la manera de terminar la novela. El relato terminaría convertido en su columna El cuento del cuento, escasamente difundida.
'Mi conclusión final es que si un escritor quiere saber lo que se siente una persona en el momento de matar a otra, no le queda otro recurso que matarla él mismo', es una de las frases que deja el texto que nunca fue publicado al completo, pero que ya está disponible para consultar, o simplemente leer una y otra vez.