En el transcurso de esta conversación haremos alusión a los discursos que han sustentado la subordinación de la mujer. Por lo pronto plantearemos una pregunta clave: ¿Qué explicaría la complicidad histórica de la mujer en la creación, reproducción y desarrollo del régimen patriarcal que la oprime?
Primero que todo, no me gusta que se hable de complicidad de las mujeres en su propia subordinación… Es una muy larga historia que se inicia aproximadamente 5.000 años A.C. que explica en parte la subordinación de las mujeres (hay un excelente libro de Elizabeth Badinter titulado El uno es el otro, que busca explicar esta historia que ubica a las mujeres en un lugar de sumisión y subordinación…). Es que a lo largo de estos 5.000 años, la cultura patriarcal fue consolidada por varios grandes momentos históricos. Citaré solo tres (seguramente entre muchos otros): La racionalidad griega con el pensamiento aristotélico, el judeo-cristianismo que enraizó profundamente los idearios del pensamiento aristotélico y el Siglo de las Luces que, a pesar de algunas luces para los hombres, siguió generando muchas sombras para las mujeres con la Revolución Francesa. Y podríamos añadir que más recientemente, el mismo Levy-Strauss dijo que los hombres son a la cultura lo que las mujeres son a la naturaleza, sin hablar del peso ideológico del papel de las mujeres en la reproducción de la especie. Es así como el lugar de las mujeres fue el de la domesticidad, la maternidad y la esposidad…
Pongamos algunos límites a los alcances del discurso androcéntrico. Los hombres no tienen el monopolio de la condición humana. No son modelo ni estereotipo de humanidad. No pueden por ello, vía esa apropiación excluyente de la condición humana, dar sentido a la mujer, y tal vez a ninguna otra cosa. Sin embargo, la supremacía de los varones funciona fácil. ¿Por qué?
Ocurrió también, creo yo, una especie de revancha de los hombres al constatar ese inmenso poder de las mujeres como dadoras de vida, lo que los llevó a inventarse otros poderes como los de la guerra y sobre todo los de un control feroz y demente sobre la vida de las mujeres y muy particularmente sobre su sexualidad. Tenían que recuperar algún poder, y es quizás así que hicieron un pacto de exclusión de las mujeres. Esto no es sino una hipótesis entre muchas otras… y no creo que la supremacía de los varones funcione fácil. De hecho funciona cada vez menos fácil. No creo que hoy sea fácil tampoco construirse como hombre. Diría incluso que es tiempo de una revolución masculina ante lo que ha significado la revolución de las mujeres. Los hombres tienen que repensar su masculinidad o, mejor aún, su identidad y su manera de relacionarse con las mujeres en estos albores del siglo XXI. No hay duda de que las mujeres han tomado en ese sentido la delantera y se están cansando de soñar con hombres que no han nacido aún. La masculinidad no es una esencia, es un constructo cultural exactamente como lo es la feminidad o las feminidades.
Ya vimos cómo el género es una construcción cultura e histórica, pero aún las diferencias biológicas no son tan sustantivas como para justificar la discriminación de lo femenino. De hecho, el discurso patriarcal exagera esas diferencias para justificar los privilegios de amo y señor que los varones preservaron para sí.
Ya hicimos referencia a que la subordinación de las mujeres no es entonces inmutable en cuanto es una construcción histórica y como tal es cambiante e inmersa en la historia misma. Depende de las condiciones culturales de los países, de sus historias, de los avances o retrocesos de las democracias, de las revoluciones, etc… Y evidentemente que la subordinación de las mujeres puede dejar de serlo. Las mujeres del siglo XXI no tienen ya nada que ver con las mujeres del siglo XIX, sin hablar de las del siglo XII… Hoy día y gracias a sus luchas para volverse ciudadanas, a una revolución educativa, a su participación política, a sus voces, a sus nuevas maneras de habitar el mundo, de interpretarlo y de actuar sobre él, y sus exigencias de políticas públicas, las mujeres están trazando el camino de lo que se llama la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Ojo: igualdad de oportunidades y no igualdad existencial. Es decir que las mujeres quieren ser iguales en oportunidades, mas no idénticas a los hombres. Porque como decía Victoria Sendón: 'Sería muy triste convertirse en una mala copia de un patético modelo'!!!...
No obstante la fuerza del discurso patriarcal que se supuso siempre a sí mismo, inevitable, hay cosas que no dejan de sorprendernos. La Revolución Francesa, por ejemplo, fue una enorme traición a las mujeres, al excluirlas de los derechos políticos. De hecho el feminicidio inaugural, llevar a la guillotina a Olympe de Gouges, hace parte de la fundación del primer Estado moderno. ¿Lo habremos lamentado lo suficiente?
Sí, la Revolución Francesa fue una enorme traición a las mujeres, pero la Revolución Francesa fue una revolución burguesa y de todas maneras logró abolir el poder del rey y muchos privilegios de la aristocracia… Libertad, Igualdad y Fraternidad… ¿para quiénes? Y sí, casi nunca reportan el papel de las mujeres en la Revolución Francesa, y no solo en la Revolución Francesa sino en los grandes acontecimientos históricos. Sus imprentas clandestinas, sus cacerolazos y su marcha hacia la Bastilla, entre otros eventos históricos, fueron poco reportados por los historiadores masculinos. Afortunadamente, hoy día tenemos nuevas miradas sobre la historia, además de mujeres historiadoras feministas que logran reescribir la historia desde una mirada de género que permite por fin ver el mundo completo. Y la historia de Olympe de Gouges es muy emblemática de las luchas de las mujeres en la reivindicación de sus derechos políticos y civiles. Como aquí la historia de vida de Esmeralda Arboleda, bastante desconocida por la mayoría de los y las colombianas.
Otra enorme decepción sería Freud. Así la mayoría de los presupuestos misóginos que se atribuyen al sicoanálisis sean aplicaciones vulgarizadas, no hay duda de que aquello de 'la anatomía es el destino' que construyó una estructura sicológica de la mujer a partir de su carencia de pene, fue un golpe inesperado desde lo 'científico'. ¿Cómo podemos explicarnos y perdonar semejante golpe?
Yo, con Freud, ya no tengo rabia… no se puede pedir, dicen ustedes, peras al olmo, y Freud fue un hombre de su tiempo, y si bien es cierto que no logró traspasar su tiempo, lo es también que lo que nos entregó ese hombre al descubrir el papel del inconsciente ya fue de por sí una verdadera revolución del pensamiento y del funcionamiento de la subjetividad… yo tengo mucha más rabia con los psicoanalistas que le siguieron, como él mismo Jacques Lacan –que nunca quiso reunirse con mujeres feministas del momento– y con todos los que lo acompañaron ya en el siglo XX. Casi todos rechazaron confrontarse con las feministas, como por ejemplo con Simone de Beauvoir, quien en 1949 publica El segundo sexo, y hubiera tenido mucho que conversar con todos estos patriarcas de las ciencias humanas y sociales.
Es probable proclamar que las actividades misóginas del varón se han mitigado. Aunque también podría proclamarse que subsisten nuevas formas sofisticadas y encubiertas de dominación, y que el varón concede a la mujer solo lo que no le cuesta o le conviene. ¿Es tan utópico imaginar un universo en que los varones se sumen a las causas emancipatorias de la mujer de una manera más decidida, integral, honesta y comprometida?
No, no es tan utópico imaginar hombres solidarios con las luchas de las mujeres. Toma tiempo, pero de hecho yo ya conozco muchos hombres solidarios, hombres inteligentes que se cansaron de jugar al macho y que hoy miran con tranquilidad y un poco de angustia estas nuevas mujeres, estas mujeres que ya no se reconocen en lo ya pensado para ellas, estas mujeres algo extraviadas y nómadas que les pueden regalar tanto.
Desde luego, no se trata de eliminar las diferencias de los sexos, sino de considerar que aún diferentes y desiguales, somos de igual valor. ¿Cómo haríamos para que la mujer, todas las mujeres, puedan ser de otra manera que como son desde lo patriarcal?, ¿cómo ampliar las opciones de género?, ¿cómo construir formas de género no opresivas?
Los grandes cambios en relación con ese rol tradicional de las mujeres se dan con voluntad política, con participación política de mujeres, pero de aquellas que tienen esta perspectiva de género, con presupuestos sensibles al género, con políticas públicas y con generosidad para construir una nación laica, incluyente y radical en sus propósitos democráticos. Creo que no hay muchas más recetas que estas… y en este momento que vive Colombia, con un proceso de paz en marcha, cerrar esta deuda histórica que tiene el país con las mujeres es, a pesar de que la gente no sea convencida de esto, absolutamente primordial. Reinventar el país no se hará con las estadísticas de violencias hacia las mujeres que tenemos; no se hará con más de 1.000 feminicidios al año, no se hará con las miles y miles de violaciones de mujeres por los actores armados durante el conflicto armado, no se hará con 6.400 niñas de menos de 14 años, madres.
¿Que cosas le gustaría a usted liquidar, mágicamente, mesiánicamente, de la sociedad patriarcal que es Colombia?
No, no sabría responder a esta pregunta porque no creo en lo mesiánico ni en lo mágico… solo creo en procesos históricos y en generosidad de una sociedad cansada de tantas violencias que logre construir un país que permite soñar y darse una nueva oportunidad en la tierra.
Y quiero terminar con una frase de Cioran, un filósofo francés. Él decía 'si prefiero las mujeres a los hombres, es porque ellas tienen la ventaja de ser más desequilibradas, es decir más complicadas, más perspicaces y más cínicas, por no hablar de esta misteriosa superioridad que confiere una esclavitud milenaria'. Y estoy muy de acuerdo con él… Creo que hoy las mujeres representan una formidable reserva ética para el mundo.
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